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viernes, 18 de enero de 2019

El Supermercado De La Cultura


Una vez más, me da la impresión de que la actual locura por las series es un acto de consumo para alcanzar un cierto prestigio. Para estar ahí, para decir “yo la ví”, “sé que es”, “estoy en el ajo”, “yo ya voy por la siguiente temporada”.

Esto pasa con la cultura de masas, pero también cuando entramos en mundos supuestamente más independientes. De repente surge una banda, un pintor, un autor, y si no quieres ser un moderno de palo tienes que saber quién es esa nueva banda, ese pintor, ese autor. Ser el primero en comprar el disco/cuadro/libro. Es tu prestigio lo que está en juego. Y, desde luego, debes ser el primero en abandonar el culto cuando el grupo se vuelve mainstream y hay seres desvalidos que no logran esa entrada para su concierto.

Al final también las manifestaciones culturales se convierten en productos de consumo con los que pretendemos defender nuestro puesto en el escenario social. Son tan productos de consumo que nuestro objetivo ya no es gozar de sí mismos, sino obtener el acceso a ellos. 

El éxtasis no es escuchar la canción, sino adquirir el salvoconducto para escucharla. No queremos disfrutar la cultura, queremos poseerla y llevarla colgada de la solapa para que todo el mundo sepa que la poseemos. Como decía el recientemente fallecido Zygmunt Bauman, “En el mundo actual todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”. Ya ni siquiera el placer que nos regala la cultura se salva de esa máxima de consumo y posesión.


Y quedan dos, a mi parecer, graves secuelas a causa de este enfoque. Por un lado, centenares de propuestas culturales se quedan sin espacio donde crecer, ya que no forman parte de ninguno de los dos bandos, ni son monstruos de la cultura de consumo obligatorio, ni son tan alternativos y oscuros que sean capaces de ofrecer un prestigio alternativo a sus consumidores. 

Y como todo este catálogo de otras propuestas no tiene margen para darse a conocer, al final, el diseño de nuestros gustos culturales queda totalmente en manos de este enfoque  tan  marketiniano y construimos nuestras personalidades culturales sin margen para tener elementos en los que definirnos realmente como únicos e individuales, bajo el riesgo de ser expulsados de los bien pensantes, ser vistos con recelo o ser considerados simplemente incultos por no consumir y solo gozar.

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