Los brasileños cuando uno cumple años no dicen “feliz
cumpleaños” como solemos decir los uruguayos sino que dicen y con muy buen tino
“feliz aniversario”.
Siempre me ha causado una muy grata impresión esta expresión
de mis hermanos brasileños con los cuales nos identificamos plenamente,
considerando que compartimos una misma frontera que cual si fuera una línea de
costura de doble trama nos mantiene asidos en una única tela que permanece
inalterable uniendo nuestros sentires y corazones.
Nos parece que mencionar el aniversario de nuestro nacimiento
contiene una connotación un tanto diferente, es como si tuviese implícito en la
mención “aniversario” toda una invitación a la reflexión sobre el tiempo
transcurrido y lo que hayamos hecho entre uno y otro ciclo de nuestra vida cual
si fuese una línea imaginaria, como mojones incrustados en el sendero que nos
van indicando el rumbo que tomamos en el devenir de los acontecimientos.
Y ya que estamos introduciremos a nuestra vaca en relación a
la enseñanza impartida por nuestros mayores en aquellos tiempos en que recién comenzábamos
a tomar conocimiento del maravilloso mundo que nos rodea.
Resulta que cuando el suscrito era niño y asistíamos a la
escuela primaria, nuestra maestra nos hizo una representación de un tema sobre
el cual deberíamos realizar una redacción para demostrar cuánto habíamos
aprendido sobre el mismo.
El tema en cuestión, del cual no me habría de olvidar jamás,
era el siguiente: “La Vaca Es un Animal Rumiante” yo, como bien dije, era muy
inquieto y bastante travieso para la corta edad que tenía y la verdad es que me
tomé el tema como si este fuera una diversión más de las tantas que se me ocurrían
durante el horario escolar, lo cierto fue que le arruiné el tema a la
disertante y como corolario de tanta “viveza criolla” que en aquel entonces pretendía
poseer, me pasaron tomado de la oreja a la dirección y me asignaron escribir en
el pizarrón que estaba situado al frente de la clase, nada más y nada menos que
la siguiente frase “la vaca es un animal rumiante” repetida en la módica
secuencia de quinientas veces, sí, como lo pueden apreciar, quinientas veces
y ahora, después de tantos aniversarios, alguien me podrá mencionar que esto
era una flagrante demostración de “maltrato infantil”.
Lo cierto es que desde esa oportunidad me recuerdo
frecuentemente del proceso rumiante de las vacas y por esa circunstancia mastico
y mastico varias veces todo lo que voluntaria o involuntariamente ingiero o me
hacen ingerir en este tan intrincado proceso de las relaciones humanas.
Aprovecho esta oportunidad para agradecer los buenos
augurios que me han enviado con motivo de mi aniversario, con la salvedad de
que si demoro en responder se le debe adjudicar a mi lento proceso de rumiar,
proceso en el cual extraigo todas las nutrientes contenidas en las experiencias
compartidas con todos aquellos que de una u otra manera le han puesto sabor a
mi vida.
Hugo W. Arostegui
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