lunes, 17 de abril de 2017

Ascesis



Del griego "áskesis" (ejercicio, preparación para una prueba). Término procedente de la práctica gimnástica que Platón aplicará al ámbito de la moral para referirse a la actividad del alma en pos de su liberación de lo corporal, a fin de regresar a su lugar de origen. 

Los estoicos lo utilizaron en un sentido similar, como ejercicio de abstinencia del alma para controlar las pasiones y el pensamiento. 

Esta característica de la ascesis, como ejercicio de abstinencia, de privación, de alejamiento de lo sensible, es común también a varias religiones, como medio para conducir el alma a la unión con lo divino, o como simple ejercicio de expiación y purificación.

Para entender lo que realmente queremos, tenemos que aprender a someter el deseo inmediato al juicio de la razón.

Entre los numerosos deseos debemos seleccionar algunos que queremos realizar verdaderamente y concentrar en ellos la energía de la vida que se llama trabajo. ¿Cómo es posible jerarquizar los impulsos instintivos y ordenarlos dentro de una hipótesis de personalidad coherente?

Esta operación de jerarquización de los instintos y de unificación de la persona sólo es posible a la luz de la verdad sobre el bien de la persona.

La mentalidad común otorga un gran valor a la espontaneidad. En esto hay algo de verdad, especialmente como reacción a una pedagogía autoritaria y coercitiva de una fase histórica anterior que generó hipocresía más que una verdadera adhesión al bien.

Sin embargo, es preciso estar atentos a no hacer de la espontaneidad un ídolo. Muchas veces la elección espontánea que obedece a un impulso irreflexivo y no educado es también una elección equivocada y destructiva para la persona.

¿Qué sucede en una cultura que ha difamado la ascesis y desacreditado a la autoridad? Lo ha descrito muy bien Erich Fromm en un libro famoso hace tiempo, titulado Fuga de la libertad.

El joven que tiene miedo de sus impulsos y de la propia incapacidad de controlarlos y de disciplinarlos acepta depender del poder de la opinión dominante en su ambiente. En lugar de desarrollar un pensamiento crítico se rinde a lo que se dice, a lo que quiere quien tiene el control de los medios de comunicación de masas. Herbert Marcuse habla de sublimación represiva.

La sociedad permisiva ofrece al joven numerosas modalidades de satisfacción inmediata del instinto, pero precisamente de este modo hace más difícil la formación de una personalidad libre,  capaz de establecer su propia relación con la verdad y de hacer de esa relación la guía de la propia construcción social.

La educación «tradicional» invitaba a luchar por controlar las propias pasiones, a buscar la verdad, a orientar las pasiones según la verdad y hacia la verdad. El hombre llega a ser libre cuando reconoce la verdad. La obediencia a la verdad libera al hombre de la tiranía de las opiniones dominantes y también de la sumisión a los hombres. Temer a Dios es reinar. Quien teme a Dios no tiene miedo de los hombres.

Igualmente la obediencia a la verdad libera de la sumisión a las propias pasiones. Obediencia a la presión de las pasiones y obediencia al poder social externo pueden oponerse entre sí, como ha sucedido con frecuencia en el pasado. Hoy acontece lo contrario. El poder social se alía con las pasiones del alma para impedir que se forme una personalidad responsable y libre, para crear una masa libremente manipulable por quien tiene el poder.

Este es el problema de la educación en nuestro tiempo.

Está, por una parte, la libertad del instinto y, por otra, la libertad de la persona. La libertad de la persona supone que el sujeto es capaz de dominar su propio instinto y, de ese modo, llega a ser dueño de sí mismo.

El hombre que no llega a ser dueño de sí mismo mediante la ascesis acaba por sentir la libertad del instinto como una carga insoportable, no se orienta en los conflictos que surgen inevitablemente entre las diversas metas instintivas posibles y acaba por entregar de buena gana su libertad al poder social dominante.

El hombre que pide sólo satisfacción inmediata a sus pulsiones se entrega inevitablemente a quien puede darle esa satisfacción, y resulta infinitamente manipulable. El hombre pertenece a quien puede darle panem et circenses.

La satisfacción alucinatoria del deseo mediante el espectáculo televisivo sustituye el esfuerzo por realizar realmente las propias exigencias verdaderas.

Hugo W Arostegui









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