Vivimos en la dimensión temporal no sin cierta angustia,
pero pocas veces nos paramos a pensar en el tiempo, nuestro tiempo y cómo lo
estamos gestionando.
No vamos a hablar aquí de cómo organizar nuestra agenda o
cómo podemos sacarle más rendimiento a nuestras horas. Pretendemos reflexionar,
durante los minutos que invertirás en esta lectura del papel que tiene y que le
otorgamos a nuestro propio tiempo.
Sentimos el tiempo como un bien limitado que tenemos que
distribuir de forma óptima para llegar a todo lo que queremos llegar: trabajo,
relaciones, ocio, deporte… La sensación que tenemos la mayoría de las personas
es que 24 horas no son suficientes para cumplir con todos nuestros deberes,
satisfacer nuestras necesidades básicas y, además, hacer algo de lo que
disfrutemos.
¿Cuántas veces te has lamentado por no tener suficiente
tiempo? ¿Cuántas veces has criticado el ritmo de vida que te ves obligado a
llevar por el modelo social en el que vivimos, por el momento intergeneracional
en el que te encuentras (hijos dependientes, padres mayores…)? Probablemente
tus quejas tienen toda la razón de ser.
¿Tienes un minuto para pensar en tu tiempo?
Quizás ha llegado el momento de pararse a pensar con un poco
de calma en qué, cómo y por qué exactamente estás invirtiendo tu tiempo como lo
haces.
Por ejemplo, la mayoría de nosotros tendemos a organizarnos
el tiempo según lo que es urgente, priorizándolo a lo que es importante.
Algunas preguntas interesantes que nos podemos plantear son:
¿Quién decide realmente a qué dedico mi tiempo?
¿Soy yo quien determina aquello que es urgente?
¿Respeto mis necesidades y deseos cuando decido hacer una
inversión de mi propio tiempo?
¿De qué forma adquiero mis compromisos sociales,
familiares…?
¿Me planteo lo que realmente quiero yo cuando comprometo mi
tiempo?
¿Cuántos compromisos adquiridos evitaría si pudiera?
Seguro que una pregunta te llevará a otra mucho más concreta
respecto a tus dinámicas personales, haz que aparezcan e intenta responderlas.
Un primer paso es siempre tomar conciencia, darse cuenta, de qué y cómo estamos decidiendo sobre nuestro
tiempo y invirtiéndolo.
Solo desde una mirada consciente podemos observar los
mecanismos que nos arrastran dónde no queremos y que nos hacen sentir agotados,
alienados y frustrados.
Cuando criticamos que no tenemos tiempo en realidad estamos
criticando el modo en que nosotros mismos priorizamos. Por otro lado, la
saturación temporal nos impide centrarnos en la única realidad que existe: el
aquí y el ahora.
Nuestros “pendientes de hacer” colman nuestro pensamiento, con
lo que vivimos planificando el futuro y le prestamos escasa atención al momento
presente, lo que a la vez nos impide el proceso de darnos cuenta, de ser
conscientes de lo que realmente ocurre en nuestro interior y alrededor nuestro.
¿Qué podemos hacer?
Aunque las personas, los acontecimientos y la presión social
nos llenan la agenda, la responsabilidad sobre ella es nuestra y también cambiar
algo de lo que no nos aporta bienestar o nos imponemos hacer por miedo a perder
relaciones.
Si podemos ir más livianos de deberes, más libres, haremos las
cosas con mayor alegría, sin tanta sensación de no llegar a todo. Para ello es
importante, primero, aligerarnos. También es positivo olvidarse de las
comparaciones: podemos tener la sensación de que otras personas llegan a todo,
sin cansancio, con energía y buen humor… Pero los límites de los demás poco nos
cuentan de nuestros propios límites y aquello que llena y hace feliz al otro
poco nos aporta sobre lo que nos llena y hace feliz a nosotros mismos.
Estás a tiempo de reparar errores, de decir: ahora no, de disculparte si
hace falta y de priorizarte.
¡Nunca es tarde para decidir conscientemente sobre tu propio tiempo!
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