martes, 11 de junio de 2019

Escuchar Al Corazón

En estos tiempos en que nos resulta tan fácil el establecer una relación con personas que nunca antes hemos visto ni compartido otro vínculo que el que no fuese un “me gusta” en una “red de amigos virtuales”, suelen darse algunas situaciones en las cuales se pueden precipitar, como en una imaginaria cascada, una verdadera vorágine de emociones que en su ímpetu nos arrastre a compartir experiencias de vida, muchas veces traumáticas y dolorosas.

El hombre es por definición un ser social de manera que su irrupción en las llamadas redes sociales se puede considerar como un hecho natural y razonable propio de su naturaleza.

Ahora, los adelantos tecnológicos que han revolucionado los alcances de la comunicación entre personas han creado una brecha cada vez más profunda entre las posibilidades de las llamadas ciencias sociales y la capacidad de razonamiento de este nuevo “homo sapiens” social.

Vemos como cada vez, en forma más frecuente, el hombre y la mujer que cuentan con acceso a estos medios de comunicación anteponen el uso de su razonamiento como si ésta, su capacidad de razonar, oficiase como un filtro, un preservativo, para proteger sus partes más sensibles y de esta manera inocularse de los posibles efectos nocivos de su relación con “él o los otros”.

El recurso de nuestro razonamiento a la hora de pretender tomar una decisión, debería partir de la premisa de que no siempre nuestra capacidad de razonar nos hace actuar en una forma más razonable, como muestra de esta afirmación se pueden apreciar los efectos devastadores que la humanidad en su conjunto le ocasionan a nuestro medio ambiente.

Muchas veces escucho estas exclamaciones:  “No me ames, no creo en el amor, ya he sufrido demasiadas frustraciones por causa del amor, es mejor un pasatiempo que de la misma forma en que viene, de esa misma forma se irá.”

El razonamiento apunta a nuestra intelectualidad, al cerebro humano, pero la razón responde a “nuestro entorno social” a nuestras experiencias de vida y no puede explicar nuestras emociones más profundas, estas emociones no pueden analizarse con el cerebro por más evolucionado que pensemos que pueda encontrarse, debemos escuchar los dictados del corazón, este órgano, muchas veces ignorado y sometido por la soberbia, es el único capaz de darnos a conocer el más noble de nuestros sentimientos, nuestra propia capacidad de amar.

Nuestra resistencia al amor se debe a que es un sentimiento que no puede ser sometido ni condicionado, nuestra propia vida depende del amor, sin amor la existencia se marchita, se torna mustia, pierde su brillo y pierde su capacidad de florecer.

Si pensamos que el amor no es más que una pérdida de tiempo, démosle espacio en nuestro corazón, no le reprimamos, el amor es una fuente inagotable de agua viva que fluye para siempre, el amor es nuestro vínculo eterno con todo lo trascendente de la creatividad humana.



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