miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Magia De Las Palabras


La Magia de las palabras

He pasado unos días dejando que mi mente vague libre por los senderos recorridos en estos últimos meses, cuánto más alto se eleva el pensamiento, cuando pienso que el esfuerzo realizado me ha conducido a las altas cumbres, sorprendentemente constato que no he hecho más  que simplemente subir una pequeña y mísera cuesta.

“Tres cosas me son ocultas; Aun tampoco sé la cuarta:

El rastro del águila en el aire; El rastro de la culebra sobre la peña;

El rastro de la nave en medio del mar; Y el rastro del hombre en la doncella.”
                                                                                              Proverbios 30: 18 – 19

Parado en la cima de mi pequeña cuesta, descubro un nuevo cielo y un sinnúmero de estrellas  que la pequeña mísera cuesta me ocultaba, y al final del nuevo horizonte que se habría ante mí, emerge desafiante la cima de otra pequeña y mísera elevación, que me extiende sus brazos en forma de intrincados senderos como invitándome a sumergirme en su seno, descubrir sus entrañas y nutrirme de sus secretos.

Hay días en que la añoranza paraliza mis torpes avances, cuando las imágenes de un tiempo que ya fue, se clavan profundamente, como un punzante cilicio que desgarra con sus dientes de acero, los sentimientos que anidan en lo profundo de mi ser y que me gritan miles de súplicas y reproches , como el canto de las sirenas que conducen al abismo de la negación, la angustiosa sensación de no ser nadie sin nuestro entorno perdido.

“Todo es energía, el amor, el odio, la envidia, los sentimientos, los pensamientos y para que sepamos manejar bien nuestra propia energía tenemos el libre albedrío.

Y a través de varias vivencias agradables y desagradables, de pasar por muchas experiencias a veces muy dolorosas, tremendas, muy fuertes de aprendizaje, sabemos reconocer los beneficios que otorga la energía de lo bueno.

Pero para eso tendríamos que hacer un largo aprendizaje para llegar a saberlo y para ello teníamos que ir a una escuela, a la escuela de la vida, a la escuela del mundo.

Es la escuela de la vida mi gran oportunidad por eso es tan importante y es lo único realmente mío que tengo, mi propia vida.

Y debo saber que esta vida, la vida de todos los días, es la que me proporciona el verdadero aprendizaje, del vivir.

En el arduo aprendizaje del vivir aprendemos a manifestar la esencia, a través de las diferentes expresiones de nuestro accionar, de nuestros pensamientos, sentimientos, y de los hechos en que tomamos parte.

Nos movemos entre el odio y el amor, entre el bien y el mal.

Las circunstancias adversas siempre nos enseñan algo. Y debemos preguntarnos:
¿Qué debo aprender de esto que me pasa? para no repetir otra vez la misma historia.

Pero siempre cambiamos después de atravesar una crisis.

Nunca somos los mismos luego de una situación límite y a veces esa situación nos hace tocar fondo.

Está en nosotros el saber levantarnos, en la adversidad para ser mejores y más fuertes o caernos sin saber levantarnos del abismo de la desesperación y la angustia.

Hay un dicho: Santos no son los que nunca cayeron, sino los que siempre se levantaron.

Y a veces ¡qué largos, estrechos y difíciles caminos tenemos que recorrer para llegar a la paz y la felicidad dentro de nosotros!”

            Elsa Bianco – Aprendiendo a Vivir,  páginas 38 – 40

Mi amiga Elsa, nos habla de los largos, estrechos y difíciles caminos que tendremos que recorrer para poder encontrar la paz y la felicidad que mora dentro de nosotros, en realidad, lo que cada uno de nosotros percibe desde su nacimiento son las señales externas, las que nos educan, las que nos prescriben lo que se debe y lo que no se debe hacer.

La escuela de la vida abre sus aulas y nos atrapa, desde el preciso momento en que el aire se introduce por primera vez en nuestros agitados pulmones.

No hay duda que las palabras son la magia del espíritu, cuando las empleamos creamos nuevas sensaciones, se abren ante nosotros horizontes inexplorados, universos desconocidos sobre los cuales dejamos planear nuestra mente sostenida en lo alto por el suave impulso de nuestra propia imaginación.

Es esta magia, la de las palabras, lo que permite la creación, a través del relato de las más variadas situaciones o circunstancias, donde van surgiendo los personajes como brotes de vida, que irrumpen espontáneamente en el escenario de los hechos, no como seres de ficción, sino como criaturas que cobran vida propia mediante “el soplo de vida” que les transmite su hacedor, el mago que crea y organiza las palabras.

