Dos hermanos, cuyas tierras
colindaban, un día tuvieron una grave discusión. Desde entonces llevaban meses
sin hablarse. De repente dejaron de colaborar, después de una vida de
intercambio y ayuda mutua.
Una mañana alguien llamó a la
puerta de Juan, el hermano mayor. Al abrir la puerta, encontró a un carpintero.
– Estoy buscando trabajo por
unos días – dijo el extraño.
Juan respondió:
– Sí, tengo un trabajo para usted.
Mire aquella granja al otro lado del arroyo. Ahí vive mi hermano menor, que es
mi vecino y hace meses que no nos hablamos. Quiero que construya una cerca de
dos metros de alto con aquellas maderas que encontrará en la orilla
del río. No quiero verle nunca más.
El carpintero le
dijo:
– Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están la sierra, los clavos y la pala. Le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho.
– Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están la sierra, los clavos y la pala. Le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho.
El hermano mayor dejó la granja
por el resto del día para ir al pueblo. El carpintero trabajó todo el día
midiendo, cortando y clavando. Al anochecer, cuando el granjero regresó, el
carpintero había finalizado su trabajo.
El granjero quedó con la boca
abierta. ¡No había ninguna cerca! El carpintero había construido un puente. Un
puente que unía las dos granjas traspasando el arroyo.
En ese momento su hermano menor
vino desde su granja, cruzó el puente y abrazó a su hermano diciéndole:
– ¡Eres una gran persona! Gracias
por construir este hermoso puente después de lo que pasó. ¡Te añoraba
muchísimo!
Los dos hermanos se reconciliaron
e invitaron al carpintero a celebrar su reencuentro.
– Me gustaría quedarme, – dijo el carpintero – pero son muchos los puentes por construir.
Fuente: Internet autor desconocido, versión adaptada
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