Heredera de la
modernidad industrializada y como un anexo a las asignaturas disciplinares, la
democracia en la academia se traduce en términos de “competencias” e
“indicadores” al mejor estilo de una verificación industrializada de
habilidades.
El problema es que la ciudadanía no es una competencia común, pues
va más allá de un esquema conceptual que se resuelva con teorías, siendo un
asunto relacionado con despertar la consciencia de ser un sujeto político.
No
es una cuestión de prédicas o de sufragios electorales, implica una
transformación del ser que no se suple con cátedras o competencias
tradicionales.
Es triste admitir que, bajo los parámetros actuales que orientan
la formación ciudadana y que pretenden extenderse con sistemas como el de
Educación Terciaria, este tipo de responsabilidades han quedado al mismo nivel
de cualquier otra formación técnica o científica. Los estudiantes pasan de una
práctica de laboratorio a una cátedra de ética y todo ello no conduce sino a la
acumulación de horas y créditos académicos, hasta la obtención de un título
técnico o profesional.
Podríamos inferir
que el tipo de humanidad formado a partir de la educación en las sociedades del
consumo y la exclusión económica, dista mucho de una verdadera civilidad.
Deberíamos reconocer que nuestra sociedad crece en deshumanización, mientras se
afianza en:
• Una vida
rutinaria que exige mayor velocidad, liquidez y liviandad.
• Un acentuado egoísmo e individualismo que acrecienta la barbarie como especie.
• El amor por el consumo que promete felicidad, pero que en realidad homogeniza al comprador y frustra al que no podrá acceder.
• Un desdén por el conocimiento que no es práctico o utilitario, al que se tilda de innecesario, vago y sin sentido.
• Una lucha perdida entre la competitividad y la ética.
Para Chomsky
(2007), la clase gobernante ha impuesto este tipo de tarea antidemocrática a la
educación, a la vez que recompensa a los maestros para que difundan el
imaginario de la academia como espacio en donde se enseñan los valores para la
civilidad.
Así se espera del docente la responsabilidad de un: “funcionario
pagado por el Estado” (Chomsky, 2007: 11), a quien se exige por supuesto un
compromiso con la: “Reproducción ética, social, política y económica, diseñada
para moldear a los estudiantes a imagen de la sociedad dominante”. (Chomsky,
2007: 11).
En efecto, hace parte de la instrucción técnica para la inserción en
el mercado laboral, aquella formación humanista y democrática que hoy se practica
en amplios sectores de la academia. Una educación en la que se moldea a los
sujetos de una manera tal, que terminan avalando con el silencio las
estructuras de poder sin cuestionar sus implicaciones, pues se privilegia el
enfoque instrumental y acumulativo, mientras que poco se promueve la capacidad
de leer críticamente los hechos del mundo.
Aseguran Macedo y Chomsky (2007) que
nuestra sociedad ha permitido la influencia de las grandes corporaciones para
que traduzcan las metas de la educación en fines pragmáticos del mercado y por
tanto se forma a los estudiantes para que sean trabajadores sumisos,
consumidores ansiosos y ciudadanos pasivos.
Queda entonces una gran tarea
pendiente para una educación que en realidad, con honestidad y transparencia,
quiera apostar por la formación de sujetos políticos.
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