El desarrollo
humano es una experiencia que nace, como lo afirma S. Covey, “de adentro hacia
afuera”, es la oportunidad que tenemos para convertir la potencialidad en
realidad, es el desafío de encontrar contextos propicios para hacer que
nuestras capacidades sean valoradas por quienes hacen parte de nuestro círculo
de acción e influencia.
Somos la semilla
que está en permanente evolución y crecimiento y en algún momento dejamos de
ser un “futuro” para convertirnos en el presente que reclama la oportunidad de
continuar imaginando nuevos y mejores escenarios a los cuales llegar. Esa es
otra buena noticia, la realidad nunca llega a un final, siempre tenemos la
ocasión de ser llamados a protagonizar la historia compartida de nuestros
equipos de trabajo y contribuir allí con nuestros talentos.
El desarrollo
humano es una responsabilidad individual, no es de la organización, es un
proceso comprensivo que obliga a tomar decisiones que nos lleven a descubrir y
poner en marcha todas las capacidades que nos permitirán crecer y alcanzar los
objetivos que nos propongamos, y aquí radica otra fuerza oculta que puede
impulsar o frenar nuestro crecimiento.
Pueden las
organizaciones invertir mucho dinero, y lo hacen sin duda, en diseñar y poner
en marcha programas fantásticos orientados al crecimiento personal y
profesional, pueden contratar a los mejores oradores y conferencistas, y
también lo hacen, pero si no existe el motivo interno que dinamiza y moviliza
la voluntad de los participantes, no se obtendrán los resultados esperados.
A pesar de estar
condicionados por la comunidad que nos rodea, de estar siempre acompañados y de
recorrer los caminos de nuestra historia de vida en compañía de otros, somos
nosotros mismos los únicos responsables de lo que nos ocurre; estamos inmersos
en las consecuencias de las decisiones que hemos tomado, así nos dediquemos a
culpar a las estrellas, a nuestros antepasados o incluso a nuestros jefes o
nuestra pareja de lo que nos ocurre.
Es hora de “ponerse
en marcha” y asumir con responsabilidad el mando de nuestra vida, de
convertirnos en los líderes que transforman la realidad que nos rodea, de
interpretar como un signo positivo la función que nos ha sido delegada y
construir a partir de ella nuevas oportunidades que nos lleven a mejores
puertos.
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