lunes, 12 de septiembre de 2011

Conócete A Ti Mismo


Intentaremos, con la elaboración de este artículo, abordar una temática de muy difícil acceso, cuyo planteamiento  en profundidad, requerirá incursionar en los dominios de las distintas dimensiones  en las cuales se desarrollan y manifiestan las acciones que hacen a nuestra condición de seres poseedores de una inteligencia  en vías de desarrollo, afirmación que mencionamos,- vías de desarrollo-  partiendo de la base de que aún tenemos mucho que recorrer, ¡gracias a Dios! en este aspecto.

Este agradecimiento, para ser honestos, sería muy mezquino  si nos limitáramos solamente al desarrollo intelectual alcanzado, ser o considerarse inteligente, no implica que esta condición se manifieste espontáneamente en todas nuestras acciones,  el comportamiento de nuestra especie es un mosaico de contradicciones donde la báscula oscila de un extremo al otro, los notorios avances en ciencia y tecnología se contraponen con otros en los cuales todavía estamos a medio camino o en aquellos otros donde francamente nos hemos estancado,  o peor aún,  nos introducimos, voluntariamente  en una ciénaga rodeada de arena movediza.

Estas contradicciones a las que hacemos referencia se manifiestan o adquieren cierta forma tangible, en los resultados obtenidos como fruto de nuestras acciones,  la vida es en sí misma un acto creativo, de manera  que  resulta utópico pensar que lo que hagamos, o lo que dejemos de hacer, pueda pasar desapercibido en el constante devenir de los acontecimientos.

Se pueden construir nuevos horizontes  plenos de esperanza, pero recordemos y tengamos muy  en cuenta, que la autodestrucción, también se construye, no es acto involuntario y casual del cual estemos exentos de cierto grado de responsabilidad.

Éstos, los resultados, son los indicadores del rumbo que hemos tomado, de la órbita sobre la cual nos desplazamos y hacía donde nos dirigimos, cuando analicemos en profundidad nuestra hoja de ruta y la comparemos con las expectativas de desarrollo que nos hayamos formulado, el trazado de las coordenadas nos indicarán el punto exacto del grado de desarrollo humano  que hemos alcanzado.

De todos los seres vivos que habitamos este planeta, el hombre es el único que pareciera  que necesita orientación en cuanto a la razón, si es que la hubo, por la cual ha nacido, de dónde se cree que ha venido  y hacia dónde se dirige, la búsqueda de respuestas a estas incógnitas, han sido desde siempre  el mayor acicate a su intelecto y el punto de partida de todas sus especulaciones.

Lo cierto es que el hombre natural, el que se conduce por la vida inmerso en la vorágine de sus múltiples actividades, se comporta en cuánto a los valores éticos inherentes a su especie como si fuese un trashumante  de rumbo incierto que busca a tientas una senda, siguiendo un imperativo  de superación constante impulsado por aquellos que desde el fondo mismo de la historia le han ido transmitiendo de generación en generación sus impresiones.

Conócete a ti mismo, esta frase atribuida a Sócrates, resume en sí misma la síntesis de de todas las respuestas referentes a la analogía del hombre con el universo, todo lo que existe´, la historia de la creación y desarrollo de todas las inteligencias, puede concentrarse en el análisis de una simple gota de sangre humana.

Intentaremos ampliar este concepto con el siguiente agregado:

“La idea de naturaleza (physis), como aquello que las cosas son, y que desde ellas mismas determina su modo de comportarse, es la idea fundamental que preside en su mayor amplitud el pensamiento griego.
Tal y como hemos podido conocer en algunos artículos anteriores, aquellos en donde hemos estado estudiando concienzudamente la propia historia de la Filosofía en Grecia, hemos analizado el supuesto fundamental que esta idea ocupa, tanto en el surgimiento mismo del pensamiento racional (logos) como en el conjunto de diversos modelos de interpretación del universo que alumbró y dio origen a la filosofía griega.
La idea de naturaleza, de physis, constituye a su vez el hilo conductor de la reflexión de los griegos con respecto del hombre.
Esto no podía ser de otro modo por dos razones fundamentales: en primer término, porque los griegos conciben al hombre como un ser natural, como un ser cuyo sitio está en el universo, aunque ciertamente él es un viviente “racional”, dotado de logos, y, por ello, es el único ser del universo capaz de comprenderlo e interpretarlo.
En segundo lugar, porque para decidir qué normas de conducta son las más adecuadas y deseables, teniendo en cuenta tanto la comunitaria como la propiamente individual, es necesario conocer previamente la naturaleza humana, pues, en efecto, únicamente conociendo qué es el hombre y qué pautas de conducta son las que su ser favorece, es posible decidir acerca de lo que más le conviene.

La pregunta por el hombres es, pues, para los griegos la pregunta por la naturaleza humana.”

Sócrates centró su interés en la problemática del hombre, al igual que los sofistas, pero a diferencia de ellos, supo llegar al fondo de la cuestión, como para admitir que era un sabio en esta materia:

“Por la verdad, ¡oh! atenienses, y por ninguna otra razón me he ganado este nombre, si no es a causa de una cierta sabiduría. ¿Y cuál es esta sabiduría? Tal sabiduría es precisamente la sabiduría humana (es decir, aquella que puede tener el hombre sobre el hombre): y con esta sabiduría es verdaderamente posible que yo sea sabio”.

¿Cuál es la naturaleza y la realidad última del hombre? ¿Cuál es la esencia del hombre? Son las preguntas que trata de responder Sócrates.

Finalmente se llega a una respuesta precisa e inequívoca: el hombre es su alma, puesto que su alma es precisamente aquello que lo distingue de manera específica de cualquier otra cosa.