Los personajes creados por esta magia de las palabras, se incorporan y entremezclan con los demás seres que son parte de la creación, sin importar los medios empleados en darles vida, así como existen los seres vivos que han irrumpido a la vida mediante la unión sexual de sus progenitores, o aquellos creados por la inseminación artificial o por algún otro método avanzado de manipulación genética, de la misma forma y con el mismo derecho existen los que han sido engendrados por el poder de la palabra escrita. 

¿Quién puede negar su existencia?

De hecho, la historia universal registra a lo largo de los siglos el invalorable aporte de diversos personajes, que han dejado una huella muy profunda, verdaderos paradigmas, moldeadores de conductas, ejemplo de virtudes que han sobrepujado la propia trascendencia de sus creadores, personajes idealizados por la pluma de los magos de las palabras que les han dado vida, figuras épicas, homéricas, dioses y semi dioses, santos y mártires, ángeles y demonios, que desafían el tiempo y permanecen para siempre, inmortales, en la conciencia colectiva de la humanidad.

Estos autores, los magos de las palabras, nos han transmitido un legado de invalorable valor, son los forjadores de la cultura, de los valores morales, los que han nutrido las mentes infantiles de innúmeras generaciones, pero también, es justo decirlo, muchos de estos magos, han creado una historia idealizada al gusto e interés de los poderosos de turno, verdaderos maquilladores de la realidad, poseedores de gran capacidad y talento creativo, virtuosos del arte de contar, que han vendido sus habilidades y han hecho posible la puesta en escena de lo que llamaremos “la teoría de la justificación”

Cuántas cosas nos vienen a la mente en este paseo relámpago por los confines del pensamiento, la sucesión de hechos  y personajes aparecen espontáneamente dejándonos sus impresiones, de épocas y costumbres que ya han sido, algunos desde mucho antes de que la historia se relatase, otros aportándonos sus experiencias de vidas ignoradas, un verdadero calidoscopio de hechos e imágenes que persisten en el universo de las ideas, totalmente ajenas a la noción de tiempo y espacio.

Debo reconocer que no resulta nada fácil para el lector intentar definir alguna línea de pensamiento en lo que más bien se parece a un puzle no desprovisto de cierta locura narrativa, es más que probable que algo de esto esté sucediendo, se dice que de poetas y de locos todos tenemos un poco, la misma expresión empleaba el apóstol Pablo en sus epístolas, veamos:

“¡Ojalá me toleraseis un poco de locura! Sí, toleradme.
                                                                                  2 Corintios 11: 1

Entre todos los seres que han pasado fugazmente por mi mente, me llamó especialmente la atención, la imagen de un pequeño ángel que se paseaba de un lado a otro portando una enorme pancarta, casi tan grande como él, desde mi lugar de observación me resultaba difícil captar el contenido del mensaje el cual estaba escrito con los trazos propios de los niños pequeños.

El pequeño ángel paso una  y otra vez, sin que yo tuviese la oportunidad de leer lo que decía su estandarte, tal era el dinamismo y desparpajo de este pequeño personaje que logró despertar mi curiosidad y el deseo de saber cuál sería el mensaje que podría estar anunciando, de manera que esperé con indisimulada ansiedad el momento en que pensaba que volvería a pasar.

Esta vez estaba preparado, por muy rápido que pasase, yo podría leer el enigmático mensaje;

Al pasar entonces delante de mí, el pequeño ángel se detuvo y sonrió.

El mensaje garabateado en su pancarta decía:

“Si sabes cómo buscarnos, tú nos encontrarás”

Y debajo, en letras apenas perceptibles, lucía lo que parecía ser la firma de él o los autores:

“Yahweh y Shekinah”

No había duda de que el mensaje escrito en la pancarta estaba dirigido a mi persona, me pregunto cuánto tiempo habrá estado ese pequeño ángel intentando llamar mi atención, recuerdo haberlo visto pasar fugazmente por mi mente varias veces, pero por alguna razón algo ocurría entonces, que acaparaba mi interés y le dejaba de lado.

Hay veces en que me parece, que el común de las personas cree, que los magos de las palabras, proceden igual que los pescadores que pescan en la orilla de un río, se sientan con su caña de pescar entre sus manos  y con paciencia y esperanza esperan el tirón del anzuelo, la señal de que algo ha mordido la carnada, es en ese preciso momento que nace la ilusión de que esta vez, extraerán de las aguas un buen ejemplar, el mayor que jamás hayan visto.

