Intentaremos, con la elaboración de este artículo, abordar
una temática de muy difícil acceso, cuyo planteamiento en profundidad, requerirá incursionar en los
dominios de las distintas dimensiones en
las cuales se desarrollan y manifiestan las acciones que hacen a nuestra
condición de seres poseedores de una inteligencia en vías de desarrollo, afirmación que
mencionamos,- vías de desarrollo-
partiendo de la base de que aún tenemos mucho que recorrer, ¡gracias a
Dios! en este aspecto.
Este agradecimiento, para ser honestos, sería muy mezquino si nos limitáramos solamente al desarrollo
intelectual alcanzado, ser o considerarse inteligente, no implica que esta
condición se manifieste espontáneamente en todas nuestras acciones, el comportamiento de nuestra especie es un
mosaico de contradicciones donde la báscula oscila de un extremo al otro, los
notorios avances en ciencia y tecnología se contraponen con otros en los cuales
todavía estamos a medio camino o en aquellos otros donde francamente nos hemos
estancado, o peor aún, nos introducimos, voluntariamente en una ciénaga rodeada de arena movediza.
Estas contradicciones a las que hacemos referencia se
manifiestan o adquieren cierta forma tangible, en los resultados obtenidos como
fruto de nuestras acciones, la vida es
en sí misma un acto creativo, de manera
que resulta utópico pensar que lo
que hagamos, o lo que dejemos de hacer, pueda pasar desapercibido en el
constante devenir de los acontecimientos.
Se pueden construir nuevos horizontes plenos de esperanza, pero recordemos y
tengamos muy en cuenta, que la
autodestrucción, también se construye, no es acto involuntario y casual del
cual estemos exentos de cierto grado de responsabilidad.
Éstos, los resultados, son los indicadores del rumbo que
hemos tomado, de la órbita sobre la cual nos desplazamos y hacía donde nos
dirigimos, cuando analicemos en profundidad nuestra hoja de ruta y la
comparemos con las expectativas de desarrollo que nos hayamos formulado, el
trazado de las coordenadas nos indicarán el punto exacto del grado de
desarrollo humano que hemos alcanzado.
De todos los seres vivos que habitamos este planeta, el
hombre es el único que pareciera que necesita
orientación en cuanto a la razón, si es que la hubo, por la cual ha nacido, de
dónde se cree que ha venido y hacia
dónde se dirige, la búsqueda de respuestas a estas incógnitas, han sido desde
siempre el mayor acicate a su intelecto
y el punto de partida de todas sus especulaciones.
Lo cierto es que el hombre natural, el que se conduce por la
vida inmerso en la vorágine de sus múltiples actividades, se comporta en cuánto
a los valores éticos inherentes a su especie como si fuese un trashumante de rumbo incierto que busca a tientas una
senda, siguiendo un imperativo de
superación constante impulsado por aquellos que desde el fondo mismo de la
historia le han ido transmitiendo de generación en generación sus impresiones.
Conócete a ti mismo, esta frase atribuida a Sócrates, resume
en sí misma la síntesis de de todas las respuestas referentes a la analogía del
hombre con el universo, todo lo que existe´, la historia de la creación y
desarrollo de todas las inteligencias, puede concentrarse en el análisis de una
simple gota de sangre humana.
Intentaremos ampliar este concepto con el siguiente
agregado:
“La idea de naturaleza (physis), como aquello
que las cosas son, y que desde ellas mismas determina su modo de comportarse,
es la idea fundamental que preside en su mayor amplitud el pensamiento griego.
Tal y como hemos podido conocer en algunos artículos anteriores, aquellos
en donde hemos estado estudiando concienzudamente la propia historia de la
Filosofía en Grecia, hemos analizado el supuesto fundamental que esta idea
ocupa, tanto en el surgimiento mismo del pensamiento racional (logos) como en
el conjunto de diversos modelos de interpretación del universo que alumbró y
dio origen a la filosofía griega.
