miércoles, 23 de febrero de 2011

Respuestas Desde La Hoguera


Desde hace un buen tiempo, me han solicitado algunas respuestas referentes a ciertos pasajes de la biblia, cuya lectura les ha dejado un tanto confundidos, confusión que también ha despertado el deseo de obtener algún tipo de ayuda adicional que les permita comprender mejor el contenido y sentido del mensaje  escrito en los mismos.
Ante tales requerimientos, resulta una enorme responsabilidad, el simple hecho de intentar el abordaje de lo expresado, por el o los autores, en los escritos que han sido compilados en un tomo cuyo título es nada más y nada menos que Santa Biblia, y ostenta el inapelable decreto de ser “La Palabra de Dios”
Como nuestra intención está muy lejos de pretender socavar los indubitables atributos de los autores que han sido incorporados al texto sagrado, comenzaré este artículo partiendo de la base de tomar como fuente del mismo, sin incorporarle ningún tipo alteración, las expresiones vertidas por los recopiladores del texto, quienes lo han hecho llegar a la opinión pública, luego de que fuera éste sometido a innúmeras traducciones y recortes, hasta convertirse en el producto final que todos consumimos.
Lo innegable es, que el texto sagrado en cuestión, ostenta, como hemos dicho, la honrosa  distinción de ser considerado como “la palabra de Dios”  no porque haya sido El Divino Creador el autor de dichas expresiones, sino por ser sus autores “divinamente inspirados por su creador” para dictar a través de sus escritos, “Su Divina Voluntad”, lo que suena parecido pero que tendremos que concordar que no es lo mismo.
De manera que debemos dejar expresa constancia: Que el libro que citaremos, proviene de escritos, atribuidos a diversos autores que se han expresado por inspiración divina, circunstancia que respetaremos, pero con la salvedad de que al cúmulo de autores                        -alrededor de cuarenta- deberemos agregar, que sus escritos originales, se han perdido por la acción del tiempo, que han sido traducidos y reinterpretados, como es el caso del  Codex Sinaiticus , utilizado por el emperador romano Constantino y sus escribas, para la confección de las primeras cincuenta biblias, pagadas éstas, con recursos del imperio.
En las mencionadas cincuenta biblias originales, se tuvo especial cuidado en destacar los aspectos divinos del mansaje en menoscabo de aquellos que enfatizaban en el “lado humano” de los personajes, convirtiendo a éstos, los personajes, en figuras míticas, generalmente asexuadas, a cubierto de toda implicancia con lo que las autoridades eclesiásticas de la época, consideraban como “diabólico y carnal” deberíamos agregar a esta breve introducción, la tan temida palabra “herejía”  palabra griega cuyo significado original, sería asimilable a la palabra “opción” y que fuera utilizada desde entonces, para condenar a todos aquellos que optaran por darle crédito a cualquier otro texto que no fuese el aprobado por el imperio y las autoridades eclesiásticas de la época.