La diferencia consiste en que no son los magos de las palabras quienes lanzan el anzuelo con  la intención de atrapar una historia, las palabras simplemente los convocan y ellos se presentan a sí mismos y nos cuentan sus vivencias, tal como lo hizo esta vez el pequeño ángel con su pancarta.

En el deambular por mi mente, dejé entreabierta la puerta de mi imaginación y por allí se introdujo un rayo de luz portando una advertencia, ese, era el momento largamente esperado por el pequeño mensajero, su tarea había concluido.

Casi sin darme cuenta, las palabras han ido elaborando un tema, y no lo han hecho impulsadas por su libre arbitrio, simplemente se han puesto a disposición de las imágenes recreadas en la mente, la descripción de las vivencias captadas han rellenado los espacios en blanco de estas notas con sus pinceladas de vida.

La imagen del pequeño ángel portando la pancarta nos indica que no debemos ser simplemente crédulos, que la senda es estrecha, muy difícil de encontrar,  y que muchos se han perdido en su búsqueda por dejar que los guías ciegos les conduzcan:

“¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?  ¿No caerán ambos en el hoyo?”
                                                                                              Lucas 6: 39

Hemos crecido bajo la influencia de textos religiosos considerados sagrados, cuyos dictados, en forma de mandamientos y severas recomendaciones, nos educaban en todo lo relacionado con la conducta que deberíamos aplicar en nuestras vidas mortales, las criaturas que no obstante ser consideradas “hijos de Dios” habrían sido engendradas por sus padres terrenales, bajo el signo de la desobediencia, portadores del “virus mortal” llamado “pecado original”.

Estos textos compilados en un solo volumen y con el título de “Santa Biblia” nos exponen toda la teología judeo - cristiana la cual, se cree, es la base del pensamiento religioso del llamado “mundo occidental y cristiano”.

La autoridad moral y normativa de su contenido es considerado de absoluta fiabilidad al punto de que todas las religiones, aún con serias divergencias en su interpretación, coinciden en describirlo como: La Palabra de Dios.

El pequeño ángel de la pancarta, atrevidamente se entromete en medio del relato, para recordarme nuevamente el contenido de su mensaje, y un tanto confundido, le pregunto: ¿qué es lo que intentas advertir?

Pregúntale a Pedro, me contestó sonriendo; Y respondiendo Pedro nos lo dijo así:

“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aún negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.

Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.”
                                                                                   2 Pedro  2: 1 -3

De manera que Pedro nos advierte sobre los falsos maestros y profetas, ¿será que en los libros sagrados, también encontramos escritos tendenciosos insertos con la intención de engañar y confundir?

¿A quiénes se refiere Pedro cuando emplea términos tan duros?

Sigamos un poco más su línea de pensamiento, recurriendo a Ezequiel:

“Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:

Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel que profetizan, y di a los que profetizan de su propio corazón: Oíd palabra de Jehová.

Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los profetas insensatos, que andan en pos de su propio espíritu, y nada han visto!

Como zorras en los desiertos fueron tus profetas, oh Israel.

No habéis subido a las brechas, ni habéis edificado un muro alrededor de la casa de Israel, para que resista firme en la batalla en el día de Jehová.

Vieron vanidad y adivinación mentirosa. Dicen: Ha dicho Jehová, y Jehová no los envió; con todo, esperan que él confirme la palabra de ellos.

¿No habéis visto visión vana, y no habéis dicho adivinación mentirosa, pues decís: Dijo Jehová, no habiendo yo hablado?

Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Por cuánto vosotros habéis hablado vanidad, y habéis visto mentira, por tanto, he aquí yo estoy contra vosotros, dice Jehová el Señor.

Estará mi mano contra los profetas que ven vanidad y adivinan mentira; no estarán en la congregación de mi pueblo, ni serán inscritos en el libro de la casa de Israel, ni a la tierra de Israel volverán; y sabréis que yo soy Jehová el Señor.

Sí, por cuánto engañaron a mi pueblo, diciendo Paz, no habiendo paz; y uno edificaba la pared, y he aquí que los otros la recubrían con lodo suelto, di a los recubridores con lodo suelto, que caerá; vendrá lluvia torrencial, y enviaré piedras de granizo que la hagan caer, y viento tempestuoso la romperá.

Y he aquí cuando la pared haya caído, ¿no os dirán?: ¿Dónde está la embarradura con que la recubristeis?

Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor: Haré que la rompa viento tempestuoso con mi ira, y lluvia torrencial vendrá con mi furor, y piedras de granizo con enojo para consumir.