La idea de naturaleza, de physis, constituye a su vez el hilo conductor de
la reflexión de los griegos con respecto del hombre.
Esto no podía ser de otro modo por dos razones fundamentales: en primer
término, porque los griegos conciben al hombre como un ser natural, como un ser
cuyo sitio está en el universo, aunque ciertamente él es un viviente
“racional”, dotado de logos, y, por ello, es el único ser del universo capaz de
comprenderlo e interpretarlo.
En segundo
lugar, porque para decidir qué normas de conducta son las más adecuadas y
deseables, teniendo en cuenta tanto la comunitaria como la propiamente
individual, es necesario conocer previamente la naturaleza humana, pues, en
efecto, únicamente conociendo qué es el hombre y qué pautas de conducta son las
que su ser favorece, es posible decidir acerca de lo que más le conviene.
La pregunta por el hombres es, pues, para los
griegos la pregunta por la naturaleza humana.”
Sócrates centró su interés en la problemática del hombre, al
igual que los sofistas, pero a diferencia de ellos, supo llegar al fondo de la
cuestión, como para admitir que era un sabio en esta materia:
“Por la verdad, ¡oh! atenienses, y por ninguna otra razón me
he ganado este nombre, si no es a causa de una cierta sabiduría. ¿Y cuál es
esta sabiduría? Tal sabiduría es precisamente la sabiduría humana (es decir,
aquella que puede tener el hombre sobre el hombre): y con esta sabiduría es
verdaderamente posible que yo sea sabio”.
¿Cuál es la naturaleza y la realidad última del hombre?
¿Cuál es la esencia del hombre? Son las preguntas que trata de responder
Sócrates.
Finalmente se llega a una respuesta precisa e inequívoca: el
hombre es su alma, puesto que su alma es precisamente aquello que lo distingue
de manera específica de cualquier otra cosa.
Sócrates entiende por alma nuestra razón y la sede de
nuestra actividad pensante y ética.
En pocas palabras: el alma es para Sócrates el yo
consciente, es decir, la conciencia y la personalidad intelectual y moral.
En consecuencia, gracias a este descubrimiento “Sócrates
creó la tradición moral e intelectual de la que Europa ha vivido siempre, a
partir de entonces”
(A. E. Taylor). Uno de los mayores historiadores del
pensamiento griego ha precisado aún más:
“la palabra alma, para nosotros, debido a las corrientes espirituales
a través de las cuales ha pasado a lo largo de la historia, siempre suena con
un matiz ético y religioso”
Es evidente que si el alma es la esencia del hombre, cuidar
de sí mismo significa cuidar no el propio cuerpo sino la propia alma, y enseñar
a los hombres el cuidado de la propia alma es la tarea suprema del educador,
que fue precisamente la tarea que Sócrates consideró haberle sido encomendada
por el Dios, como se lee en la Apología:
“Que ésta… es la orden del Dios; y estoy persuadido de que
para vosotros no habrá mayor bien en la ciudad que esta obediencia mía al Dios.
En verdad, a lo largo de mi caminar no hago otra cosa que persuadiros, a
jóvenes y viejos, de que no es del cuerpo de lo que debéis preocuparos ni de
las riquezas ni de ninguna otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta
se convierta en óptima y otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta se
convierta en óptima y virtuosísima; y que la virtud no nace de la riqueza, sino
que la riqueza nace de la virtud, así como todas las demás cosas que
constituyen bienes para el hombre, tanto para los ciudadanos individuales como
para la polis”.
Uno de los razonamientos fundamentales realizado por
Sócrates para probar esta tesis es el siguiente.
Uno es el instrumento del cual nos valemos y otro es el
sujeto que se vale de dicho instrumento.
Ahora bien, el hombre se vale del propio cuerpo como de un
instrumento, lo cual significa que son cosas distintas el sujeto –que es el
hombre- y el instrumento, que es el cuerpo.
