En estos tiempos en que nos resulta tan fácil el establecer
una relación con personas que nunca antes hemos visto ni compartido otro
vínculo que el que no fuese un “me gusta” en una “red de amigos virtuales”,
suelen darse algunas situaciones en las cuales se pueden precipitar, como en
una imaginaria cascada, una verdadera vorágine de emociones que en su ímpetu
nos arrastre a compartir experiencias de vida, muchas veces traumáticas y
dolorosas.
El hombre es por definición un ser social de manera que su
irrupción en las llamadas redes sociales se puede considerar como un hecho
natural y razonable propio de su naturaleza.
Ahora, los adelantos tecnológicos que han revolucionado los
alcances de la comunicación entre personas han creado una brecha cada vez más
profunda entre las posibilidades de las llamadas ciencias sociales y la
capacidad de razonamiento de este nuevo “homo sapiens” social.
Vemos como cada vez, en forma más frecuente, el hombre y la
mujer que cuentan con acceso a estos medios de comunicación anteponen el uso de
su razonamiento como si ésta, su capacidad de razonar, oficiase como un filtro,
un preservativo, para proteger sus partes más sensibles y de esta manera inocularse
de los posibles efectos nocivos de su relación con “él o los otros”.
El recurso de nuestro razonamiento a la hora de pretender
tomar una decisión, debería partir de la premisa de que no siempre nuestra
capacidad de razonar nos hace actuar en una forma más razonable, como muestra
de esta afirmación se pueden apreciar los efectos devastadores que la humanidad
en su conjunto le ocasionan a nuestro medio ambiente.
Muchas veces escucho estas exclamaciones: “No me ames, no creo en el amor, ya he
sufrido demasiadas frustraciones por causa del amor, es mejor un pasatiempo que
de la misma forma en que viene, de esa misma forma se irá.”
El razonamiento apunta a nuestra intelectualidad, al cerebro
humano, pero la razón responde a “nuestro entorno social” a nuestras
experiencias de vida y no puede explicar nuestras emociones más profundas,
estas emociones no pueden analizarse con el cerebro por más evolucionado que
pensemos que pueda encontrarse, debemos escuchar los dictados del corazón, este
órgano, muchas veces ignorado y sometido por la soberbia, es el único capaz de
darnos a conocer el más noble de nuestros sentimientos, nuestra propia
capacidad de amar.
Nuestra resistencia al amor se debe a que es un sentimiento
que no puede ser sometido ni condicionado, nuestra propia vida depende del
amor, sin amor la existencia se marchita, se torna mustia, pierde su brillo y
pierde su capacidad de florecer.
Si pensamos que el amor no es más que una pérdida de tiempo,
démosle espacio en nuestro corazón, no le reprimamos, el amor es una fuente
inagotable de agua viva que fluye para siempre, el amor es nuestro vínculo
eterno con todo lo trascendente de la creatividad humana.
Hugo W Arostegui
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