Nadie imaginó que Venezuela llegaría a la tragedia
humanitaria que vivimos. Se visualizaron escenarios, se proyectaron índices, se
vaticinaron desastres, pero todos asumimos que era el infierno que debíamos
evitar mediante el ejercicio de la tradicional fraternidad venezolana que se
crece en los momentos de infortunio.
Pero lamentablemente entramos de lleno en
el infierno de la hecatombe económica y lo que nos espera para este 2018 son
días ciegos donde el desespero enfrentara cara a cara a los instintos básicos
para la supervivencia y la espiritualidad humana.
Actualmente en nuestro país es imposible vivir del trabajo
honrado, ningún ingreso, salario, sueldo, honorario profesional o pensión de retiro
es suficiente para el mantenimiento de la familia. La ilusión de los productos
regulados se terminó, no hay dólares para subsidiar nada, no hay producción
nacional y lo que pueda haber de almacén es tan poco que no debe alcanzar para
una semana de consumo nacional.
Este cuadro de necesidad extrema que nos coloca como un
ejemplo histórico a nivel mundial de pobreza auto infligida centra sus
esperanzas de superación en un cambio político que conduzca a la refundación
económica y a retomar el camino del trabajo como única fuente de bienestar y
progreso. Pero lamentablemente este cambio político se está viabilizando
mediante una negociación diplomática en la cual el gobierno no cede ni un ápice
y llama terroristas a sus interlocutores, mientras que los opositores no
cuentan con el respaldo unánime de quienes piden cambios y por ello sus
posiciones en la mesa de negociación siempre serán débiles y timoratas.
Así tenemos como panorama desolador a un Gobierno sin pueblo
pero blindado por los militares y una oposición sin convocatoria porque sus
líderes, acostumbrados a los pactos democráticos del pasado, no han sabido
enfrentar un régimen de prácticas comunistas como el actual.
Como resultado de
esta orfandad perfecta el ciudadano ha tenido dos únicas salidas, o emigrar o
acoplarse a las condiciones gubernamentales para poder subsistir, sin que este
acoplamiento signifique apoyo al oficialismo, tal y como lo asume un sector
opositor muy presto a satanizar conductas sin el más mínimo ejercicio de
empatía.
Colocados así en las líneas extremas de muerte o
supervivencia, en mitad del desierto sin un Moisés que haga brotar agua de las
piedras ni ofrezca maná del cielo, los venezolanos requieren con urgencia
hacer acopio de las reservas espirituales que tienen para triunfar sobre el
lobo estepario que salta desde nuestro estomago para devorar la esperanza que
nos puede servir de camino.
Esta es una pelea de lo mejor que podamos tener, de nuestro
espíritu, contra lo peor de la lucha animal a que nos puede llevar el egoísmo.
Como bien lo expresa Nelson Freitez: ”Tenemos que dar una gran lucha por los
Derechos Humanos, es posible que no logremos resultados inmediatos, pero esta
lucha sirve de luz para que la gente vea un camino por donde transitar”.
Venezuela es víctima de un gran dolor, tanto que algunos que ayer tomaron las calles para reclamar libertad, hoy se burlan de quienes salen a la calle por hambre.
Si no unimos las diferentes formas de este dolor en un solo
clamor, en una sola dirección, jamás, nunca, cruzaremos el Jordán.
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