Así desbarataré la pared que vosotros recubristeis con lodo suelto, y la echaré a tierra, y será descubierto su cimiento, y caerá, y seréis consumidos en medio de ella; y sabréis que yo soy Jehová.

Cumpliré así mi furor en la pared y en los que la recubrieron con lodo suelto; y os diré: No existe la pared, ni los que la recubrieron.”
                                                                                  Ezequiel 13: 1 – 15

Lo que encontramos en los escritos de Ezequiel tiene el efecto de una verdadera denuncia en contra de los profetas, a los cuales el propio Jehová les acusa de fraude y usurpación de funciones mediante el engaño y la mentira.

Es interesante notar que Jehová el Señor, les ha desenmascarado, les enrostra que no solamente se han corrompido cediendo a la vanidad de sus concupiscencias, sino, -  y esto es la acusación más grave – han adulterado groseramente la realidad, levantando paredes cubiertas de lodo suelto, una forma de decir en la época lo que en nuestros días llamaríamos adulteración de los hechos mediante la manipulación y el maquillaje.

Entonces, si los profetas mienten y adulteran los hechos, ¿qué hacer? ¿En quién confiar? la respuesta se encuentra en las propias escrituras, leamos:

“Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, que perecen.

Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubiera conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.

Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,

Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

Pero Dios nos la reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios.

Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?

Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?

Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.”
                                                                                  2 Corintios 2: 6 – 16

Lo que el apóstol Pablo les comenta a los Corintios es que la comunicación entre Dios y los hombres solamente puede lograrse a través de la intermediación del Espíritu Santo, el hombre en su condición temporal no está habilitado para establecer ninguna relación directa con su hacedor sin contar con la invalorable ayuda de este integrante de la trinidad, símbolo sagrado del amor y la paz.

De manera que el hombre en su estado natural sólo puede concebir las cosas que le son propias a su condición humana, lo que sin duda no es poca cosa, si se tiene en cuenta que es el heredero legítimo de la Gloria de Dios, es más, las revelaciones modernas nos dicen que la Obra y la Gloria del Padre es nada menos que la de lograr “la inmortalidad y la vida eterna del hombre” Obra y Gloria imposible de alcanzar sin la intervención, como ya mencionamos, del Espíritu Santo y la redención de los pecados mediante el sacrificio expiatorio del Unigénito.

El componente masculino de la creación representado por Dios el Padre, se complementa con la expresión femenina de: La Revelación, La Sabiduría, La Luz de la Verdad y La Confirmación de todas las cosas, representados por el símbolo de la paloma.

El Unigénito del Padre no hubiese podido ser concebido, sin la complementación del Padre y El Espíritu Santo de una Madre Celestial, única manera de hacer posible lo que conocemos como: La Santísima Trinidad, vale decir: El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.

Desde siempre, el hombre ha hurgado, entre las distintas concepciones que se le atraviesan cual meteoros en la órbita de su pensamiento, que le golpean y sacuden, que le desestabilizan el razonamiento formal, el adquirido por la tradición y la cultura socialmente aceptada, buscando la ansiada respuesta que le responda sus interrogantes: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?

El hombre en busca de la sabiduría:

“Ciertamente la plata tiene sus veneros, y el oro un lugar donde se refina.

El hierro se saca del polvo, y de la piedra se funde el cobre.

A las tinieblas ponen término, y examinan todo a la perfección, las piedras que hay en oscuridad y en sombra de muerte.

Abren minas lejos de lo habitado, en lugares olvidados donde el pie no pasa.

Son suspendidos y balanceados, lejos de los demás hombres.

De la tierra nace el pan, y debajo de ella está como convertida en fuego.

Lugar hay cuyas piedras son zafiro, y sus polvos de oro.

Senda que nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio;

Nunca la pisaron animales fieros, ni león pasó por ella.

En el pedernal puso su mano, y trastornó de ría los montes.

De los peñascos cortó ríos, y sus ojos vieron todo lo preciado.

Detuvo los ríos en su nacimiento, e hizo salir a luz lo escondido.

Mas ¿dónde se hallará la sabiduría? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia?

No conoce su valor el hombre, ni se halla en la tierra de los vivientes.

El abismo dice: No está en mí; Y el mar dijo: Ni conmigo.

No se dará por oro, ni su precio será a peso de plata.

No puede ser apreciada con oro de Ofir, ni con el ónice precioso, ni con zafiro.

El oro no se le igualará, ni el diamante, ni se cambiará por alhajas de oro fino.

No se hará mención de coral ni de perlas; la sabiduría es mejor que las piedras preciosas.