La historia nos brinda una profusa información, debidamente documentada, de los miles de millares de fieles, muertos en las hogueras y las cámaras de tortura, víctimas de los inquisidores, por disentir con “la verdad oficial”  la acusación de “herejía” era sinónimo de crueles castigos para todos aquellos que discordaran con la “verdad revelada” de Constantino y sus acólitos sucesores, desde los siglos IV, hasta muy avanzada nuestra era.
Algunas de las preguntas que mencionamos al comienzo de este artículo, se refieren a los primeros capítulos del Génesis, Libro atribuido al profeta Moisés, donde el autor nos describe los hechos relacionados con la creación de la tierra y la puesta en escena, en el llamado, Jardín de Edén o “Paraíso”, de nuestros primeros padres, Adán y Eva.
Estimamos conveniente a los efector de ilustrarnos mejor sobre el contenido de este primer libro de la biblia, que hagamos un ligero repaso sobre la vida de su autor, Moisés.
Cuenta la tradición que Moisés vino a este mundo como vástago de una familia Hebrea, de la tribu de Leví, en una época en que faraón, monarca de Egipto, estaba tan preocupado con el crecimiento del pueblo israelita, que había ordenado la matanza de sus hijos pequeños.
Su madre, Jocabed, que prestaba servicios como partera en la corte de faraón, le mantuvo escondido cuánto pudo, hasta que decide ponerle dentro de una cesta y dejarlo en el agua cercano al lugar donde las doncellas de la corte tomaban sus baños, es allí, entonces que una de ellas, de nombre Batía, le recoge y adopta, el historiador judío, Josefo, nos dice que el origen de su nombre, Moisés, significa: salvado de las aguas.
Moisés fue educado por los egipcios como integrante de la aristocracia, tuvo una muy sólida educación, sabido es que los sabios egipcios poseían registros muy antiguos y se identificaban como provenientes de un tronco común con los helenos, cuyos orígenes se remontaban a la floreciente cultura de los habitantes del continente sumergido de la Atlántida, situado entre el norte de África y Europa, en el mediterráneo.
Los escritos de Platón sobre la Atlántida, nos pueden ayudar a comprender mejor este vínculo, por lo que recomendamos su lectura, especialmente les recomiendo leer un artículo de mi autoría: “La Atlántida, Relato De Lo Que Pudo Ser” que brinda un aporte un tanto esclarecedor al respecto.
Moisés fue amamantado por su propia madre hebrea, y seguramente poseía cierta información sobre sus orígenes, lo cierto es que como egipcio, era miembro de la corte, tuvo, como todos los varones de su clase, una severa formación militar, y lógicamente compartía derechos y obligaciones propios de la alta aristocracia como miembro de  la corte de faraón.
 Estando en esta situación, hubo un acontecimiento de extrema gravedad, que le obligó a huir de Egipto y buscar refugio en la tierra de madián, se dice que Moisés salió en defensa de un esclavo israelita que estaba siendo maltratado por un soldado egipcio, este hecho, un tanto confuso, culmina con la muerte del soldado egipcio en manos de Moisés, un hecho, que de acuerdo a las estrictas leyes egipcias podría considerarse como una falta gravísima, salvando la distancia, sería algo así, como que un oficial de las fuerzas armadas norteamericanas, saliese en defensa de un prisionero iraquí y en un enfrentamiento con un soldado de su propio batallón, le diese muerte y huyese por miedo a las represalias.
La huída de Moisés y el encuentro que tuvo con quién sería su futuro suegro, nos referimos a Jetro, señor y sumo sacerdote de los madianitas, quién le tomo a su servicio, le instruyó en asuntos religiosos y de gobierno y le dio por concubina a su hija, Séfora, fueron fundamentales en el cambio radical operado en Moisés, trabajó al servicio de su suegro por varios años, y fue también, que en ocasión de estar realizando tareas de pastoreo para su patrón , que contempló la zarza que ardía sin consumirse en lo alto de la montaña, con el consiguiente primer encuentro con El Señor Jehová.
Una muy breve síntesis del autor de los primeros cinco libros de la biblia, la torah, la ley de Moisés, la dura ley “del ojo por ojo y diente por diente, que gobernó dura e implacablemente al pueblo de Israel.
Quienes hayan tenido la oportunidad de leer El Génesis, seguramente concordarán conmigo en que apenas menciona, a pesar de su tremenda importancia y trascendencia, los hechos relacionados con la creación de la tierra y la de nuestros primeros padres, concentrando el mayor énfasis, en las revelaciones de Jehová dirigidas a su propio pueblo, el israelita, destacando la condición de “pueblo escogido entre todas las naciones de la tierra” y el convenio suscrito entre nuestro creador y el patriarca Abraham.
Quizás, o tal vez, sin quizás, se deba a las condiciones apremiantes que enfrentó durante toda su vida, en la condición de libertador y guía secular y espiritual, de un pueblo de “muy dura cerviz” con el cual vagó errante por cuarenta años en el desierto, hasta que quedaran sepultados en el desierto la generación incrédula, la que una vez cruzado el mar rojo, le ordenó  a su hermano Aarón, que les construyese un becerro de oro al cual adorar.
Como la intención de este artículo continúa siendo la de responder a algunas preguntas relacionadas con las revelaciones de Moisés contenidas en los seis primeros capítulos del Génesis, me limitaré en adelante a intentar responderlas siguiendo el hilo conductor de los escritos contenidos en los mencionados trechos del libro de referencia.
La Creación de la Tierra
No es posible referirse a ninguno de los temas abordados por Moisés en estos primeros tramos del génesis, sin tener en cuenta los acontecimientos ocurridos en nuestra preexistencia, hemos oído que hubo en los cielos un concilio, al cual hemos sido todos convocados, en el orden del día, figuraba, nada menos, que los pasos a seguir con relación a la impostergable segunda etapa en el camino de nuestra perfección, allí se trataron temas como: la construcción de un lugar adecuado donde morar, la necesidad de poseer un cuerpo físico tangible de carne y hueso, el camino de retorno a la presencia del Padre, la necesidad de un Redentor que pudiese pagar el alto precio de un exigente rescate, etc. etc.
Este Concilio enfrentó a Lucifer, el llamado, Lucero de la mañana, con el Unigénito del Padre, el Jehová citado por Moisés, situación que no pudo superarse en el diálogo y derivó en una cruenta batalla, de la cual todos participamos de alguna manera, esta guerra en los cielos, tuvo como consecuencia, la expulsión de Lucifer y sus seguidores, quienes representaban una tercera parte de todos los hijos de Dios el Padre.

