“El ruido que producen tus incoherencias hacen tal estrépito
que no me permiten percibir el dictado de tus palabras”
Los adelantos tecnológicos que disponemos a nuestro antojo
en el área de la información y las comunicaciones nos han dotado de un medio
sumamente eficaz en todo lo que atañe a la forma de transmitir nuestros
mensajes y las diferentes opciones que se nos ofrecen para dotarle a los mismos
del “contenido” que consideremos “adecuado a la ocasión” cuales fuere que
fuesen los motivos que nos motiven a “cumplir con nuestros compromisos
sociales”.
En las redes sociales a las cuales nos hemos voluntariamente
afiliado en condición de “amigos” de nuestros eventuales interlocutores,
encontraremos un mercado de ofertas de atención personalizada, en franca expansión,
a las cuales podemos recurrir, prácticamente sin costo alguno, y en un simple
“copiar y pegar” podremos dar un satisfactorio cumplimiento y “quedar bien” con
nuestras amistades.
Ahora bien, un arma tan poderosa como la que acabamos de
exponer, la cual nos libera de tantas responsabilidades que de otro modo
quedarían en la “cuenta del olvido” bien puede convertirse en una “espada de doble filo” pues el uso y el
abuso de este recurso informático nos puede convertir en “cultores de la
superficialidad” lo que equivale a decir de que corremos el serio riesgo de
perder paulatinamente nuestra propia capacidad de razonar, crear y expresar
nuestros sentimientos para con los otros, desechando por comodidad, las magníficas
oportunidades que nos brinda la vida de poder
expresar y cultivar a la vez nuestros valores.
Hace unos días atrás me han mostrado –no sin cierta
preocupación- los mensajes de texto que los usuarios jóvenes, preadolescentes e
incluso niños se enviaban y recibían en sus tablets y celulares, lo que se
puede apreciar es un intercambio ilegible de letras y signos donde las
expresiones utilizadas reñían grotescamente con el lenguaje cultivado a través
de la enseñanza del idioma que nos identifica culturalmente hablando.
La superficialidad se torna impermeable y las acciones
diarias tienden a resecar y evaporar los conceptos que no han logrado penetrar
en lo profundo de nuestro ser, creemos oportuno ahondar hasta descubrir
nuestras raíces y desde allí recomenzar “el cultivo” de los valores que como
conciudadanos nos debemos los unos a los otros en esta sociedad en la cual nos
ha tocado vivir, cada vez más universal y versátil.
Hugo W. Arostegui
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