No se igualará con ella topacio de Etiopía, no se podrá apreciar con oro fino.

¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?

¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?

Porque encubierta está a los ojos de todo viviente, y a toda ave del cielo es oculta.

El Abadón y la muerte dijeron: Su fama hemos oído con nuestros oídos.

Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar.

Porque él mira hasta los fines de la tierra, y ve cuánto hay bajo los cielos.

Al dar peso al viento, y poner las aguas por medida;

Cuando él dio ley a la lluvia, y camino al relámpago de los truenos,

Entonces la veía él, y la manifestaba; la preparó y la descubrió también.

Y dijo al hombre:

He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia.”
                                                                                              Job 28.

Nuevamente, entonces, la señal al costado del camino, el indicador de la ruta, nos lo señala: Si tienes falta de sabiduría, demándala a Dios, tú Padre, y el regazo de tu madre espiritual, te cubrirá con su luz.

“… y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.”
                                                                                              Lucas 3: 22
El hombre en busca de la sabiduría:

“Ciertamente la plata tiene sus veneros, y el oro un lugar donde se refina.

El hierro se saca del polvo, y de la piedra se funde el cobre.

A las tinieblas ponen término, y examinan todo a la perfección, las piedras que hay en oscuridad y en sombra de muerte.

Abren minas lejos de lo habitado, en lugares olvidados donde el pie no pasa.

Son suspendidos y balanceados, lejos de los demás hombres.

De la tierra nace el pan, y debajo de ella está como convertida en fuego.

Lugar hay cuyas piedras son zafiro, y sus polvos de oro.

Senda que nunca la conoció ave, ni ojo de buitre la vio;

Nunca la pisaron animales fieros, ni león pasó por ella.

En el pedernal puso su mano, y trastornó de ría los montes.

De los peñascos cortó ríos, y sus ojos vieron todo lo preciado.

Detuvo los ríos en su nacimiento, e hizo salir a luz lo escondido.

Mas ¿dónde se hallará la sabiduría? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia?

No conoce su valor el hombre, ni se halla en la tierra de los vivientes.

El abismo dice: No está en mí; Y el mar dijo: Ni conmigo.

No se dará por oro, ni su precio será a peso de plata.

No puede ser apreciada con oro de Ofir, ni con el ónice precioso, ni con zafiro.

El oro no se le igualará, ni el diamante, ni se cambiará por alhajas de oro fino.

No se hará mención de coral ni de perlas; la sabiduría es mejor que las piedras preciosas.

No se igualará con ella topacio de Etiopía, no se podrá apreciar con oro fino.

¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?

¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?

Porque encubierta está a los ojos de todo viviente, y a toda ave del cielo es oculta.

El Abadón y la muerte dijeron: Su fama hemos oído con nuestros oídos.

Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar.

Porque él mira hasta los fines de la tierra, y ve cuánto hay bajo los cielos.

Al dar peso al viento, y poner las aguas por medida;

Cuando él dio ley a la lluvia, y camino al relámpago de los truenos,

Entonces la veía él, y la manifestaba; la preparó y la descubrió también.

Y dijo al hombre:

He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia.”
                                                                                              Job 28.

Nuevamente, entonces, la señal al costado del camino, el indicador de la ruta, nos lo señala: Si tienes falta de sabiduría, demándala a Dios, tú Padre, y el regazo de tu madre espiritual, te cubrirá con su luz.

“… y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.”
                                                                                              Lucas 3: 22
La Magia de las Palabras: Complemento.

El Génesis de los génesis:

Hagamos un nuevo vuelo con la imaginación y convoquemos al mago de las palabras para que, una vez captada la visión, ellas nos vayan descubriendo nuevos horizontes.

La historia es una madeja de sucesos que puede deshilvanarse a través de muchas puntas, cualquiera de esas puntas nos conducirá al corazón del ovillo, dejemos que nuestras manos jalen de uno de estos hilos y veamos hacia dónde nos conduce.

“Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.

Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años.

Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos.

Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.”
                                                                                                          Génesis 6: 1 – 4

En alguna otra ocasión nos hemos referido a este pasaje de las escrituras, en él, el escriba con su magia de palabras, nos habla de los hijos de Dios y de las hijas de los hombres, nos cuenta de la presencia de gigantes, como también nos dice que éstos hijos de Dios, escogieron a las más bellas y se allegaron a ellas, y que éstas les concibieron hijos.

El relator no se esfuerza demasiado en dar explicaciones, nada nos dice sobre quiénes eran estos hijos de Dios, no nos da la genealogía de los gigantes, ni si las hijas de los hombres, aunque lo damos por supuesto, sean descendientes de Adán y de Eva.

