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lunes, 13 de agosto de 2018

Autoexigencia

La autoexigencia tiene que ver con “querer hacer las cosas bien y esforzarnos para ello”, pero la mayoría de las veces no se toma en cuenta que también puede implicar un patrón de comportamiento poco saludable, que conlleva un sufrimiento para la persona que es autoexigente.

El sufrimiento ocurre cuando queremos ir más lejos de lo que nuestras aptitudes nos permiten y la relación entre nuestros recursos, conocimientos y habilidades versus nuestras metas, es desproporcionado. Hay que acompasar el “esto es lo que quiero” con “esto es lo que tengo para conseguirlo” y “esta es la realidad”. 

Se trata de conocer nuestros límites, saber cómo flexibilizarlos (explotando nuestros recursos, ajustando los que tenemos y los que nos hacen falta), gestionar, priorizar, armar un plan de acción y establecer una meta de manera realista. 

Si no, corremos el riesgo de que nuestros “límites” se transformen en “limitaciones”. En síntesis, el objetivo es lograr lo mejor posible dentro de nuestras posibilidades reales.

La brecha entre la baja autoestima y una autoimagen super idealizada (su prototipo) se instrumenta por medio de esta gran autoexigencia.
Prefiere instalarse en una falsa ilusión que confunde con la realidad. Es una persona que instrumenta una disciplina férrea en pos de conseguir su objetivo, siente una responsabilidad al respecto que lo excede emocionalmente, siente culpa si no cumple las tareas pautadas, a las que cumple con una minuciosidad más allá de lo razonable.

Sus propósitos y sus actos están teñidos por su actitud perfeccionista y su necesidad de control. Manejarse de esta manera le hace perder mucho tiempo y lo lleva a ser poco eficiente.

La inseguridad ante los posibles errores le dificulta el tomar decisiones, tolerar los cambios y la frustración.

El miedo y la culpa son tan intensos que lo paralizan.

Busca instrumentar mecanismos de control desmesurados para enfrentar la incertidumbre.

La autoestima es pobre, se valora por lo que hace y no por lo que es. Se rige más por la vía racional y las emociones están parcialmente bloqueadas. Esto se traduce en una dificultad en poder empatizar con el otro, lo cual le trae problemas en su vida privada y laboral.

No puede evitar sentir que los demás, en el fondo, lo juzgan con la misma vara alta que él lo hace consigo mismo. Esto lo lleva a seguir esforzándose sin tregua. A la vez, parece que nadie hace tan bien el trabajo como él, con lo cual no confía en los demás, no delega y se sigue sobrecargando más, aumentando el nivel de estrés y sus sentimientos de frustración e impotencia.

Siente que nunca es suficiente. La insatisfacción que siente con respecto a sí mismo se le va cronificando. Por su intensa necesidad de ser valorado y de no decepcionar a otros, y por una errónea evaluación de sus límites, se termina comprometiendo en cosas a las que no puede llegar por falta de tiempo y de fuerzas. 

Así termina muchas veces decepcionándose a sí mismo y a los otros, para quienes termina resultando no creíble.


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