jueves, 15 de marzo de 2018

La Academia Y La Democracia


Heredera de la modernidad industrializada y como un anexo a las asignaturas disciplinares, la democracia en la academia se traduce en términos de “competencias” e “indicadores” al mejor estilo de una verificación industrializada de habilidades. 

El problema es que la ciudadanía no es una competencia común, pues va más allá de un esquema conceptual que se resuelva con teorías, siendo un asunto relacionado con despertar la consciencia de ser un sujeto político. 

No es una cuestión de prédicas o de sufragios electorales, implica una transformación del ser que no se suple con cátedras o competencias tradicionales. 

Es triste admitir que, bajo los parámetros actuales que orientan la formación ciudadana y que pretenden extenderse con sistemas como el de Educación Terciaria, este tipo de responsabilidades han quedado al mismo nivel de cualquier otra formación técnica o científica. Los estudiantes pasan de una práctica de laboratorio a una cátedra de ética y todo ello no conduce sino a la acumulación de horas y créditos académicos, hasta la obtención de un título técnico o profesional.

Podríamos inferir que el tipo de humanidad formado a partir de la educación en las sociedades del consumo y la exclusión económica, dista mucho de una verdadera civilidad. Deberíamos reconocer que nuestra sociedad crece en deshumanización, mientras se afianza en:

• Una vida rutinaria que exige mayor velocidad, liquidez y liviandad.

• Un acentuado egoísmo e individualismo que acrecienta la barbarie como especie.

• El amor por el consumo que promete felicidad, pero que en realidad homogeniza al comprador y frustra al que no podrá acceder.
• Un desdén por el conocimiento que no es práctico o utilitario, al que se tilda de innecesario, vago y sin sentido.

• Una lucha perdida entre la competitividad y la ética. 


Para Chomsky (2007), la clase gobernante ha impuesto este tipo de tarea antidemocrática a la educación, a la vez que recompensa a los maestros para que difundan el imaginario de la academia como espacio en donde se enseñan los valores para la civilidad. 

Así se espera del docente la responsabilidad de un: “funcionario pagado por el Estado” (Chomsky, 2007: 11), a quien se exige por supuesto un compromiso con la: “Reproducción ética, social, política y económica, diseñada para moldear a los estudiantes a imagen de la sociedad dominante”. (Chomsky, 2007: 11). 

En efecto, hace parte de la instrucción técnica para la inserción en el mercado laboral, aquella formación humanista y democrática que hoy se practica en amplios sectores de la academia. Una educación en la que se moldea a los sujetos de una manera tal, que terminan avalando con el silencio las estructuras de poder sin cuestionar sus implicaciones, pues se privilegia el enfoque instrumental y acumulativo, mientras que poco se promueve la capacidad de leer críticamente los hechos del mundo. 

Aseguran Macedo y Chomsky (2007) que nuestra sociedad ha permitido la influencia de las grandes corporaciones para que traduzcan las metas de la educación en fines pragmáticos del mercado y por tanto se forma a los estudiantes para que sean trabajadores sumisos, consumidores ansiosos y ciudadanos pasivos. 

Queda entonces una gran tarea pendiente para una educación que en realidad, con honestidad y transparencia, quiera apostar por la formación de sujetos políticos.

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