sábado, 9 de abril de 2016

Comunicación: Aporte metafísico

Voy a intentar abordar un tema, que seguramente, es uno de los cuales hemos oído hablar más, desde los albores de nuestra toma de conciencia de que somos parte de un mundo que nos rodea.

 Quién de nosotros no ha sido testigo, de las diversas formas, en que, nosotros los humanos, nos explicamos y transmitimos la noción, de que existe un Dios omnipotente, que escucha nuestras oraciones y súplicas, y al cual debemos recurrir cuando nos vemos en dificultades que superan nuestra capacidad de resolución.

En nuestro entorno, siempre nos han rodeado imágenes de rostros idealizados, las cuales representan, a hombres y mujeres, que han dejado de ser, precisamente, hombres y mujeres, para ser recubiertas por un halo solar, que las convierten en poderosos mediadores, entre nosotros, los pecadores mortales, sujetos a un cuerpo de carne y hueso, sexualmente definido, y nuestro creador al que llamamos Dios.

Estas imágenes de personajes asexuados que han superado las limitaciones de la carne, nos son presentadas, como  personajes santificados, cuando utilizo el término asexuados, es porque jamás les veremos en una relación directa con el sexo opuesto, las que han nacido mujeres, son vírgenes, y los que se nos representan como varones, son castos y santos, nunca les veremos asociados a lo que llamamos una vida en familia.

La salvedad a estas imágenes, que se han enquistado en nuestro subconsciente, es la de la “sagrada familia” compuesta por José, María, y el niño Jesús, pero claro, acompañada por la correspondiente aclaración: que José no es el padre de Jesús, y que María, es madre, pero “sin pecado concebida” por obra y gracia del Espíritu Santo, dándonos el mensaje, de que todos los demás concebidos en este mundo, nacemos bajo el signo pecaminoso de “ las debilidades de la carne.”

El mundo occidental y cristiano, al cual pertenecemos en estas latitudes, ha sido impregnado de éstas imágenes, todas las religiones que se sustentan de este tronco inicial, recompuesto a la voluntad, interés, y capricho, de un poderoso emperador, llamado Constantino el Grande, de una forma u otra, rinden tributo a este personaje, de carne y hueso, como cualquiera de nosotros, pero que contaba con la poderosa arma del poder, y de los recursos que de éste emanaban, para condicionar desde entonces, nuestro modo de pensar y adorar.

Existen a nuestro alrededor, innumerables evidencias de lo que estoy expresando, son tan obvias, que ni siquiera me voy a tomar el trabajo de especificarlas, si algunos, de  los posibles lectores o escuchas de esta exposición que estoy realizando, no las han descubierto aún, de nada les servirá continuar con la lectura, pues las escamas que cubren sus ojos espirituales, les impedirán observar el entorno del paisaje que intento desplegar ante vosotros. 

“Entonces Saulo se levantó de la tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole de la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.”
                                                                                                                      Hechos   9: 8 - 9

Crecemos, con la sensación de desamparo, propia de criaturas mal nacidas, a las cuales, hay que de alguna manera “purificar” del estigma de su concepción, todavía hoy en día, se toman a estas inocentes criaturas, a las cuales se les acompaña con padrinos y testigos para ser lavados por unas gotas de agua que simbolizan su bautismo, una especie de rescate de su condición original.

“ He aquí, te digo que el que supone que los niños pequeños tienen necesidad del bautismo se halla en la hiel de la amargura y en las cadenas de la iniquidad, porque no tiene fe, ni esperanza, ni caridad; por tanto, si fuere talado mientras tenga tal pensamiento, tendrá que bajar al infierno.

Porque terrible es la iniquidad de suponer que Dios salva a un niño a causa del bautismo, mientras que otro debe perecer porque no tuvo bautismo.

“ ¡ Ay de aquellos que perviertan de esta manera las vías del Señor !, porque perecerán, salvo que se arrepientan.

