Cuando hablamos de
la naturaleza humana, se suelen mencionar una serie de sentencias, que han sido
instaladas en nuestro subconsciente, a través de innúmeras citas cargadas de
retórica advertencia, sobre los peligros que nos acechan, cuando nuestra
búsqueda de respuestas aún insatisfechas, nos pone en la disyuntiva de:
Acomodar las
inquietudes al “status quo” imperante y aceptar la verdad revelada tal cual nos
la han transmitido.
O salir al
descampado de extramuros, lejos de la ciudadela amurallada de preconceptos que
intenta preservarnos de los mortales efectos del mundo “diabólico, solitario y
triste” de afuera.
Parecería ser, que
de acuerdo al “autorizado” criterio de los predicadores, todo lo que había que
saber, ya fue dicho, lo que nos resta, lo que es arbitrio de la voluntad
humana, es el sometimiento y la obediencia irrestricta.
Esto que
mencionamos no es para nada algo nuevo, consecuencia de los convulsionados
tiempos modernos en los cuales nos ha tocado vivir, todo lo contrario, esta
estrategia de dominación, existe desde siempre, desde que los hijos de Dios
hemos sido convocados para que hagamos oír nuestra opinión, han aparecido los
“pretendidos representantes de la autoridad divina” cuyo insaciable apetito de
poder, y su consecuente capacidad de dominación, les impulsa a ejercer un
injusto dominio sobre sus semejantes, ya sea, mediante la persuasión engañosa,
o recurriendo directamente al ejercicio totalitario de la violencia.
Para ayudarnos a
entender mejor el alto precio que debe pagarse para alcanzar ciertos grados de
iluminación, les sugiero incursionar en el pensamiento de los grandes
filósofos, poseedores del conocimiento esotérico de los cabalistas, los que
utilizando los medios disponibles de comunicación de su época, utilizaron la
magia de la palabra escrita y su lenguaje exotérico, para transmitir a los
entendidos su enseñanza intelectual y compartir con sus amados discípulos el
mensaje esotérico de las señas y los símbolos, lo que sólo podía ser entendido
por los iniciados al recibirlo “de mano en mano” .
Quien pretenda
conocer el sabor de la sal, deberá, forzosamente, introducirla en su boca y
degustarla por sí mismo, de nada le valdría ningún otro medio, sólo
obtendría la imagen exotérica de la sal, de ningún modo el conocimiento, lo
esotérico, es decir su verdadero sabor.
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