Páginas

jueves, 10 de enero de 2019

Ser Tolerantes


La tolerancia vista como actitud, capacidad o valor es un concepto que comporta muchos matices. Para algunos es un acto de sumisión y para otros se trata de respeto, pero ¿Hasta qué punto debemos ser tolerantes? ¿Existe un límite sano entre lo que debemos aceptar sin entrar en conflicto y lo que debemos resistir de manera activa?

La palabra Tolerancia deriva del vocablo latín tolerantia que significa soportar o aguantar, por lo que, en su origen, venía a significar que, aunque algo no nos encaje mental o emocionalmente, no hay otra solución más que admitirlo y aceptarlo. Sin embargo, en los últimos años este concepto se acerca más al de consideración y al de aceptación.

Tolerancia e intolerancia son dos caras de una misma moneda que, aunque son necesariamente opuestas, no siempre comportan una connotación absolutamente negativa o positiva.
No hay un blanco y un negro definido (aunque si socialmente aceptado) ambos conceptos se mueven en una escala de grises basadas en la cultura y sobre todo en las emociones. Grises que, como en todos los ámbitos de la mente humana dependen de la subjetividad individual y el momento histórico o generacional.

¿Por qué toleramos?
La razón predominante es eludir un conflicto.
Tanto si hablamos de tolerancia social como de tolerancia individual, es la forma que hemos encontrado de decir “No lo entiendo o no lo comparto, pero lo acepto” y dicho así, parece ser el Jaque Mate de una negociación de nuestros valores en un juego de ajedrez mental que no llegó a producirse, porque parece que al tolerar no le pedimos al otro que mueva su pieza, nos rendimos. De una u otra manera asociamos la tolerancia a perder.

Pero ser verdaderamente tolerante no es ser apático y resignarse a aceptar.

Cuando profundizamos en entender las razones que nos llevan a ese movimiento, podemos comprender de manera consciente nuestro pensamiento y nuestros límites, y esto nos lleva a un análisis profundo de las situaciones o acciones que en un primer momento producen rechazo.
Esta reflexión activa, emocional y cognitiva nos hace individuos más equilibrados, menos impulsivos y mas comprensivos, ergo hemos ganado.

 ¿Por qué no toleramos?
Imagina por un momento al hombre (o a la mujer) de las cavernas: una tarde después de haber pasado frío y hambre consigue cazar, ahora está calentándose junto al fuego llevándose a la boca probablemente el único bocado del día. Imagina ahora que en ese instante entra un desconocido a la cueva ¿Crees que ser tolerante le habría servido para sobrevivir?
La intolerancia no es solo una postura enmarcada por nuestros conocimientos o la falta de ellos, también existe un componente más visceral: el miedo a lo desconocido.
Se trata de nuestro instinto intentando conservar nuestros principios o nuestras creencias arquetípicas.
Ese acto reflejo es el mismo que nos lleva a rechazar atrocidades, por lo que podría decirse que ser intolerante no es siempre sinónimo a ser terco o testarudo.

 ¿Cuál es el límite?
Tolerar puede estar ligado a coexistir y a tener flexibilidad, pero también podría verse como sumisión y pasividad.
Por eso, aunque nuestra sociedad ha aprendido a reconocer en la diversidad la riqueza, como individuos todos tenemos un punto en el que podemos ser inflexibles por derecho.
No somos ya seres de las cavernas, pero nuestra evolución nos ha hecho mantener una alerta por si hay peligro, desgraciadamente esa misma alerta a lo largo de la historia a generado segregación, discriminación y fobias.

Salir de una postura o creencia, o intentar entender otra diferente, es un proceso por el cual nuestro cerebro reptil debe ceder espacio a la crítica y el razonamiento, y donde nuestras emociones primarias como el miedo deben dar paso a la aceptación y la comprensión.

Para que este proceso sea equilibrado debe existir una relación de igualdad entre las partes, si alguna de ellas simplemente se somete entonces no es tolerancia.

Las costumbres, los estereotipos o los hábitos nos aportan los límites de la rigidez mental y emocional, y es ahí donde debe producirse la introspección sincera, en ese espacio donde ambas partes pueden conocer su sistema de valores y comprender a la otra en igualdad de condiciones.

Nunca existirá un lado bueno o uno malo o un límite preciso, porque siempre dependerá desde que lado lo mires.

Parece que ahora ser tolerante es sinónimo de ser culto o tener la mente abierta, pero lo cierto es que la mayoría de los seres humanos (incluso los civilizados) no estamos dispuestos a flexibilizar todo lo que tenemos construido mental y emocionalmente, de ser así seriamos personas sin convicciones e individuos vulnerables.

No somos todo lo tolerantes que decimos ser, porque todos pertenecemos a una creencia que ha nacido del instinto cavernario y ha evolucionado nutriéndose de todo lo que nos conforma como individuos.

 Todos enarbolamos la bandera de la igualdad, la equidad y el respeto, pero no olvidemos que visto desde otro prisma el blanco se puede convertir en negro.  El respeto a la diferencia fomenta la convivencia pacífica, pero no por evitar un conflicto debemos agachar la cabeza ante situaciones que nos produzcan sufrimiento.

El sufrimiento (propio y ajeno) podría ser el punto de partida para encontrar el límite sano de la tolerancia y la intolerancia.

Podríamos generar un espacio donde reflexionamos acerca de las razones que nos lleven a aceptar o no una situación, una acción o una creencia.


No hay comentarios:

Publicar un comentario