Esta mañana, al levantarme, se instalaron en mi pensamiento,
una sucesión de imágenes intermitentes, como las luces que adornan los
arbolitos de navidad, donde aparecían personas de distintas razas, que a medida
que surgían, iban conformando un mosaico multicolor, en el cual se podían
apreciar las múltiples facetas expresivas que nosotros, los humanos, hemos
sabido cultivar a lo largo y ancho del planeta que habitamos, desde mucho antes
de que la historia comenzase a registrar y luego intentar ordenar y compilar, las distintas versiones
,que sobre nuestro origen y razón de ser, se nos han querido transmitir, como
un preciado legado de los dioses, a nuestras ansias de saber y comprender, las
incógnitas y los por qué, de nuestra
presencia en un habitad compartido con una infinidad de especies a las
cuales consideramos inferiores ,y por ende, sometidas a nuestro arbitrio y
voluntad.
Si quisiéramos encontrar un denominador común, para toda la gama de sensaciones que germinan en nuestro huerto ancestral, todo parece indicar que las semillas que han dado origen a nuestra especie, han provenido de viveros situados en el exterior de este planeta, lo que nos convierte en algo así como extraterrestres, sentimos en nuestro fuero intimo, que provenimos, al nacer, de algún lugar lejano , donde estábamos mucho mejor de lo que podamos lograr estar en este mundo, que mirado de esa manera, se parece más a un lugar de prueba, donde tendremos que vivir la ley de obediencia y sacrificio, y anhelar la intervención divina para limpiarnos del pecado original, consecuencia de la desobediencia heredada de nuestros primeros padres.
Si quisiéramos encontrar un denominador común, para toda la gama de sensaciones que germinan en nuestro huerto ancestral, todo parece indicar que las semillas que han dado origen a nuestra especie, han provenido de viveros situados en el exterior de este planeta, lo que nos convierte en algo así como extraterrestres, sentimos en nuestro fuero intimo, que provenimos, al nacer, de algún lugar lejano , donde estábamos mucho mejor de lo que podamos lograr estar en este mundo, que mirado de esa manera, se parece más a un lugar de prueba, donde tendremos que vivir la ley de obediencia y sacrificio, y anhelar la intervención divina para limpiarnos del pecado original, consecuencia de la desobediencia heredada de nuestros primeros padres.
Esas imágenes, a las cuales hago referencia, son una
representación de un “yo” colectivo, o mejor dicho, un “yo” y un “tu” colectivo,
pues resulta inadmisible concebirme a mí mismo, en prescindencia del otro, o los otros, los
demás tu, que conjuntamente conmigo, conjugan el verbo que desde el principio
dan sentido a todo lo humano.
El evangelio de Juan, en sus palabras introductorias, nos
intenta ayudar en la comprensión de su mensaje, hablándonos de este verbo, para
que lo incluyamos en nuestra comprensión lectora, sin la presencia de este
verbo, nos resultaría imposible conjugar lo humano, con su entorno, el material
y visible y su complemento esencial, lo trascendente.
Ambos, el polvo utilizado en la conformación de nuestra forma física, y el soplo de vida que
nos puso en movimiento, constituyen el
verbo, la combustión esencial que da sentido a todas las expresiones de la
creatividad, la facultad de “vislumbrar
la idea” de las cuales se nutren todas
las inteligencias.
El Apóstol Juan se expresa así:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.
Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo
que ha sido hecho, fue hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no
prevalecieron contra ella.”
Juan
1: 1-5
Estas palabras que el Apóstol Juan, escoge como preámbulo ,
a su relato de las enseñanzas impartidas por su divino maestro, intenta
orientar a los receptores de sus escritos, en lo que considera básico y esencial, para quienes pretendan
incursionar en la nueva doctrina, la que rompe los yugos impuestos por la
tradición, la que considera a todos los hombres desde la óptica de su
esencialidad: La criatura humana es hija
de Dios, creada a su imagen y semejanza, imagen que se materializa en el crisol de la diversidad de razas, sin etnias
prevalecientes en desmedro de las otras,
el Verbo de Dios, universaliza la proclama.
La misma proclama expresada en el meridiano de los tiempos,
la que recibieron los pastores que guardaban la vigilia del rebaño, en aquella
tardecita de primavera, en el pueblo de
Belén:
“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra Paz y Buena
Voluntad entre los hombres”
Hugo W. Arostegui
No hay comentarios:
Publicar un comentario