miércoles, 29 de septiembre de 2010

El Enigma de la Existencia


Resulta interesante, el poder observar las diferentes reacciones, que un mismo hecho puede generar, en la capacidad de respuesta de las personas involucradas.

La vida que construimos condiciona nuestra relación con los demás, las experiencias vividas, es decir, el acumulado de situaciones de las cuales hemos sido actores, ya sea en forma voluntaria – cuando hemos sido autores o coautores de los mismos – o involuntariamente – cuando los acontecimientos generados por terceras personas nos involucran ya sea para nuestro bien o para soportar sus consecuencias.
Lo que llamamos nuestra vida, aún cuando la vivamos en estrecha relación con las personas que comprenden nuestro entorno, las cuales son parte del entramado social de nuestras relaciones cotidianas, no puede ser vista como la consecuencia de un comportamiento padrón, modelado por las circunstancias comunes que supuestamente nos hemos visto obligados a aceptar, ya sea por sometimiento o sujeción voluntaria.
Cuando nos damos cuenta que nuestra existencia se relaciona en el devenir de los acontecimientos con la existencia de otros seres, otros “yo soy”, formando una constelación de entidades unipersonales que no siempre lograr dominar  el rumbo de sus orbitas, colisionándose, las unas contra las otras, cuando el efecto de este encuentro es armónico, solemos decir que se ha provocado el desprendimiento de alguna misteriosa substancia, que hemos captado cierta “química”  que nos atrae al uno hacia el otro.
Estas atracciones, pueden llegar a mantenerse por largos períodos, incluso  toda una vida.
Cuando este encuentro se produce en circunstancias adversas, conflictivas, inmediatamente activamos nuestros mecanismos de defensa, nos ponemos en guardia, desconfiados, agresivos  y/o temerosos, intentando justificar tal proceder, con el argumento de que tal persona tiene muy “mala onda”.
Tales momentos de percepción de nuestra condición humana, la cual, como lo  hemos expresado tantas veces, es esencialmente social, y, por esta circunstancia, extremadamente permeable a los acontecimientos que se desarrollan, ininterrumpidamente, en este gran escenario donde se exhibe el drama del diario vivir, en el cual, todos, interpretamos nuestro  propio papel siguiendo un libreto improvisado por las circunstancias compartidas.
Quizás, en situaciones como las descriptas, nos preguntemos, por las razones, si es que hay alguna, de que pertenezcamos a una especie, que según nos han dicho, es la única sobre la faz de este planeta que tiene conciencia de ser, es decir, que estamos condenados a saber de nuestra existencia, desde su principio al de su inevitable fin, la certeza del nacimiento y la acechanza constante de la muerte, constituyen elementos centrales del drama humano.

Las preguntas que nos formulamos, requieren alguna respuesta, y esta, la respuesta que afanosamente buscamos, en muy contadas ocasiones surge de nuestro fuero interior, lo más probable es que en el afán de satisfacer la ansiedad que nos embarga en cuánto a los motivos de nuestra condición actual en esta vida, de donde surgen los atributos de nuestra especie, y, sobre todo, hacia dónde nos dirigimos, recurramos a la búsqueda de las distintas posturas que sobre este trascendental tema se nos exhiben por parte de aquellos que se autoproclaman como guías, orientadores autorizados, poseedores de la mística y única llave capaz de abrirnos las puertas del infinito.
El mercado del conocimiento ilustrado que pretende darnos una respuesta a nuestras interrogantes, está atiborrado de ofertas, si pudiésemos recorrerlo, como quién recorre una feria, oiríamos a sus mercaderes corear a viva voz las ventajas de sus enunciados, llamando nuestra atención  a través de la piadosa agresividad de sus argumentos.
En cada rincón de esta imaginaria feria se nos dirá que ese lugar específico, y ninguno de los otros lugares que les circunda, es el que tiene el único conocimiento verdadero, que es a ellos, y solamente a ellos, que se les ha conferido el poder de llevarnos a la salvación , al encuentro del paraíso perdido.
Al transitar por ese mundo, el llamado mundo de los “ismos”  veremos que el simple hecho de estar vivos, nos convierte en una valiosa mercancía, una presa apetecible para ofrendar a sus dioses, ya sean éstos dioses, canonizados, idealizados,  o deambulen perdidos  por las sendas del nihilismo.
Encontraremos allí, capitalismo, fascismo,  comunismo, cristianismo, islamismo, judaísmo, existencialismo, materialismo, ateísmo, etc. etc. todos con su dogma debidamente estructurado, férreo, inconmovible, plantado con todas sus huestes en el campo de batalla, con la finalidad de luchar hasta el fin contra todos los demás, porque,  para el ismo, los demás están en el error, sumidos en la ignorancia y deben ser destruidos , humillados ,para que de esta forma acepten “nuestra verdad”  la única, la verdadera.
Es que parece que para asegurarnos el porvenir, debemos estar protegidos por la coraza de nuestro credo, el dogma nos exige no salir de sus bien delimitados confines, fuera de sus fronteras está la perdición, lo expresamente prohibido.
Para los ismos, la tierra aún es como un plato, afuera seremos atrapados por las tinieblas y caeremos inexorablemente al abismo.
En una oportunidad los discípulos le preguntaron a Jesús, que se debería hacer para lograr la salvación, El, sabiamente, les respondió: “Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará Libres”.
Los grandes pensadores de la humanidad, no han sido los creadores de los ismos, ellos , los ismos, han surgido como hongos, mucho después, cuando sus ideas fueron patentadas, cuando los unos buscaron prevalecer sobre los otros, cuando la intolerancia nos privó de la libertad y por ende nos limitó el acceso a la verdad.

La chispa divina está latente en cada criatura humana, sin importar en que rincón del planeta haya nacido, la idea, la imaginación, la capacidad  creativa, no tienen un molde previo, pretender hacernos creer que estamos sujetos a un dios que todo lo determina, es pretender negarle a ese mismo Dios la capacidad de dotar a sus hijos de libertad irrestricta, el libre albedrio, la condición esencial de nuestra existencia.
                                                                      
  Hugo W. Arostegui
    

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