martes, 8 de febrero de 2011

Nosotros: Los Humanos


Esta mañana, al levantarme, se instalaron en mi pensamiento, una sucesión de imágenes intermitentes, como las luces que adornan los arbolitos de navidad, donde aparecían personas de distintas razas, que a medida que surgían, iban conformando un mosaico multicolor, en el cual se podían apreciar las múltiples facetas expresivas que nosotros, los humanos, hemos sabido cultivar a lo largo y ancho del planeta que habitamos, desde mucho antes de que la historia comenzase a registrar y luego intentar  ordenar y compilar, las distintas versiones ,que sobre nuestro origen y razón de ser, se nos han querido transmitir, como un preciado legado de los dioses, a nuestras ansias de saber y comprender, las incógnitas y los por qué, de nuestra  presencia en un habitad compartido con una infinidad de especies a las cuales consideramos inferiores ,y por ende, sometidas a nuestro arbitrio y voluntad.


Si quisiéramos encontrar un denominador común, para toda la gama de sensaciones que germinan en nuestro huerto ancestral, todo parece indicar que las semillas que han dado origen a nuestra especie, han provenido de viveros situados en el exterior de este planeta, lo que nos convierte en algo así como extraterrestres, sentimos en nuestro fuero intimo, que provenimos, al nacer, de algún lugar lejano , donde estábamos mucho mejor de lo que podamos lograr estar en este mundo, que mirado de esa manera, se parece más a un lugar de prueba, donde tendremos que vivir la ley de obediencia y sacrificio, y anhelar la intervención divina para limpiarnos del pecado original, consecuencia de la desobediencia heredada de nuestros primeros padres.

Esas imágenes, a las cuales hago referencia, son una representación de un “yo” colectivo, o mejor dicho, un “yo” y un “tu” colectivo, pues resulta inadmisible concebirme a mí mismo,  en prescindencia del otro, o los otros, los demás tu, que conjuntamente conmigo, conjugan el verbo que desde el principio dan sentido a todo lo humano.

El evangelio de Juan, en sus palabras introductorias, nos intenta ayudar en la comprensión de su mensaje, hablándonos de este verbo, para que lo incluyamos en nuestra comprensión lectora, sin la presencia de este verbo, nos resultaría imposible conjugar lo humano, con su entorno, el material y visible y su complemento esencial, lo trascendente.

Ambos, el polvo utilizado en la conformación de  nuestra forma física, y el soplo de vida que nos puso en movimiento, constituyen  el verbo, la combustión esencial  que  da sentido a todas las expresiones de la creatividad, la facultad de  “vislumbrar la idea”  de las cuales se nutren todas las  inteligencias.

El Apóstol Juan se expresa así:



“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,  y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.”
                                                                                              Juan 1:  1-5

Estas palabras que el Apóstol Juan, escoge como preámbulo , a su relato de las enseñanzas impartidas por su divino maestro, intenta orientar a los receptores de sus escritos, en lo que considera  básico y esencial, para quienes pretendan incursionar en la nueva doctrina, la que rompe los yugos impuestos por la tradición, la que considera a todos los hombres desde la óptica de su esencialidad:  La criatura humana es hija de Dios, creada a su imagen y semejanza,  imagen que se materializa en el crisol de la diversidad de razas, sin etnias prevalecientes  en desmedro de las otras, el Verbo de Dios, universaliza la proclama.  

La misma proclama expresada en el meridiano de los tiempos, la que recibieron los pastores que guardaban la vigilia del rebaño, en aquella tardecita de primavera, en el pueblo de  Belén:

“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra Paz y Buena Voluntad entre los hombres”

Hugo W. Arostegui

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