lunes, 4 de mayo de 2015

Debajo De La Epidermis



Dicen que la palabra cultura se puede asociar a esa tendencia natural que tenemos los autoproclamados “homo sapiens” de cultivarnos en cuánto a todo lo que se refiere a nuestra razón de ser, lo que vale decir que el concepto que tenemos de “razón de ser” se extiende a mucho más de lo que podamos apreciar tanto a nuestro entorno, digamos, exterior, como a las vivencias de carácter íntimo que vayamos experimentando y que por su relevancia tengan el poder de infiltrarse en las capas interiores de la consciencia.

Lo cierto es que cultura y cultivarse difieren en cuánto a su aplicación práctica uno puede creerse que el simple hecho de obtener cierta información de lo que se suele llamar como la práctica intelectual del conocimiento académico de ciertas disciplinas ya lo habilita a considerase como una persona con cierto grado de cultura aunque esa “cierta información” a la que hacíamos referencia no pase en los hechos de un cierto barniz superficial.

La superficialidad del comportamiento humano hace que cada vez más nos ocupemos de nuestra fachada, nuestra selfie pública, cuánto más nos exponemos, recurriendo a las redes sociales que nos divulgan en lo virtual, mayor serán los recaudos que utilicemos para mantenernos distantes totalmente ajenos al encuentro inevitable con “el” “o los otros” que intuimos cercanos, tan cercanos como lo puede estar nuestro teclado de la pantalla de un ordenador.

De esta forma actuamos como “si estuviésemos de paso” como si formáramos parte de una troupe, que desfila enmascarada por el “carnaval de la vida” dando y recibiendo descargas de nuestros pomos “lanza perfumes” nada penetra nuestros disfraces todo lo que demos o recibamos será fácilmente limpiado después de tanto jolgorio y si algo aun persistiese después de tanta confusión seguramente se ocultará detrás de alguna frase, de esas que tanto nos gusta “copiar y pegar”.

Las redes sociales deberían redefinir sus estrategias sobre todo en lo concerniente a lo conceptual, que entendemos por “amistad”, por ejemplo, no es posible que pretendamos compartir amparándonos en lo incognito de nuestra postura ¿quiénes somos? realmente, cuales son las intenciones de nuestros abordajes.

Cuando mencionamos la cultura, deberíamos considerar que cultura y trabajo son sinónimos, como pensamiento y acción, y que la máxima expresión de nuestro ser creativo es la manifestación natural y espontánea del esfuerzo y sacrificio que estemos dispuestos a prodigar al compartir el fruto de nuestra cosecha, entonces sí podremos entender “de la piel para adentro” conceptos tales como:   Empatía, Generosidad, Amistad, Desprendimiento y amor.

Nuestros muros deberían ser como los receptores de nuestra capacidad creativa una gran mesa que se despliega delante de todos para poder nutrirnos los unos a los otros, degustando el sabor inigualable de todo lo mejor que sepamos cultivar en el huerto de nuestra existencia, eso sí, definitivamente, será la mejor demostración de nuestra cultura.

Hugo W Arostegui

lunes, 20 de abril de 2015

Sabiduría Vacuna



Los brasileños cuando uno cumple años no dicen “feliz cumpleaños” como solemos decir los uruguayos sino que dicen y con muy buen tino “feliz aniversario”.

Siempre me ha causado una muy grata impresión esta expresión de mis hermanos brasileños con los cuales nos identificamos plenamente, considerando que compartimos una misma frontera que cual si fuera una línea de costura de doble trama nos mantiene asidos en una única tela que permanece inalterable uniendo nuestros sentires y corazones.

Nos parece que mencionar el aniversario de nuestro nacimiento contiene una connotación un tanto diferente, es como si tuviese implícito en la mención “aniversario” toda una invitación a la reflexión sobre el tiempo transcurrido y lo que hayamos hecho entre uno y otro ciclo de nuestra vida cual si fuese una línea imaginaria, como mojones incrustados en el sendero que nos van indicando el rumbo que tomamos en el devenir de los acontecimientos.

Y ya que estamos introduciremos a nuestra vaca en relación a la enseñanza impartida por nuestros mayores en aquellos tiempos en que recién comenzábamos a tomar conocimiento del maravilloso mundo que nos rodea.

Resulta que cuando el suscrito era niño y asistíamos a la escuela primaria, nuestra maestra nos hizo una representación de un tema sobre el cual deberíamos realizar una redacción para demostrar cuánto habíamos aprendido sobre el mismo.

El tema en cuestión, del cual no me habría de olvidar jamás, era el siguiente: “La Vaca Es un Animal Rumiante” yo, como bien dije, era muy inquieto y bastante travieso para la corta edad que tenía y la verdad es que me tomé el tema como si este fuera una diversión más de las tantas que se me ocurrían durante el horario escolar, lo cierto fue que le arruiné el tema a la disertante y como corolario de tanta “viveza criolla” que en aquel entonces pretendía poseer, me pasaron tomado de la oreja a la dirección y me asignaron escribir en el pizarrón que estaba situado al frente de la clase, nada más y nada menos que la siguiente frase “la vaca es un animal rumiante” repetida en la módica secuencia de quinientas veces, sí, como lo pueden apreciar, quinientas veces y ahora, después de tantos aniversarios, alguien me podrá mencionar que esto era una flagrante demostración de “maltrato infantil”.

Lo cierto es que desde esa oportunidad me recuerdo frecuentemente del proceso rumiante de las vacas y por esa circunstancia mastico y mastico varias veces todo lo que voluntaria o involuntariamente ingiero o me hacen ingerir en este tan intrincado proceso de las relaciones humanas.

Aprovecho esta oportunidad para agradecer los buenos augurios que me han enviado con motivo de mi aniversario, con la salvedad de que si demoro en responder se le debe adjudicar a mi lento proceso de rumiar, proceso en el cual extraigo todas las nutrientes contenidas en las experiencias compartidas con todos aquellos que de una u otra manera le han puesto sabor a mi vida.

Hugo W. Arostegui