miércoles, 5 de septiembre de 2018

La Mente Que Piensa

Los pensamientos de autoevaluación son particularmente seductores y convincentes. Aparecen en la mente disfrazados de verdad absoluta. Cuando aparecen pensamientos como: “No sirvo para nada”, “No soy querible”, “He defraudado a la gente” o “No tengo remedio”, enseguida nos quedamos atrapados en ellos y los separamos de otros comentarios internos como si fuesen verdades con autoridad.

En la psicología budista, la mente es descrita como un sexto sentido, que se suma a los cinco habituales (vista, oído, olfato, gusto y tacto). Desde esta perspectiva, del mismo modo que el ojo percibe todo tipo de formas, colores y luces, el oído toda clase de sonidos, y la nariz todos los olores, la mente percibe todo tipo de pensamientos: grandes y pequeños, hermosos y feos, interesantes y aburridos, sabios y ridículos, etc. 

La mayoría de las personas no se identifican a sí mismas con los colores y las formas que ven, ni con las texturas que tocan. Normalmente no pensamos, por ejemplo: “Soy verde claro” o “soy rugoso”, cuando vemos algo verde o tocamos algo rugoso. Pero los pensamientos, como objetos de la mente, son un poco distintos y, quizás porque son inmateriales e internos, somos más propensos a confundirlos por quienes somos.

Los pensamientos de autoevaluación son particularmente seductores y convincentes. Aparecen en la mente disfrazados de verdad absoluta. Cuando aparecen pensamientos como: “No sirvo para nada”, “No soy querible”, “He defraudado a la gente” o “No tengo remedio”, enseguida nos quedamos atrapados en ellos y los separamos de otros comentarios internos como si fuesen verdades con autoridad. Aunque esto no les ocurra a todas las personas, muchos tenemos la tendencia profundamente arraigada de desestimar las fantasías y otras categorías de pensamientos como fabricaciones de la mente, y, en cambio, tomamos cualquier juicio sobre uno mismo como una verdad absoluta. 

Esta es precisamente la razón de que el reconocimiento de que los pensamientos no son la realidad pueda brindarnos una gran paz emocional.

Dependiendo de su grado de elaboración, los pensamientos pueden ir de simples movimientos rápidos de energía de la mente, a pensamientos diferenciados, hasta ensoñaciones elaboradas. 

Es importante saber que no hay nada inherentemente negativo en la asociación libre y la ensoñación —en realidad son dos magníficas capacidades de la mente humana que se pueden utilizar de forma creativa—. El problema surge cuando no somos conscientes de nuestro proceso de pensamiento y sin darnos cuenta nos entregamos a pensamientos que dan lugar a juicios negativos, miedos, autocríticas, ira, preocupación, suspicacia, desconfianza y otras emociones que sabotean la paz de la mente y el equilibrio emocional.

Tal vez te preguntes: “¿Qué parte de mí es la que sabe que estoy pensando?” Vamos a llamarla “conciencia”. Aunque pueda parecer escurridiza, cuanto más llegues a conocerla y más aprendas a volver a ella y confiar en ella, más feliz serás. La mayor parte del tiempo, los pensamientos simplemente se producen sin ser conscientes de ellos.

La práctica de mindfulness no implica generar pensamientos voluntariamente, controlar los propios pensamientos ni tampoco manipularlos. Al contrario, supone ser consciente de los pensamientos como pensamientos, dejando que surjan y desaparezcan sin retenerlos ni rechazarlos. Esta capacidad de ser consciente de los pensamientos puede ser usada cada vez que te acuerdes de prestar atención, ya sea meditando o en la vida cotidiana.


Esta conciencia no es algo nuevo que necesites aprender. Ya está ahí y la tienes a tu disposición en cualquier momento, sin importar lo que está ocurriendo. La conciencia está ahí de forma natural, pero puede pasar inadvertida durante toda una vida, por lo que es necesario explorarla y conocerla experiencialmente. 

A medida que te familiarices con tu conciencia, te darás cuenta de que se puede convertir en tu refugio último, un lugar natural de equilibrio para la mente y el corazón, con una capacidad ilimitada para encontrarse con la experiencia y abrazarla.

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