He aquí, hablo con valentía, porque tengo autoridad de Dios; y no temo lo que el hombre haga, porque el amor perfecto desecha todo temor.

Y me siento lleno de caridad, que es amor eterno; por tanto, todos los niños son iguales ante mí; por tanto amo a los niños pequeñitos con un amor perfecto; y son todos iguales y participan de la salvación.

Porque yo sé que Dios no es un Dios parcial, ni un ser variable; sino que es inmutable de eternidad en eternidad.”
                                                                                                                      Moroni 8: 14 – 18

Estoy recorriendo caminos alternativos, es decir, que para que pueda llegar al punto central que motiva esta exposición, considero necesario, ir incorporando algunos aspectos, que hacen a nuestra percepción individual, del grado de desarrollo que hayamos alcanzado, en todo aquello que nos identifica como hijos de Dios.

Estas señales nos ayudarán a descubrir, por nosotros mismos, si hemos logrado realmente establecer una verdadera comunicación con Dios, si creemos que es posible que ocurra realmente esa comunicación, y si lo consideramos posible, si pensamos que sea imprescindible, la mediación de terceras personas para alcanzar este fin.

Considero que establecer comunicación con otra persona, significa, que la información que le hemos transmitido, ha provocado en esa persona, algún tipo de reacción, que nos permita verificar que sí ha captado nuestro mensaje.

Si no hemos logrado obtener algún tipo de respuesta, significará, que lo que hemos estado haciendo no ha pasado de una simple emisión de señales que no han podido establecer contacto con él, o los destinatarios, del mensaje enviado.

Lo que debe quedar claramente establecido, es que sólo se puede considerar que hemos logrado una comunicación, cuando obtenemos como respuesta, algún tipo de reacción a nuestros requerimientos, sin acuse de respuesta, no existe comunicación.

Ante lo que hemos expuesto, relacionado a la comunicación; si tuvieras que responderte a ti mismo, ¿ cómo considerarías tu relación con Dios ? ¿ haz logrado establecer una comunicación con él ? o piensas, que lo que has estado haciendo hasta ahora, no ha sido otra cosa, que simplemente emitir sonidos, sin pretender siquiera obtener una respuesta.

Si tu caso es, que siempre haz querido comunicarte con Dios, y no sabes, cómo obtener una respuesta, que te confirme que tu petición ha sido escuchada, permíteme que ponga a tu alcance algunas sugerencias que pueden ayudarte:

Lo primero que debes considerar, es que tu eres realmente, un hijo amado de Dios.

Tú, al igual que el más destacado de tus hermanos, haz venido ha este mundo dotado de facultades, que se te han otorgado para bendecir tu vida, y la de aquellos con quienes te relaciones, potencialmente posees todos los atributos inherentes a una criatura de origen divino.

Tal condición, la de hijo de Dios, te da el derecho de invocarle cada vez que lo estimes necesario, todo hijo puede y debe estar en contacto con sus progenitores, pero lo que tú ni nadie puede hacer, es apropiarte de Dios, tenerlo a tu disposición, eso no puedes hacer.

Cuando tu te comunicas con Dios a  través de la oración, tu invocación se elevará a los cielos y será escuchada, aunque tu te encuentres en ese momento, en el patio trasero del mismito infierno, nada puede escapar al conocimiento de Dios, y menos cuando se trata de uno de sus hijos el que está clamando por él.

Ahora, una cosa es que Dios, sepa lo que  te está ocurriendo, y otra cosa, es que tú estés en condiciones de escuchar su respuesta.

Veamos:

Cuando tu llegaste a este mundo, no lo haz hecho solo, tu padres celestiales, han dispuesto que uno o más ángeles te acompañen y protejan, ellos siempre responden por ti, aunque tu no te recuerdes de Dios, el recibirá un reporte diario de todo lo que está pasando contigo, ¿ te haz puesto a pensar en esto ?

Tú, nunca estás sólo, aunque vivas en una ermita en el medio del desierto.