Existe un libro, atribuido a Platón, que nos cuenta una hermosa historia, algunos dirán que es una fábula, otros que es fruto de la magia expresiva del gran filósofo, el cual había logrado dar vida a un mito que nos revela los orígenes de la tierra, la gran civilización creada por los dioses, su vínculo con los humanos, y el destino de sus descendientes, un mito, una fábula, una leyenda, quizás … leamos estos dos escritos de Platón.

Al comienzo de este relato, quizás antes de que se haya convertido en un tema, expresamos:
                                                            
“De hecho, la historia universal registra a lo largo de los siglos el invalorable aporte de diversos personajes, que han dejado una huella muy profunda, verdaderos paradigmas, moldeadores de conductas, ejemplo de virtudes que han sobrepujado la propia trascendencia de sus creadores, personajes idealizados por la pluma de los magos de las palabras que les han dado vida, figuras épicas, homéricas, dioses y semi dioses, santos y mártires, ángeles y demonios, que desafían el tiempo y permanecen para siempre, inmortales, en la conciencia colectiva de la humanidad.”

El paraíso perdido:

Timeo:

“Existe en Egipto, dice Crítias, en el delta en cuya punta el Nilo se divide, un distrito llamado saítico, cuya ciudad principal es Sais, patria del rey Amasis.

Los habitantes honran, como fundadora de su ciudad, a una diosa cuyo nombre egipcio es Neite y su nombre griego, por lo que dicen, Atenas.

Ellos gustan mucho de los atenienses y pretenden tener con ellos, cierto parentesco.

Habiendo sido su viaje extendido hasta esta ciudad, Solón me contó que fue recibido con grandes honras, después que, siendo un día interrogado sobre la antigüedad, los sacerdotes más versados en la materia, descubrieron que ni él, ni ningún otro griego tenía, por así decir, cualquier conocimiento.

En otro día, queriendo demostrarles a los sacerdotes lo que sabía de la antigüedad, se puso a contarles todo lo que se sabe entre nosotros del período más remoto conocido.

Les habló de Foroneu que fue, dicen, el primer hombre, el de Níobe.

Después, les contó como Deucalión y Pirra sobrevivieron al diluvio.

Estableció la genealogía de sus descendientes y tentó, distinguiendo las generaciones, contar cuántos años ya había pasado desde aquellos acontecimientos.

Entonces, uno de los sacerdotes que era muy viejo, le dijo: Ah, Solón, Solón, ustedes los griegos son siempre unos niños, ¿Será que no existen viejos en la Grecia?

A esas palabras, preguntó Solón: ¿Que me quiere decir con eso? Ustedes son tan jóvenes de espíritu respondió el sacerdote, pues no tienen en el espíritu ninguna opinión antigua basada en una vieja tradición y ninguna ciencia encanecida por el tiempo. Es esa la razón.

Hubo con frecuencia, y frecuentemente todavía habrá, destrucciones de hombres causadas de diversas maneras; las mayores por el fuego y por el agua, y otras menores, por mil otras causas.

Por ejemplo, lo que se cuenta también entre ustedes al respecto de Faetón te, hijo del Sol, que teniendo un día atravesado el carro de su padre y no pudiendo mantenerlo en el camino paterno, quemo todo lo que estaba sobre la tierra y murió fulminado por un rayo.

Tiene, es verdad, la apariencia de una fábula; más la verdad encubierta es la de que los cuerpos que circulan en el cielo alrededor de la tierra se desviaron de su curso y que una gran conflagración, que se produjo a intervalos, destruyó lo que está en la superficie de la tierra.

Entonces, todos aquellos que vivían en las montañas y en los lugares elevados y áridos perecen más de prisa que los que viven a la orilla de los ríos o del mar.

Nosotros tenemos el Nilo, nuestro salvador habitual que, en esos casos, también nos preserva de esas calamidades con sus transbordamientos.

Cuando, al contrario, los dioses sumergen la tierra bajo las aguas para purificarla, los habitantes de las montañas, vaqueros y pastores, escapan de la muerte, mas aquellos que habitan en sus ciudades son arrebatados por los ríos para el mar.

Entre nosotros, ni en estos casos, ni en los otros, el agua jamás cae de las alturas para los campos.

Acontece lo contrario, ellas suben naturalmente, siempre venidas de abajo.

Es cómo y porqué razones se dice que es entre nosotros que se conservan las tradiciones más antiguas.

