Cuánto más avanzamos en conocimiento, cuánto mayores sean nuestras vivencias, mayor será nuestra
soledad, las nuevas dimensiones que percibimos nos inhiben la posibilidad de
una buena comunicación, existe una ausencia absoluta de modos de comparación,
de equivalencias y, sobre todo, nos resulta demasiado cruel despojar a nuestros
seres queridos del manto sobreprotector de la ignorancia en la cual persisten,
sin duda, el “árbol de la ciencia del bien y del mal” continúa en las garras
del pecado y la sutil suspicacia de la serpiente milenaria.
Y Jesús le dijo: Las zorras tienen
madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde
recostar la cabeza. Mateo 8:20
El hombre actual ya no discute las probabilidades de la existencia y
pluralidad de mundos habitados, concepción que ayer era considerada absurda por
la mayoría de los gobiernos y determinadas Religiones; casi se puede afirmar
que hoy sabe, o presupone, que tales mundos existen y que el Universo está
lleno de distintos “mundos habitados”.
Es más, lo que parece inadmisible en nuestros días, es creer que sólo la
Tierra (minúsculo átomo que ocupa un insignificante lugar en la inmensidad del
espacio sideral) pueda ser el único y exclusivo representante de manifestación
de vida inteligente. El nuestro es, sencillamente, uno más de los incontables
mundos que pueblan el Universo; aunque sea el más importante sólo para
nosotros. Y el alcance y grado intelectivo que demuestra tener el hombre no
puede ser otra cosa que una de las tantas manifestaciones de vida, diseminadas
con infinita profusión por el área inconmensurable del “Gran Todo”.
Somos, simplemente, parte integrante de un TODO, cuyas infinitas
posibilidades jamás será capaz de comprender ni precisar la mente humana.
No sería lógico, en consecuencia, que por vanidad, ignorancia u
ocultamiento, continuáramos creyendo ser los únicos depositarios del más
preciado de los dones existentes, como lo es la posesión de facultades tan
excelsas como la vida y la inteligencia; muy por el contrario, la verdad más
absoluta es que existen infinidad de mundos habitados diseminados por todo el
Cosmos inconmensurable.
La libertad de vivir por uno mismo, es decir, una
vez que las circunstancias nos han abierto las fronteras impuestas al
pensamiento socialmente permitido nos pone en la disyuntiva de continuar al
abrigo protector de nuestro entorno o tomar la decisión de “pagar el precio”
que impone el vivir a la intemperie.
Una canción tradicional de nuestro folklore nos
dice:
“Vuelo
porque no me arrastro
Que el arrastrarse es la ruina
Anido en árbol de espina
Lo mesmo que en cordillera
Sin escuchar las zonceras
Del que vuela a lo gallina
Que el arrastrarse es la ruina
Anido en árbol de espina
Lo mesmo que en cordillera
Sin escuchar las zonceras
Del que vuela a lo gallina
No me arrimo así nomás
A los jardines floridos
Sin querer vivo advertido
Pa' no pisar el palito
Hay pájaros que solitos
Se entrampan por presumidos
A los jardines floridos
Sin querer vivo advertido
Pa' no pisar el palito
Hay pájaros que solitos
Se entrampan por presumidos
Aunque mucho he traqueteado
No me engrilla la prudencia
Es una falsa experiencia
Vivir temblándole a todo
Cada cual tiene su modo
La rebelión es mi ciencia
No me engrilla la prudencia
Es una falsa experiencia
Vivir temblándole a todo
Cada cual tiene su modo
La rebelión es mi ciencia
Yo soy de los del montón
No soy flor de invernadero
Igual que el trébol campero
Crezco sin hacer barullo
Me apreto contra los yuyos
Y así lo aguanto al pampero”
No soy flor de invernadero
Igual que el trébol campero
Crezco sin hacer barullo
Me apreto contra los yuyos
Y así lo aguanto al pampero”
Jorge Cafrune
Hugo W Arostegui
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