Sócrates entiende por alma nuestra razón y la sede de nuestra actividad pensante y ética.
En pocas palabras: el alma es para Sócrates el yo consciente, es decir, la conciencia y la personalidad intelectual y moral.

En consecuencia, gracias a este descubrimiento “Sócrates creó la tradición moral e intelectual de la que Europa ha vivido siempre, a partir de entonces”

(A. E. Taylor). Uno de los mayores historiadores del pensamiento griego ha precisado aún más:
“la palabra alma, para nosotros, debido a las corrientes espirituales a través de las cuales ha pasado a lo largo de la historia, siempre suena con un matiz ético y religioso”

Es evidente que si el alma es la esencia del hombre, cuidar de sí mismo significa cuidar no el propio cuerpo sino la propia alma, y enseñar a los hombres el cuidado de la propia alma es la tarea suprema del educador, que fue precisamente la tarea que Sócrates consideró haberle sido encomendada por el Dios, como se lee en la Apología:

“Que ésta… es la orden del Dios; y estoy persuadido de que para vosotros no habrá mayor bien en la ciudad que esta obediencia mía al Dios. En verdad, a lo largo de mi caminar no hago otra cosa que persuadiros, a jóvenes y viejos, de que no es del cuerpo de lo que debéis preocuparos ni de las riquezas ni de ninguna otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta se convierta en óptima y otra cosa, antes y más que del alma, para que ésta se convierta en óptima y virtuosísima; y que la virtud no nace de la riqueza, sino que la riqueza nace de la virtud, así como todas las demás cosas que constituyen bienes para el hombre, tanto para los ciudadanos individuales como para la polis”.

Uno de los razonamientos fundamentales realizado por Sócrates para probar esta tesis es el siguiente.

Uno es el instrumento del cual nos valemos y otro es el sujeto que se vale de dicho instrumento.

Ahora bien, el hombre se vale del propio cuerpo como de un instrumento, lo cual significa que son cosas distintas el sujeto –que es el hombre- y el instrumento, que es el cuerpo.
A la pregunta de ¿qué es el hombre?, no se podrá responder que es el cuerpo, sino que es aquello que se sirve del cuerpo, la psyche, el alma (la inteligencia) es la que se sirve del cuerpo, de modo que la conclusión es inevitable:

“Nos ordena conocer el alma aquel que nos advierte “Conócete a ti mismo”. Sócrates llevó esta doctrina suya hasta tal punto de conciencia y de reflexión crítica, que logró deducir todas las consecuencias que lógicamente surgen de ella, como veremos en seguida.

En griego lo que nosotros llamamos “virtud” se dice areté y significa aquella actividad y modo de ser que perfecciona a cada cosa, haciéndola hacer aquello que debe ser. (Los griegos hablaban, por lo tanto, de una virtud de los distintos instrumentos, de una virtud de los animales, etc.; por ejemplo, la virtud del perro consiste en ser un buen guardián, la del caballo, en correr con rapidez, y así sucesivamente). En consecuencia la virtud del hombre no podrá ser más que lo que hace que el alma sea como debe ser, de acuerdo con su naturaleza, es decir, buena y perfecta.

En esto consiste, según Sócrates, la ciencia o conocimiento, mientras que el vicio será la privación de ciencia y conocimiento, es decir, la ignorancia.

De este modo Sócrates lleva a cabo una revolución en la tabla tradicional de los valores.

Los verdaderos valores no son aquellos que están ligados a las cosas exteriores, como la riqueza, el poder o la fama, y tampoco aquellos que están ligados al cuerpo, como la vida, la fuerza física, la salud o la belleza, sino exclusivamente los valores del alma que se hallan todos incluidos en el conocimiento.

Por supuesto, esto no significa que todos los valores tradicionales se conviertan en antivalores, sin más; 1
significa sencillamente que por sí mismos carecen de valor.

Sólo se convertirán en valores si se utilizan como lo exige el conocimiento, es decir, en función del alma y de su areté.

Fuente de información: Johannes Hirschberger  Historia de la filosofía. Barcelona:                                          Editorial Herder, 1981.

El pensamiento Socrático a llegado a nosotros a través de filósofos de la Grecia clásica, especialmente Platón, que han inmortalizado  sus enseñanzas, cabe agregar, que tal como ha sucedido con grandes personajes de nuestra historia, como lo pueden ser, entre tantos otros, figuras como:  Melquisedec, Rey de Salem,  El Patriarca Abraham, o el propio Jesucristo, el hijo Unigénito de Dios, no nos han dejado ninguna enseñanza de su propio puño y letra, sus acciones han sido recogidas por sus discípulos y dadas a conocer al mundo con posterioridad mediante los escritos que hoy conocemos.

Estas enseñanzas que mencionamos, han marcado con su huella indeleble, el acervo espiritual y cultural de toda la humanidad y no obstante la indiscutible grandeza y profundidad de sus conceptos , bueno es considerar que lo que nos han transmitido, lo han recibido de sus predecesores, que ellos han profundizado un surco ya iniciado anteriormente y , sobre todo, que la tarea encomendada se seguirá construyendo con el aporte de cada individuo con su pensar y su sentir, en la ardua y asombrosa tarea del descubrimiento de uno mismo.

Las grandes religiones, los predicadores que hoy se atribuyen la posesión  en exclusividad de la verdad revelada, los que arguyen que todo lo que el hombre debe saber sobre sus orígenes y su destino, ya les han sido revelados y que nada más hace falta conocer, deberían sumergirse en lo profundo de la humildad, desterrar la soberbia  de sus corazones y retomar el camino de aquellos que aún emprenden la senda buscando y practicando, tal cual lo menciona el poeta:

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.

Hugo W. Arostegui
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