Mas, en realidad, en todos los lugares donde el frío o el calor excesivo a eso no se oponen, la raza humana subsiste siempre, mas o menos numerosa.

Así, todo lo que se hace de bello, de grande, o de notable, en cualquier campo, sea entre ustedes, sea aquí, o en cualquier otro país de que hayamos oído hablar, todo eso se encuentra aquí consignado, por escrito, en nuestros templos desde tiempos inmemorables, y así se conservó.

Entre ustedes, al contrario, y entre los otros pueblos, mal dominan la escritura y todo lo que es necesario para efectuar los registros, y nuevamente, después del intervalo normal de tiempo, torrentes de agua del cielo descargan sobre ustedes como una enfermedad y no dejan sobrevivir sino a los iletrados y a los ignorantes; de modo que ustedes se encuentran de nuevo en el punto de partida como jóvenes, no sabiendo nada de lo que pasó en los tiempos antiguos, ni aquí, ni entre ustedes mismos.

Pues las genealogías de sus patriotas, que usted recitaba hace poco, Solón, no difieren mucho de las historias que las madres cuentan a sus niños.

En primer lugar, ustedes se recuerdan apenas de un diluvio terrestre, en cuánto que hubo muchos antes de aquel.

Después, ustedes ignoran que la más bella y la mejor raza que se vio entre los hombres, nació en su país y que de ella desciende usted y toda su ciudad actual, gracias a un pequeño germen que escapó al desastre.

Ustedes ignoran porque los sobrevivientes, durante muchas generaciones, murieron sin dejar nada por escrito.

Sí, Solón, hubo un tiempo en que, antes de la mayor de las destrucciones operadas por las aguas, la ciudad que hoy es Atenas fue más valerosa en la guerra y, sin comparación, la más civilizada sobre todos los aspectos.

Fue ella, dicen, que realizó las más bellas cosas e inventó las más bellas instituciones políticas de que oímos hablar debajo del cielo.

Solón me contó que oyendo aquello, fue tomado de espanto y pidió, insistentemente a los sacerdotes para que le contaran exactamente, y de inmediato, todo lo que se decía respeto a sus conciudadanos de otrora.

Entonces, el viejo sacerdote le respondió: No tengo razón para recusar, Solón, y voy a contarle en consideración a usted y a su patria, y sobretodo, para honrar a la diosa que protege su ciudad y la nuestra y que las educó e instruyó, la suya, que ella formó primero, mil años antes que la nuestra, de un germen tomado a Tierra y a Hefestos, y la nuestra en el período siguiente.

Desde el establecimiento de la nuestra, transcurrieron ocho mil años: y es el número que registran nuestros libros sagrados.

Es por tanto de sus conciudadanos de hace nueve mil años que voy a exponerle rápidamente sobre las instituciones y lo más glorioso de sus hechos.

Retornaremos a ver todo en detalles y ordenadamente, una y otra vez, cuánto podamos, con los textos en la mano.

Compare en primer lugar sus leyes con las nuestras.

Verá que un buen número de nuestras leyes actuales fueron copiadas de aquellas que estaban, entonces, en vigor entre ustedes.

Es así que, de inicio, la clase de los sacerdotes es separada de las otras.

Lo mismo ocurre con la de los artesanos, donde cada profesión tiene su trabajo especial, sin interferir con las otras, y la de los pastores, los cazadores, y los labradores.

En cuánto a la clase de los guerreros, sin duda usted se dio cuenta, que, entre nosotros, ella está igualmente separada de todas las otras, pues la ley les prohíbe ocuparse de cualquier otra cosa que no fuese la guerra.

Agréguele a eso la forma de las armas, escudos y lanzas de que nos servimos antes que cualquier otro pueblo de Asia, teniendo aprendido a usarlos con la diosa que primero les enseñara a ustedes.

En cuánto a la ciencia, sin duda observa con que cuidado la ley de ella se ocupó aquí, desde el comienzo, bien con el orden del mundo.

Partiendo del estudio de las cosas divinas, ella descubrió todas las artes útiles a la vida humana, hasta las artes adivinatorias y la medicina, que cuida de nuestra salud, y adquirió todos los conocimientos a ella relativos.

Fue esa misma constitución y esa orden que la diosa estableciera entre ustedes primero, cuando fundó su ciudad, habiendo escogido el lugar donde usted nació, porque previó que su clima suavemente templado produciría hombres de alta inteligencia.

Como ella amaba, al mismo tiempo, a la guerra y a la ciencia, dirigió su preferencia para el país que debía producir los hombres más semejantes a ella misma y fue ese país al que ella primero pobló.