A la pregunta de ¿qué es el hombre?, no se podrá responder
que es el cuerpo, sino que es aquello que se sirve del cuerpo, la psyche, el
alma (la inteligencia) es la que se sirve del cuerpo, de modo que la conclusión
es inevitable:
“Nos ordena conocer el alma aquel que nos advierte “Conócete
a ti mismo”. Sócrates llevó esta doctrina suya hasta tal punto de conciencia y
de reflexión crítica, que logró deducir todas las consecuencias que lógicamente
surgen de ella, como veremos en seguida.
En griego lo que nosotros llamamos “virtud” se dice areté y
significa aquella actividad y modo de ser que perfecciona a cada cosa,
haciéndola hacer aquello que debe ser. (Los griegos hablaban, por lo tanto, de
una virtud de los distintos instrumentos, de una virtud de los animales, etc.;
por ejemplo, la virtud del perro consiste en ser un buen guardián, la del
caballo, en correr con rapidez, y así sucesivamente). En consecuencia la virtud
del hombre no podrá ser más que lo que hace que el alma sea como debe ser, de
acuerdo con su naturaleza, es decir, buena y perfecta.
En esto consiste, según Sócrates, la ciencia o conocimiento,
mientras que el vicio será la privación de ciencia y conocimiento, es decir, la
ignorancia.
De este modo Sócrates lleva a cabo una revolución en la
tabla tradicional de los valores.
Los verdaderos valores no son aquellos que están ligados a
las cosas exteriores, como la riqueza, el poder o la fama, y tampoco aquellos
que están ligados al cuerpo, como la vida, la fuerza física, la salud o la
belleza, sino exclusivamente los valores del alma que se hallan todos incluidos
en el conocimiento.
Por supuesto, esto no significa que todos los valores
tradicionales se conviertan en antivalores, sin más; 1
significa sencillamente
que por sí mismos carecen de valor.
Sólo se convertirán en valores si se utilizan como lo exige
el conocimiento, es decir, en función del alma y de su areté.
Fuente de información: Johannes Hirschberger Historia de la filosofía. Barcelona: Editorial Herder, 1981.
El pensamiento Socrático a llegado a nosotros a través de
filósofos de la Grecia clásica, especialmente Platón, que han
inmortalizado sus enseñanzas, cabe
agregar, que tal como ha sucedido con grandes personajes de nuestra historia,
como lo pueden ser, entre tantos otros, figuras como: Melquisedec, Rey de Salem, El Patriarca Abraham, o el propio Jesucristo,
el hijo Unigénito de Dios, no nos han dejado ninguna enseñanza de su propio
puño y letra, sus acciones han sido recogidas por sus discípulos y dadas a
conocer al mundo con posterioridad mediante los escritos que hoy conocemos.
Estas enseñanzas que mencionamos, han marcado con su huella
indeleble, el acervo espiritual y cultural de toda la humanidad y no obstante
la indiscutible grandeza y profundidad de sus conceptos , bueno es considerar
que lo que nos han transmitido, lo han recibido de sus predecesores, que ellos
han profundizado un surco ya iniciado anteriormente y , sobre todo, que la
tarea encomendada se seguirá construyendo con el aporte de cada individuo con
su pensar y su sentir, en la ardua y asombrosa tarea del descubrimiento de uno
mismo.
Las grandes religiones, los predicadores que hoy se
atribuyen la posesión en exclusividad de
la verdad revelada, los que arguyen que todo lo que el hombre debe saber sobre
sus orígenes y su destino, ya les han sido revelados y que nada más hace falta
conocer, deberían sumergirse en lo profundo de la humildad, desterrar la
soberbia de sus corazones y retomar el
camino de aquellos que aún emprenden la senda buscando y practicando, tal cual
lo menciona el poeta:
Hugo W. Arostegui
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