El cuerpo que tu posees, es tu palacio personal, no eres el propietario, sólo lo estás ocupando, se te ha confiado un cuerpo creado del polvo, y algún día ese polvo volverá a la tierra que lo produjo, pero mientras tu lo ocupes, eres responsable de su cuidado y de su bienestar, con ese cuerpo que tu tienes, puedes alcanzar el objetivo que te habías propuesto, cuando aceptaste, venir a cumplir tu experiencia terrenal.

“¿ No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros ?

Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
                                                                                                       1 Corintios   3: 16 –17

Comparando tu cuerpo físico con una casa, especialmente la que puedas construir en tu propia mente, ¿ en que condiciones la tienes actualmente ? ¿ cuales son los ambientes que haz acondicionado ? ¿ a quiénes invitas a visitarla ? ¿ tienes un lugar para tus ángeles y otro para Dios en la mansión de tu mente ?

“Pasé junto al campo del hombre perezoso.

Y junto a la viña del hombre falto de entendimiento;

Y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos,

Ortigas habían ya cubierto su faz,

Y su cerca de piedra estaba ya destruida.

Miré, y lo puse en mi corazón; Lo vi, y tomé consejo.”
                                                                                                                      Proverbios 24: 30 – 32

Si tu necesitas de tus padres, y quieres que vengan a ti para ayudarte, lo menos que se espera que hagas es que tengas un lugar donde recibirles, piensa en tus padres terrenales, ¿ de que manera te gustaría recibirles en tu casa ? cuando tu oras a Dios, lo que haces es invitarle a escucharte, a estar contigo, a brindarte consuelo y a que te bendiga con su amor.

Es bueno que realices un ejercicio mental, en el cual puedas imaginarte, que eres el ocupante de una hermosa mansión, tan confortable y agradable, como seas capaz de recrear en tu mente.

Si logras esta imagen mental, intenta recorrer todos los ambientes que le hayas incorporado, y recorre con tu vista interior los elementos que integran cada uno de esos lugares, evalúa todo lo que haz escogido para cada lugar, cuales han sido tus prioridades, cual es el clima que se respira, que soporte estético le incorporaste, que sentimientos te embargan cuando observas todo lo que tu mente ha construido.

Recuerda que ese es tu hogar celestial, nada ni nadie puede quitártelo, tu has hecho de ese lugar un tesoro de valor incalculable y en ese reducto donde moras, que haz construido con amor, sólo tu decides lo que pueda suceder, tu eres su creador.

“No temáis manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha complacido daros el reino.

Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye.

Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”
                                                                                                                      Lucas  12: 32 – 34

Cuando tu mente se acostumbre a imaginar lo que tu corazón desea, podrás comprenderte mejor, es posible que tus deseos no recorran la misma órbita, que la que recorren tus acciones diarias, y si te encuentras en esta situación, podrás entonces darte cuenta, solo, y sin ayuda, de los por qué, el camino que recorren tus ruegos a Dios, no se encuentra con las respuestas que tu amado Padre te envía.

“... y os diré de la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados.

He aquí, salí a cazar bestias en los bosques; y las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuánto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente.

Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos.

Y vino a mí una voz, diciendo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido.
                                                                                                                         Enós 1: 2 – 5

Usa tu mente y tu corazón y reflexiona sobre lo que ahora voy a decirte, hasta ahora hablamos de que somos hijos de Dios, de que el nos ama y anhela nuestro bienestar, pero ocurre que todos nos sentimos extraños ante Dios, hay algo que no cierra, en nuestro interior, nos sentimos como hijos huérfanos de madre, nuestro Padre que está en los cielos nos ama, somos fruto de su amor, pero en nuestra partida de nacimiento, en la doctrina de las distintas religiones cristianas, no figura nuestra madre.

¿Seremos acaso, hijos de Dios el Padre y de una madre desconocida?

