Las crisis recurrentes de las economías a nivel mundial, son
una demostración, más que elocuente, de la banalidad de nuestro comportamiento,
en la búsqueda incesante y un tanto obtusa,
de una quimera, una ilusión, que tiene la particularidad de entorpecer
nuestros sentidos con el agridulce sabor de todo aquello que anhelamos poseer,
aunque la distancia que nos separe de ese anhelo, nos obligue a intentar tender
puentes en el aire, sin una base sólida de sustentación.
Nos parecemos, en ese vano intento, a los burritos que tiran
de la noria incentivados por una zanahoria que pende de un hilo delante de sus
narices, dando vueltas y más vueltas, haciendo un surco a su alrededor, que
poco a poco les va enterrando, cada vez más hondo.
Nos referimos al exceso de consumo, al que se vuelve
compulsivo, el que sume a toda una sociedad en las terribles garras del
consumismo, garras que atrapan y no sueltan a su presa, que las mantiene vivas,
mientras succionan cuánto pueden sus cada vez más exiguos recursos financieros.
La salud de la economía de una sociedad, sin importar el grado de desarrollo que haya
alcanzado, ciertamente necesita, para su expansión y crecimiento, de un libre acceso a los circuitos
financieros, el crédito es sin duda alguna una valiosa herramienta para quién
quiera planificar inversiones en infraestructura, actualización tecnológica,
aumento de su capacidad productiva, etc. etc.
Pero el acceso a estos mercados, donde vamos a comprar el
efectivo que hará posible nuestras compras, debería estar condicionado por
nuestra capacidad de respuesta a los compromisos contraídos, pretender mantener
un ritmo de, endeudamiento, que no se acompase con nuestros recursos
genuinamente producidos, -a los cuales habremos
de deducirle un porcentaje razonable con destino al ahorro previsional
para atender eventuales contingencias- será como pretender dar un salto al
vacío, tal desequilibrio tenderá a ensanchar la brecha abierta entre el
endeudamiento contraído y el capital adeudado - más los intereses – que deberemos
indefectiblemente pagar, a costas del sacrificio y la postergación de nuestros
planes de crecimiento y bienestar.
Estas prorrogativas que dicta la economía, como reina de las
ciencias sociales, título que ostenta con la autoridad que le otorga su
innegable incidencia en todo lo relacionado con las relaciones humanas, desde
lo macro, que involucra a los mercados internacionales hasta lo micro, o sea la
actividad que se genera desde las acciones del individuo y su entorno, hasta
los distintos sectores que representan a la sociedad en su conjunto, estos enunciados, como decíamos, si bien
pueden ser fácilmente entendibles en su exposición de motivos, ya no lo es
tanto, cuando intervienen en la ecuación, factores humanos tales como: La insatisfacción
por lo que no tenemos y lo que quisiéramos tener , la necesidad de nuevas
emociones, el mantenimiento del “status
social”, la depresión, el stress, etc. etc.
El Canto De Las Sirenas
En la Ilíada, Homero nos hace el relato de Ulises, cuando regresaba
de la guerra de Troya.
En su atribulado viaje con destino a Ítaca, debía pasar por
los temibles arrecifes donde habitaban las sirenas, mitológicas aves con cabeza
y torso de mujer, cuyo canto provocaba una atracción irresistible, a tal punto,
que los marinos, que forzosamente, debían
pasar por esos tenebrosos senderos, debían tomar severas precauciones para no
sucumbir por el encantamiento que les
subyugaba los sentidos y les conducía
inexorablemente a la destrucción.
Los cantos que emiten los hechiceros que incentivan el
consumo, son semejantes al de las mitológicas sirenas, en sus estrofas cargadas
de efímeras promesas, nos prometen la libertad de acceso a todos nuestros
sueños, ellos nos dicen: disfrutemos hoy de los placeres del confort,
adquiramos ahora, sin perder nuestro tiempo y oportunidad de consumir ahora, lo
que podremos pagar cómodamente mañana, o mejor después de mañana… algún día.
Las pequeñas cuotas son como las cuerdas que usaron los enanitos que maniataron a Gulliver,
allá en Lilliput, una a una , mientras nos mareamos en la maraña de ofertas que
giran a nuestro alrededor, nos van
dejando sin margen de maniobra, como el
abrazo mortal de una cobra que oprime suave y persistente hasta que,
inmovilizados, buscamos desesperados el
oxigeno vital para continuar sobreviviendo, contrayendo nuevas deudas que
permitan cubrir las vencidas, entonces, lo que en un principio, fue una
inofensiva burbuja, que creímos poder dominar sin mayor dificultad ha ido
creciendo en forma tal que termina explotando
en nuestras propias narices, ocasionando un efecto dominó, que arrastra
consigo todo lo que encuentra.
Ahora, volviendo a Ulises, según el relato de Homero, Ulises
estaba advertido del peligro que significaba el prestar oído al cautivante
cántico de las sirenas y por esta circunstancia antes de pasar por los
peligrosos arrecifes, ordenó a su tripulación que se taparan sus oídos con cera
para que no pudiesen oírlos y además les pidió que le ataran fuertemente a uno
de los mástiles de la nave así podría escuchar su cántico sin perder los
sentidos.
Cuenta Homero, que Ulises quedó tan hechizado por el cantar
de las sirenas que ordenó a gritos a sus marinos para que le soltasen, más como
éstos, con sus oídos tapados, no pudieron oírle, no lo hicieron, de más estar
decirles que esto ha sido lo que salvó a su nave y preservó sus vidas de la
muerte.
Las enseñanzas de Homero, aún nos siguen alertando, pero
todos sabemos, que nuestra condición de humanos altamente desarrollados y
civilizados, nos brinda la paradoja de ser los únicos sobre la faz de la tierra, que somos capaces de
tropezar dos veces contra la misma piedra.
En nuestros días las sirenas cantan dentro de nuestra propia
casa, gozan de una total impunidad y sus estrofas se dirigen a todos los integrantes
del núcleo familiar, cada uno de ellos son antes que nada, potenciales
consumidores en un mercado pleno de tentadoras ofertas, ya no es posible tapar tantos oídos, de manera
que habrá que recurrir a otros métodos
de contención, pensamos que el dialogo entre todos, una buena
información, serán ingredientes imprescindibles, no mencionamos al “sentido común” porque sabido es que ya no
es tan común como antiguamente.
Habrá que saber distinguir entre las necesidades y los meros
caprichos, de aquello que puede ser vital, de las que apenas son trivialidades,
de lo que es impostergable, a lo que puede esperar tiempos mejores, hasta aquellos que mejor sería que fuesen
desechados.
Lo cierto es que el sistema apuesta a que consumas todo lo
que puedas, que tus gastos superen largamente a tus ingresos, porque el capital
es insaciable en su apetito, y se nutre de tus necesidades insatisfechas que
necesitan financiación, así actúan las
sirenas, con el poder mágico de sus canciones, te incitan a adquirir a través del “crédito
fácil” el poder de compra que necesitas hoy, con el “gancho” de que podrás
pagarlo mañana…
… Y el burrito de la noria sigue su ronda, en procura de la
zanahoria que le incita delante.
Hugo W. Arostegui