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lunes, 16 de diciembre de 2019

Dar Color A La Vida

La mayoría de nosotros anhelamos la estabilidad; no queremos despertar con la incertidumbre de ignorar qué nos va a deparar la jornada.

Obviamente nunca lo sabemos del todo, pero cuando ya nos hemos insertado en esa pareja permanente, ese trabajo fijo y ese entorno consistente, al menos nuestro rango de novedades se reduce notablemente.
Después de un tiempo llevando una vida estable, aparece en el horizonte la sombra de la rutina. Cada día empieza a parecerse demasiado al anterior y sin apenas darnos cuenta, esto se convierte en un gran peso.
Es como si todo estuviera definido de antemano y no viéramos forma de salir de ese círculo vicioso.
“Una vida sin colores”, ese es el nombre que podemos darle a nuestra existencia cuando la rutina y la monotonía se apoderan del día a día. Una vida de blancos y negros.
Si no tuviéramos hábitos, el gasto emocional e intelectual de cada día sería enorme. En un mes estaríamos listos para una clínica de reposo.
Las costumbres cotidianas nos protegen de una eventual sobrecarga de decisiones. Hacen que las acciones que debemos repetir diariamente no se conviertan en un problema, sino que sean un ítem resuelto.
Eso está muy bien para aquellas actividades que garantizan el correcto funcionamiento de nuestro cuerpo y nuestra mente.
Hay que comer, hay que dormir, hay que lavarse, hay que ejercitarse. Es saludable que estas acciones se repitan, ojalá a la misma hora todos los días. Nos ayudan a funcionar adecuadamente.
Sin embargo, a veces no es solamente la hora de la cena lo que se repite de forma idéntica cada día.
El hábito se vuelve inercia y la inercia, anquilosamiento. Después de un tiempo atrapados en esas costumbres, comenzamos a sentirnos como si estuviéramos gastando la vida en lugar de vivirla.
Aun así, no estamos dispuestos a alterar nuestra rutina. El precio de hacerlo puede ser muy alto. No se renuncia a un trabajo así como así; ni se renueva el amor o la amistad simplemente con pestañear.
La palabra “rutina” viene de “ruta” y alude a esos caminos trillados que seguimos recorriendo.
Rutina y “monotonía” son primas hermanas. Esta última indica que caminamos a un solo ritmo. Es como si solo pudiéramos interpretar una canción siempre en el mismo tono, sin subir o bajar, el mismo sonsonete.
Ambas, rutina y monotonía, conducen a un estado de ánimo en el que no hay entusiasmo, ni interés  genuino en nada.
Esa uniformidad, esa falta de matices, termina por afectarnos emocionalmente. Empobrece nuestras vidas y no nos permite disfrutar, ni valorar lo que tenemos. También reduce notablemente nuestra creatividad. Tu cerebro se acostumbra a no exigirse.
Introducir variedad en el día a día no es tan riesgoso, ni tan difícil como quizás lo supones.
Puedes empezar con lo más simple: tomar una ruta diferente para ir a tu trabajo, o bajarte un par de calles antes y caminar hasta allí, tratando de observar con cuidado lo que encuentras a tu paso.
Puedes proponerte hablar con alguna persona que ves todos los días y a quien escasamente saludas. También puedes ensayar a leer un poema, en un rato libre que te quede.
Intenta desconectarte de los aparatos tecnológicos un día o al menos, una tarde. Observa el lugar en donde vives y piensa cómo podrías organizar los muebles de una forma diferente.
Piensa en los pasatiempos que antes disfrutabas, o en esos talentos que fuiste dejando en el camino. Quién sabe, tal vez te animes a intentar recuperarlos.
El arte es una vía de lujo para alterar cualquier rutina. Toda actividad artística va en contra de lo rutinario por su propia naturaleza. Te invita a establecer un punto de quiebre.
En menos tiempo del que imaginas, te vas a dar cuenta de que también tus pensamientos y tus sentimientos comienzan a cambiar.
Notarás cómo el mundo tiene muchas realidades en las cuales no habías reparado. Que hay lugar para la novedad, para la sorpresa. Te sentirás mucho mejor y los colores habrán aparecido de nuevo en tu vida.

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