lunes, 4 de abril de 2016

Un día, en nuestra vida.


No hay dudas que, por más que uno quiera tratar de ignorarlos, no todos los días son iguales, hay algunos que por su significado nos hacen sentir la enorme incidencia que tienen en nuestras vidas.
Distribuidos a lo largo del calendario,  se erigen como hitos, como mojones que marcan secuencias importantes en el ya largo camino de toda una vida.

Cuando  les llega el turno, no precisan ser anunciados, no dependen de nuestra memoria, ellos tienen vida propia y nos la hacen saber, indudablemente, no se registran en nuestra mente, estos días están grabados a fuego en nuestro corazón.

Hubo una primera vez, en mi niñez, que supe el nombre de uno de ellos, ese día no era simplemente un 20 de abril, ese día, sin que yo tuviese clara conciencia de las circunstancias, ese día, era el día de mi nacimiento y desde entonces, año a año, su llegada, marcaba, como cuando viajamos en un taxi, la caída de una ficha, que nos indicaba el tiempo transcurrido y el valor acumulado de nuestro trayecto.

Hace  mucho, yo diría que desde siempre, mi cumpleaños y yo, nos encontramos el uno al otro en solitario, como  que ,si no nos atendíamos mutuamente, nadie más se daría cuenta de que ambos estábamos presentes, así ha sido hasta nuestros días, con algunas , muy pocas, excepciones.
Así que, las próximas veinticuatro horas, nos pertenecen a ambos, sólo nosotros dos nos conocemos como nadie nos podrá conocer jamás y atesoramos, todas y cada una, de las alternativas  tan marcantes, que la vida , nos ha deparado, y sólo ella, la vida, nos dirá, algún día, cuándo esta íntima relación, llegará a su fin.

Lo cierto es que así ha sido, y seguramente, así será cada año, desde muy pequeño supe que las cosas no serían nada fáciles para mí, la realidad y crudeza de la vida me lo estaban enseñando cada día, en mi entorno escaseaban las manos protectoras a quién recurrir o de quién esperar algún tipo de atención o cobertura, si algo pretendía, no habría Papá ni Mamá, no porque no los tuviese, los tuve, pero lejos, muy lejos estaba, en la inmediatez de sus prioridades, el poder atenderme adecuadamente, ni mucho menos, el tratar de satisfacer de alguna manera, por modestas que fuesen, mis necesidades básicas.

Cuando llegó mi sexto cumpleaños, me puse a trabajar, dicho de esta manera, parece algo trivial , al menos así me parece a mí, porque no obstante ser este hecho conocido por muchos, jamás nadie dio muestras de sensibilidad alguna, ¿así que trabajas desde los seis años de edad? , Que bien, te felicito!  y eso era todo.

Como no tengo intención de convertir este artículo en un relato melodramático, no voy a incursionar en mayores detalles de lo que significa en la vida de un niño de seis años, la decisión de ponerse a trabajar con la finalidad de no solamente autoabastecerse de sus propias necesidades, sino, además, poder brindar ayuda a aquellos de su entorno que necesitaban tanto o más que el.

Si a lo que intento describir le agrego el hecho de que vivo solo desde que tengo once años, y cuando digo solo, es simplemente eso, solo, sin protección ni ayuda familiar, esto es, ni más ni menos, que enfrentar la vida,  cual si fuese un adulto dueño de su destino.

Ahora, amigo lector, si usted se pregunta cómo pudo suceder esto, si la situación que describo no implica lo que ahora se conoce como violencia doméstica, que un niño sometido a este tipo de experiencias, ha corrido serios riesgos, que pudo ser muerto, violentado, explotado, que pudo ser un delincuente, un drogadicto, un depravado, etc. etc., yo solo puedo responderle que por supuesto, claro que sí, pudo ser todo eso y mucho más.

Es en estos momentos de evaluación de lo que pudo haber sido, que uno siente como un frió que le recorre la espina dorsal, uno sabe que a esa edad, un niño es extremadamente vulnerable, pero también las circunstancias extremas como las descritas, accionan fuerzas y recursos propios de las situaciones límite, que permiten vislumbrar un fino hilo conductor que separa las aguas entre el bien y el mal, y aunque aún no se perciben con claridad, se puede sentir la presencia de ángeles protectores, que asumen diversas identidades, rostros de nuestro entorno, que actúan cuando es preciso y nos dicen, de una forma muy peculiar, que están allí, para brindarnos su ayuda, pase lo que pase.

Tal sensación permanece en mí desde entonces, al punto, de que cuando alguien me pregunta: ¿Cuál ha sido la institución con mayor influencia en su formación profesional?

Mi respuesta inmediata no es otra que esta: yo he sido formado en la Universidad de los Ángeles, y, aunque podría, no me estoy refiriendo a la ubicada en Los Ángeles, California.

Como puede apreciarse, hay días de nuestra vida que guardan un significado muy peculiar, resulta obvio, que no dependen del calendario, lo escrito en este artículo seguramente no agota todo lo que podríamos decir de este día en particular, simplemente lo mencionamos como al pasar, para que el lector pueda intuir en su fuero íntimo, cuantas cosas se anidan en la mente y el corazón, en  un día como el de hoy.


Hugo W. Arostegui   

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