miércoles, 5 de febrero de 2020

Personajes


En griego antiguo se designaba la divinidad unas veces como theós (ϑεός) y otras como dáimon (δαίμων). Un concepto no excluye al otro: los dioses olímpicos se pueden llamar también dáimones (δαίμονες), y los seres negativos y demoníacos se pueden denominar también theoí (ϑεοί). Lo característico del dáimon es su forma de actuar anónima e imprevista; poco a poco va tomando la forma de una instancia que determina la suerte de las personas, una especie de hado.

Fue Hesíodo el primero que dejó de identificar los dáimones (δαίμονες) con los dioses y dio una interpretación genérica del dáimon (δαίμων): las almas de los muertos actúan en el mundo como seres benéficos y guardianes de los hombres.

Se desarrolló así la idea de los demonios que acompañan a los hombres en el transcurso vital desde el nacimiento como personificación del destino, de la móira (Μοίρα), interviniendo unas veces de forma positiva y otra de forma negativa.

El que es feliz tiene un eudáimon (un demonio bueno) y el desgraciado, un kakodaímon o dysdáimon (un demonio malo). Más tarde, el cristianismo “angeliza” a los demonios buenos y “demoniza” a los malos. 

La función de mediadores la conservan ahora solamente los ángeles, todo lo negativo va a cargo de los demonios, que ahora son solamente seres malignos. Este dualismo lo aplicará más tarde la etnología y fenomenología de la religión para hablar de los dioses y divinidades de las culturas primitivas.

En Roma aparecen los demonios, en el sentido griego de dáimon (δαίμων), dáimones (δαίμονες), en forma de genios. El geniuslatino significa ‘espíritu protector / genio tutelar’ y es un sustantivo derivado del verbo latino gignere (genere) ‘engendrar, generar, dar a luz, producir’. 

El antiguo genius romano era, como personificación de la potencia generadora, el espíritu tutelar del hombre. Comienza su labor con el nacimiento de cada hombre, le acompaña en todo el transcurso de su vida e incluso más allá de la muerte. En la baja latinidad, el genius fue tomando el significado de ‘espíritu o genio creador, talento natural’, de ahí luego genio y genialidad.

Platón usa también el adjetivo, a veces sustantivado, daimónion (δαιμόνιον). Ambos suelen traducirse al español con el mismo vocablo ‘demonio’. Lo dáimones griegos habían sido concebidos antes de Sócrates como divinidades, pero en la época de Sócrates ya designan algo así como ‘superhombres’, seres hijos de los dioses, pero sin pertenecer a la esfera de las divinidades.

En el Banquete de Platón, el Amor es pintado como un gran dáimon, intermediario entre lo mortal y lo inmortal. En la Apología de Sócrates, se refiere Platón al daimónion de Sócrates, cuando éste explica por qué no se ha ocupado de los asuntos de la ciudad e indica que el motivo de ello reside en que a veces emerge de él algo divino, theión (θειόν) y demoníaco, daimónion (δαιμόνιον) que desde su infancia una voz se hacía oír a veces en su interior para empujarlo a no hacer lo que había estado a punto de hacer.  Se puede interpretar esta voz de que habla Sócrates como la expresión de la vocación intransferible de cada hombre. La voz del daimónion de Sócrates es señala lo que no hay que hacer, es un imperativo negativo, una prohibición.

En los textos neopitagóricos y neoplatónicos, los dáimones son concebidos como intermediarios, algunas veces como divinidades inferiores (genios buenos o malos), otras veces como personalidades divinas a las que los hombres están ligados de tal forma que cada uno tiene su propio dáimon o genio.


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