Como vemos, la creación de la tierra, no fue un acto espontáneo de un Dios aburrido que buscaba ocuparse en alguna tarea que le distrajese, fue una obra majestuosa, prioritaria, que había sido proyectado con mucha anticipación, un nuevo mundo, donde habitarán las criaturas más valiosas de la creación, los amados hijos de su Creador.
Suponer, que los hijos de Dios, que habían enfrentado a Lucifer en la Batalla de los Cielos, quedarían al margen en la concreción de una obra de estas características, es sencillamente desconocer en absoluto el llamado Plan de Salvación, la obra grande y maravillosa, el fundamento de la fe y esperanza de todos los creyentes del mundo.
Durante las distintas etapas de la creación de la tierra, el universo todo estuvo pendiente, hubieron delegaciones de diversos sistemas similares al nuestro, aportando sus conocimientos, técnicos y equipamiento, un verdadero ejército de criaturas, hijos e hijas de Dios, estuvo trabajando y verificando el cabal cumplimiento de cada detalle, sin lugar a dudas la obra emprendida exigió un severo control de calidad.
Antes de la creación, lo que encontraron Jehová y sus colaboradores, consistía en un cúmulo de materia desorganizada, a la cual hubo que trabajar para darle la forma adecuada, es por eso que Moisés nos habla de los días de la creación, lo monumental de la obra  le impedía utilizar otros términos, debido a la absoluta ausencia de referencias válidas, para poder realizar cualquier otro tipo de comparación.
Una vez concluidas las diferentes etapas de la creación, la tierra estuvo en condiciones de albergar a las distintas especies, tal cual lo menciona el Génesis, de esta manera, se lograba un habitad similar, al que los hijos de Dios tuvieron en sus lugares de origen, cuando compartían la gloria de sus progenitores, el nombre de un lugar de estas características, solo podría corresponderle,  el que aún utilizamos  con respeto y reverencia:  “Madre Naturaleza”
Estos hijos de Dios, que colaboraron en la creación, permanecieron en la tierra por bastante tiempo, ellos constituían un grupo de apoyo esencial, en todo el proceso de adaptación de sus noveles habitantes a las nuevas circunstancias imperantes en este “nuevo mundo” que les albergaba.
La imagen que todos mantenemos en nuestras mentes, la cual se anida en lo profundo de nuestro subconsciente, la que ha sido transmitida por nuestros genes, de generación en generación, referente a quienes llamamos “nuestros primeros padres”  es decir, Adán y Eva, es que no eran precisamente “unos primates”, si bien “los primates” no hay duda que existieron y nos preceden en la evolución de la vida terrestre, nuestros primeros padres tienen su origen tal como nos lo cuenta el Génesis,  del polvo de la tierra y el soplo de vida de Jehová Dios, nuestro Padre Celestial, y su apariencia externa, eran la “imagen y semejanza de su Creador”.



