domingo, 25 de octubre de 2015

Recordando A Krishnamurti

Conocerse a sí mismo en la relación de persona a persona

El conocimiento propio no depende de ninguna fórmula. Uno puede ir al psicólogo o al psicoanalista para descubrir lo que uno es, pero eso no es conocimiento propio.
El conocimiento propio surge cuando nos damos cuenta de nosotros mismos en la relación, la cual nos muestra lo que somos de momento en momento.
La relación es un espejo en el cual nos vemos tal como realmente somos.
Sin embargo, la mayoría somos incapaces de mirar lo que somos en la relación, porque de inmediato empezamos a condenar o justificar lo que vemos. Juzgamos, valoramos, comparamos, negamos o aceptamos, nunca observamos realmente ‘lo que es’, y para casi todos parece que esto es algo muy difícil de hacer.
Sin embargo, observar “lo que es” es en sí mismo conocimiento propio.
“Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro, ¿no tiene que haber una mente que sea por completo anónima y que, por lo tanto, esté creativamente sola? Esto implica, ¿no es así?, que tiene que haber una rebelión contra el conformismo, contra la respetabilidad, porque el hombre respetable es el hombre mediocre, debido a que siempre desea algo; porque su felicidad depende de la influencia, o de lo que piensa su prójimo, su gurú, de lo que dice el Bhagavad Gita o los Upanishads o la Biblia o Cristo. Su mente jamás está sola. Ese hombre nunca camina solo, sino que siempre lo hace con un acompañante, el acompañante de sus ideas. ¿No es, acaso, importante descubrir, ver todo el significado de la interferencia, de la influencia, ver la afirmación del «yo», que es lo opuesto de lo anónimo? Viendo todo eso, surge inevitablemente la pregunta: ¿Es posible originar de inmediato ese estado de la mente libre de influencias, el cual no puede ser afectado por su propia experiencia ni por la experiencia de otros, ese estado de la mente incorruptible, sola? Únicamente entonces es posible dar origen a un mundo diferente, a una cultura y una sociedad diferentes donde puede existir la felicidad.” El libro de la vida de Khrishnamurti

Hace unos cuántos días que vienen a mi mente las palabras de Krishnamurti las cuales había oído por primera vez en Montevideo, en la época de mis años jóvenes, recuerdo que participé invitado por amigos a una conferencia que se realizaba en la Sociedad Teosófica y como incursionábamos en el estudio de La Filosofía, en la Facultad de Humanidades y Ciencias, en el viejo local de la calle Juan Lindolfo Cuestas, encontramos muy interesante la concurrencia.

Recuerdo que la primera impresión que tuve ante este hombre de edad madura y mirada penetrante es que sus palabras estaban dirigidas a personas ausentes, que las cosas que manifestaba me llegaban como provenientes de un lugar que me resultaba vagamente conocido, algo que desde muy adentro pugnaba por el intento de identificarse, de liberarse, como si estuviese maniatado por una telaraña de preconceptos e ideas, implantadas desde vaya uno a saber cuántas generaciones anteriores, generándonos tanto a mí como a quienes me acompañaban, esa extraña sensación de estar encapsulados dentro de una mente cautiva y dependiente de su entorno “socialmente correcto”

Lo cierto es que ante mí, se abrían de par en par las puertas de mi intelecto, todo cuánto pretendía conocer, todo cuánto constituía “mi bagaje” de conocimiento académicamente adquirido, se precipitó encima, como una estantería plagada de libros de texto, escritos religiosos, etc., todo el entramado del pensamiento “occidental y cristiano” se mezclaron unos a otros, perdiendo su exclusividad en cuánto su “verdad verdadera” para mostrar impúdicamente su extrema desnudez, su absoluta interdependencia con el “pensar de los otros” y que cuánto intelectualmente nos cubría, no eran más que unas inútiles “hojas de parra” con las cuales pretendíamos, como hasta ahora, cubrir nuestra desnudez ante los ojos del “Gran Creador” de nuestros días.

Los años han pasado desde aquellos días de nuestra juventud, pero esa primera impresión ante la inmensidad y grandeza del intelecto humano permanece indeleble en cada una de nuestras manifestaciones.
Hugo W. Arostegui


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