jueves, 11 de junio de 2020

La cultura De Compartir



Hablando con un amigo esta tarde me ha explicado cómo los alumnos le llegan cada vez con menos conocimientos en general. Pero, peor aún, con menos sangre en las venas, más pasivos, menos resistentes a la frustración y más proclives a refugiarse en su teléfono o en su portátil para huir de una explicación compleja. 

Lo preocupante es que me ha citado un par de ejemplos en que son las autoridades educativas en distintos países europeos las que están exigiendo a los profesores que “hablen más sencillo”, que utilicen un lenguaje menos complicado, a la par que reducen las horas lectivas destinadas a los programas de las humanidades. El resultado son alumnos que simplemente no saben, recuerdan mal algunas cosas y salen completamente mal preparados en su campo, derechos a no ser capaces siquiera de empezar a hacer nada.

En parte, creo que estos alumnos son víctimas de haber crecido con Internet. 

Digo víctimas porque han nacido en el momento en que sus propios padres descubrían una nueva tecnología completamente revolucionaria y, por tanto, no han sido capaces de guiarles en su uso. Pienso que, a medida que nos hemos habituado a la red, hemos aprendido también a regular nuestro comportamiento hacia ella, entendiendo mejor sus ventajas y sus peligros. 

Pero hacerlo nos ha tomado varios años. Como padre no tengo del todo claro qué hacer exactamente y por qué, pero sí que la red y las pantallas en general serán algo a lo que introduzca a mis hijos poco a poco y sólo de una forma que no le impida conocer mejor el mundo tangible, que estas herramientas han de ser tales y no un fin en sí mismas. 

De lo contrario, la inmensidad del internet feral coloniza nuestras mentes y, en el proceso, las diluye, dañando nuestra personalidad y capacidad para pensar y crear. Algo parecido pasó con la televisión hasta que entendimos que demasiadas horas eran perjudiciales (aunque no todos lo han hecho, claro).

Hay quien argumenta que las generaciones que crecen con Internet tienen una forma de pensar “más visual”, y que vienen cargadas de herramientas y habilidades para utilizar los ordenadores y crear todo tipo de montajes audiovisuales. Me parece fantástico, pero no si es a costa de una buena utilización del lenguaje, que, por muy visual que sea, el pensamiento sirve de poco si no somos capaces de comunicárselo a otros (empezando por nosotros mismos). 

Y, para ello, necesitamos de un dominio del lenguaje lo más preciso posible.

Todo lo demás se construye sobre una base lingüística, pero es esta base la que nos permite llegar a otros en primer lugar e intercambiar ideas con ellos.
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Trataba de entender la realidad humana lo mejor posible, y de cerrar las lagunas que me dejó sobre mi país (y otras cosas) una educación incompleta y deficiente en lo que a entender se refiere. Pero, dadas las barreras lingüísticas a las que me enfrento aquí, este conocimiento se ha quedado sin uso. Sigo pensando y construyendo, pero anhelo profundamente comunicarlo.

Pero esa es otra frustración: qué poco importa el conocimiento riguroso a la hora de trabajar. Es una pregunta filosófica: cómo podemos vivir en un mundo en que las mayores retribuciones no vayan a un uso lo más correcto y complejo del conocimiento cultural, sino a usos mediocres e incompletos de éste que tienden a empobrecer cuanto tenemos en común. ¿Cuánto aguantarán la lengua y lo que llamamos cultura su mercantilización y rebajado para hacerlas agradables (que no atractivas) a un público mayor? 

Quejarse de esto no es ser elitista. Al contrario: es clamar porque todos tengamos acceso a un conocimiento de calidad, para que podamos conocernos mejor a nosotros mismos y cuanto nos rodea. Soy consciente de lo carca que suena esto, e igual es la paternidad que se acerca. O igual siempre he sido así.

En definitiva, me he dado cuenta de que no escribir, no contar cuanto sepa o crea saber es un error. Desde ahora trataré de compartir pequeños detalles (libros, ideas o canciones) en el blog; o, cuando tenga fuerzas, ideas y textos más trabajados. Probablemente cometeré bastantes errores, y las explicaciones que dé serán incompletas o directamente erróneas. Pero confío en que alguien las corrija o, en cualquier caso, pueda sacar provecho de ellas. Confío en que, tal vez, llegue a entablar algún diálogo que pueda enriquecer a varios de nosotros.

Se da la paradoja de que esta gran tecnología de la comunicación está creando individuos más pasivos, tal vez más conectados, pero también más aislados de sus semejantes de forma íntima. Sólo el contacto con la lengua en acción (la lectura, la escritura, el diálogo, el reportaje, el discurso, el teatro…) para transmitir ideas y pedazos de realidad tal y como la perciben otros, nos puede mantener vivos mentalmente y nos puede contagiar de pensamiento. 

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