domingo, 11 de agosto de 2019

Extravagancias

Todos hemos tenido en ciertas ocasiones la oportunidad de compartir parte de nuestro tiempo con algunas personas cuya forma de comportase pareciera estar completamente ajena con lo que pudiera considerarse como “socialmente admitido” al punto de prescindir en absoluto de “normas o estilos” que hacen a sus “presentaciones en sociedad”.


La excentricidad no es, como se suele pensar, una forma de locura. Habitualmente es una clase de orgullo inocente, tanto el genio como el aristócrata a menudo son recordados como excéntricos porque ambos actúan sin temor y no son influenciados por las opiniones y los caprichos de la muchedumbre.
Los excéntricos puede que no comprendan los estándares del comportamiento normal en su cultura, viven absolutamente despreocupados por la desaprobación que puedan tener sus hábitos o creencias dentro de la sociedad y exhiben lo más a menudo posible un individualismo extremo.
Muchas de las mentes más brillantes de la historia han mostrado comportamientos y hábitos inusuales.
Otras personas manifiestan un gusto excéntrico a la hora de elegir su ropa o tiene aficiones o colecciones excéntricas que mantienen con absoluta persistencia. También pueden tener una manera del hablar precisa y pretenciosa, con originales juegos de palabras y recursos lingüísticos.
Algunos individuos pueden incluso realizar excentricidades consciente y deliberadamente, en un intento de apartarse de las normas sociales o aumentar un sentimiento único de identidad; empujados de forma considerable por los estereotipos (por lo menos de la cultura popular y especialmente por los personajes ficticios) asociados a menudo a la excentricidad. Sin embargo, esto no siempre resulta acertado y el individuo en cuestión puede ser rechazado por los demás, que piensan que simplemente pretende llamar la atención.
Lo cierto es que estas personas existen, forman parte de nuestra convivencia y sin duda alguna enriquecen nuestros conceptos de “compartir la diversidad” son nuestros amigos y vecinos de barrio, compañeros de estudio o de trabajo, y también, por qué no, miembros de nuestra propia familia.

La vida en sociedad les incluye de pleno derecho y si su comportamiento social no contempla nuestro  “concepto de normalidad” deberemos aceptarles e integrarles tal cual son.


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