Ahora bien, de acuerdo al relato de Moisés, Adán y Eva, estaban desnudos en el jardín, me pregunto:  un padre amoroso, que pone a dos de sus criaturas, creadas a su imagen y semejanza, en medio de la madre naturaleza, les dejaría allí, ¿desnudos y sin asistencia?   ¿por cuánto tiempo?
De acuerdo a lo breve del relato, a todos nos parece que fueron algunas pocas horas las que estuvieron en esas condiciones , pero el mismo relato nos dice, que recorrieron el jardín, reconocieron su entorno y dieron nombre a las bestias, las cuales una vez nominadas, permanecieron con ese nombre en forma definitiva, esto nos indica no solamente el grado de desarrollo intelectual que poseían, sino que, además, una tarea de esa naturaleza, por su complejidad, les debió de insumir bastante tiempo, y necesariamente, contar con un asesoramiento adecuado.
Me vuelvo a preguntar: ¿y mientras tanto? Cómo se alimentaban?  Que preparación le daban a sus alimentos?  Cómo resolvían sus necesidades fisiológicas? La higiene de sus cuerpos perfectos? El primer ciclo menstrual de Eva, por decir algo, así como tantas cosas inherentes a dos seres creados para administrar y gobernar un nuevo mundo.
Seguramente, las revelaciones recibidas por Moisés, contendrían gran parte de estas respuestas, que surgen como algo obvio e inevitable de preguntar, pero convengamos que el ahondar en el análisis de estas respuestas, nos conduciría inevitablemente, al reconocimiento de la dignidad y grandeza de la criatura humana, cosa muy peligrosa de divulgar, pensemos en Constantino, en su imperio, en las autoridades eclesiásticas de su época, de su afán de subyugar y someter, y surgirán como hongos después de las lluvias las consabidas razones para que hayan sido omitidas en el relato oficial.
Adán y Eva, recibieron de parte de Jehová, instrucciones muy precisas, por lo que tenemos elementos de juicio suficientes como para sacar algunas conclusiones, se me ocurre mencionar: su capacidad de razonamiento y comprensión, la posesión de un lenguaje avanzado, capacidad para asumir responsabilidades y sobre todo, capacidad de evaluación de su situación actual, medición de riesgos y libertad absoluta en la toma de decisiones.
La expulsión del jardín del Edén, no fue consecuencia de acciones pecaminosas, si algo se puede asegurar, es que en ese jardín lo que si hubo, fue precisamente, “ausencia de pecado”  sus moradores sabían, que para poder cumplir los compromisos contraídos con su Creador, debían participar del “fruto prohibido”, lo que equivalía a decir: Debemos optar por ser creadores, de multiplicar y henchir la tierra tal como nuestro Padre nos comisionó, conste que no estoy empleando la palabra “ordenó” o permanecer en este estado vegetativo totalmente ajeno al propósito de nuestra existencia.
El “pecado original”  es una carga impuesta sobre los mortales, por quienes se han adjudicado las atribuciones de imponer determinadas conductas, marcando cual ganado preparado para el matadero, a cada niño que ha venido al mundo, sin darnos cuenta que cuando abren sus ojos, se encienden en sus pupilas, una luz de esperanza para toda la humanidad.

Debemos referirnos al capítulo seis del Génesis, porque consideramos a estos poquísimos versículos, como una pieza clave, para comprender mejor las condiciones imperantes en el comienzo de los tiempos.
Como hemos mencionado, la tierra estuvo habitada por los hijos de Dios venidos a colaborar tanto en las diferentes etapas de su creación, como posteriormente, controlar que todo se desarrollase tal como había sido previsto en su planificación.
Siguiendo esta línea de pensamiento podremos respondernos algunas interrogantes un tanto incómodas de plantear, nos referimos a los descendientes de Adán y Eva, si pensamos que ellos estaban solos, tendremos que llegar a la conclusión de que debieron existir relaciones incestuosas, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, etc etc. única forma de que partiendo de dos lleguemos a constituir verdaderas naciones.
Además, Moisés , a medida que va identificando las genealogías, también va mencionado las artes, oficios y habilidades de cada uno, en una demostración de que evidentemente hubo una gran evolución y crecimiento no solamente en cantidad de personas sino también en la calidad de vida que habían logrado.
Pues bien, este capítulo seis, nos dice textualmente: que los hijos de Dios viendo la belleza de las hijas de los hombres, las tomaron para sí, formando parejas con ellas, pensamos que Moisés, seguramente por recato, o posteriormente el recorte de la censura, no nos menciona que las hijas de Dios, que también se encontraban presentes, viendo la belleza de los hijos de los hombres, también formaron parejas con ellos.
Este es nuestro Génesis, así está escrito, no hemos violentado ningún pasaje de los escritos de Moisés, a lo sumo nos hemos atrevido a decir lo que nadie se anima a mencionar, ya sea por desconocimiento o por el temor de que desde las tinieblas lleguen los verdugos que nos quemen en la hoguera.
Hugo W. Arostegui

No hay comentarios:

Publicar un comentario