Voy a dejarte un sendero de pistas, por si se despierta en ti, el deseo de iniciar la búsqueda de tu madre celestial, porque sin duda la tienes, y, mucho más cerca de lo que te imaginas.

Se nos han dado muchos ejemplos del amor de Dios en las escrituras, Jesús, en sus enseñanzas, comparó el amor del Padre, con el que nosotros mismos brindamos a nuestros propios hijos:

“¿ Que padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra ? ¿o si pescado, le dará una serpiente ?

¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

¿Has pensado en los atributos que una madre celestial debería poseer? ¿sería esta madre celestial, un modelo a seguir, por las mujeres madres en esta tierra?

Si sientes un sentimiento tierno hacia tu madre terrenal, ¿piensas que ella sería capaz de abandonarte? ¿o de negarte su consuelo ? ¿acaso no ha estado junto a ti y no te ha protegido? ¿ acaso no ha sido ella la primera voz que te ha orientado en la vida?

Si aún continúas por la senda de pistas, reflexiona sobre estas palabras de Juan:

“Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo; y estos tres son uno.

Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan.”
                                                                                                       1 Juan 5 7 –  

Cuando llegaste a este mundo, cuando irrumpiste por primera vez en un llanto de vida, ¿quién ha estado a tu lado? tu madre, el agua que te cubría en el vientre, y la sangre del cordón umbilical que te mantuvo unido a ella.

Si tuvieses que identificar los atributos maternos en las palabras de Juan, ¿cuál de los personajes descriptos por él, cuando menciona a:  el Padre, al Verbo, y al Espíritu Santo, se asemeja más.

Los tres constituyen una unidad, y esa unidad tiene su símil terrenal, y ese símil no es otro que: Tu padre, tú, que eres el verbo, y tu amada madre que te dio a luz.

Quizás ahora, luego de transitar por esta senda, podrás encontrar en las enseñanzas de Jesús, un sentido diferente, mucho más amplio y consistente, referente a los sentimientos del Salvador hacia el Espíritu Santo, leamos:

“De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean;

pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno. ”
                                                                                                                                     Marcos 3: 28 – 29

Te recuerdas cuando eras niño y jugabas con tus amigos, y aún ahora siendo ya un adulto, cualquier cosa podías permitir que te hicieran, todo podía ser perdonado, pero jamás permitirías que alguien ofendiese a tu madre, ella es para ti algo sagrado, algo que sitúas muy cerca de Dios.

Ahora, con esta imagen materna en tu mente, escucha estas palabras de Jesús:

“Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle.

Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan.

El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?

Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos.

Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”
                                                                                                                                     Marcos 3: 31 – 35

Una lectura distraída de este relato, nos dejaría la impresión, de que Jesús estaría de alguna forma, menospreciando a sus hermanos y a su madre terrena, o por lo menos, no hace ninguna diferencia entre ellos y las demás personas que le acompañaban.

Pero, leamos nuevamente con mayor atención:

¿Qué estaba haciendo Jesús cuando llegaron su madre y sus hermanos? la respuesta es que estaba enseñando sobre el Espíritu Santo, ahora bien, ¿que mejor ocasión se le podría presentar para una explicación práctica sobre ese tema?

¿A quiénes comparó Jesús que son sus hermanos, hermanas, y su propia madre ?

Leamos nuevamente el último versículo:

“Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”

Cuando hacemos la voluntad de Dios, ¿cuál es la promesa que recibimos? ¿no nos han enseñado que el Padre nos ha prometido la asistencia del Espíritu Santo?

Entonces, quiere decir, que aquellos que son obedientes y viven dignamente, tienen la presencia de su madre, la cual es la misma madre espiritual de Jesús.

Cuando nos juntamos bajo la influencia del Espíritu Santo, Jesús, el salvador del mundo, se encuentra rodeado de sus hermanos, de sus hermanas y de su madre,          ¿entiendes?


Hugo W Arostegui


                    



 



 

 

 





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