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jueves, 1 de junio de 2017

Lejos Del Vértigo


El culto a la velocidad nos está ganando la partida a muchos. Sin darnos cuenta o siendo consciente de ello, la mayoría en algún momento (o todavía), llevamos una vida acelerada, un vida llena de complicaciones, de estrés, de exigencias, de camino hacia el éxito u obtener lo que deseamos, tanto material como profesionalmente, que el acelerar nos gana.

Frases como “El tiempo es oro”, “Al que madruga Dios le ayuda”, “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, “El tiempo y su pésima costumbre de pasar lento cuando quieres que pase rápido”, “No pierdas el tiempo”, “El tiempo apremia”, “No tengo tiempo”, están a la orden del día y las hemos hecho nuestras. Son creencias sobre las que actuamos y decidimos. Desde que despertamos, lo primero que vemos es el reloj para saber si “estamos tarde” o “tenemos tiempo”.

Vivimos en un mundo de prisa en el cual no es fácil ir más despacio. Sin embargo, es conveniente. 

De hecho, en el mundo existe un movimiento llamado Slow, que propone y justifica la lentitud como un método de vida. Ahora bien, no es que vayan en contra del crecimiento o que proponga el ocio, sino que, según ellos y como dijo el revendo Gary James en uno de sus discursos, la vida “requiere momentos de esfuerzo intenso y ritmo apresurado, pero también necesita una pausa de vez en cuando...., un momento sabático para determinar el rumbo que estamos siguiendo, la rapidez con la que queremos llegar a nuestro destino y, lo que es más importante, por qué queremos ir ahí”.

Se trata de dejar ir en automático. A veces la gente va con prisa por las calles, simplemente por costumbre o porque los demás lo hacen.


“Reducir la velocidad, un esfuerzo que vale la pena, aporta calma al interior. Disminuir la velocidad elimina el estrés constante que provoca la falta de tiempo suficiente. Nos permite descansar y recargar nuestro cuerpo y mente. Mejora nuestra dieta y el medio ambiente en que vivimos y fortalece nuestras relaciones y colectividades. Provoca la mirada interior y hace surgir las preguntas más vitales: ‘¿Quién soy yo?’ y ‘¿Cuál es mi papel en el mundo?’. 

Encontrar las respuestas trae mayor profundidad y significado a la vida resultando en una sociedad más cohesionada en la que la gente se interesa por el bienestar de los demás. Además, reducir la velocidad nos permite ser más eficientes”, ha comentado el autor sobre su propuesta para cambiar el chip.

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