Y ustedes eran gobernados por esas leyes y por otras mejores aún, superando a todos los hombres en todos los tipos de mérito, como se podía esperar de descendientes y discípulos de los dioses.

Guardamos aquí, por escrito, muchas grandes acciones de su ciudad, que provocan admiración; mas existe una que trasciende todas las otras en grandeza y heroísmo.

En efecto, las inscripciones en monumentos dicen que su ciudad destruyó en otros tiempos una inmensa potencia que marchaba insolentemente sobre la Europa y Asia entera, venida de otro mundo situado en el océano Atlántico.

Se podía entonces atravesar ese océano, pues había una isla delante de aquel estrecho que llaman Las Columnas de Hércules.

Esa isla era mayor que Libia y Asia juntas.

De esa isla, se podía entonces pasar para las otras islas y de estas ganar todo el continente que se extiende en frente a ellas y costea ese verdadero mar.

Pues todo lo que esta dentro del estrecho de que hablamos parece un puerto cuya entrada es estrecha, en cuánto que lo que está después forma un verdadero mar y la tierra que lo cerca tiene verdaderamente todos los requisitos para ser llamada un continente.

Ahora, en esa isla Atlántida, reyes habían formado una grande y admirable potencia, que extendía su dominio sobre la isla entera y sobre muchas otras islas y algunas partes del continente.

Además de eso, para este lado del estrecho, de nuestro lado, dominaban a Libia hasta Egipto, y a Europa hasta Tirrena.

Ahora, un día esa potencia, reuniendo todas sus fuerzas, tentó conquistar de un solo golpe su país, el nuestro, y todos los pueblos situados más allá del estrecho.

Fue entonces, Solón, que el poderío de su ciudad hizo sobresalir a los ojos del mundo su valor y su fuerza.

Como ella llevaba ventaja sobre todas las otras por su coraje y por todas las artes de guerra, fue ella que tomó el comando de los Heléenos.

Mas reducida sólo a sus fuerzas por la defección de las otras, y colocada, así, en la situación más crítica, venció a los invasores, erigió un trofeo, preservó de la esclavitud a los pueblos que aún no habían sido sometidos y devolvió generosamente la libertad a todos aquellos que, como nosotros, habitamos en el interior de las Columnas de Hércules.

Mas, en los tiempos que siguieron, hubo temblores de tierra e inundaciones extraordinarias y, en un período de un solo día y de una sola noche nefastos, todo lo que ustedes poseían de combatientes fue tragado de una sola vez para dentro de la tierra, y la isla Atlántida, habiéndose hundido en el mar, también desapareció.

Es por que, todavía hoy, aquel mar es impracticable e inexplorable, siendo su navegación perjudicada por su fondo limoso y muy bajo que la isla formó al hundirse.”

Crítias:

“Antes de todo, acordémonos de que, en suma, nueve mil años trascurrieron desde la guerra que, según las revelaciones de los sacerdotes egipcios, estalló entre los pueblos que habitaban mas allá de las Columnas de Hércules y todos aquellos que habitaban de este lado.

Es esa guerra que me ocupa ahora contarles en detalle.

Del lado de acá, dicen que fue nuestra ciudad, que tuvo el comando y sustentó toda la guerra; del lado de allá fueron los reyes de la isla Atlántida, isla que como dijimos, era antiguamente mayor que Libia y Asia, más que, hoy, tragada por temblores de tierra, dejó un fondo limoso intraspasable, que impide el pasaje de aquellos que navegan de aquí para el mar abierto.

En cuánto a los numerosos pueblos bárbaros y a todas las tribus griegas que existían entonces, la secuencia de mi narración, en su desarrollo, si así puedo decir, los hirán conociendo, a medida que vayan surgiendo.

Más es preciso comenzar por los atenienses de aquellos tiempos y por los adversarios que tuvieron que combatir, y describir las fuerzas y el gobierno de unos y de otros.

Y entre los dos, es a nuestro país que cumple dar prioridad.

En otro tiempo, los dioses dividieron entre sí la tierra entera, región por región, y sin disputa.

Pues no sería razonable creer que los dioses ignorasen lo que convenía a cada uno de ellos, ni que, sabiendo lo que mejor conviene a cada uno, los otros intenten apoderarse justamente de esa parte, creando discordia.

Por lo tanto, habiendo obtenido en esa justa repartición la porción que les convenía, poblaron cada cual su región y, cuando ella quedó poblada, nos crearon, a nosotros, sus rebaños y crías, como los pastores crían sus propios rebaños; más sin violentar nuestros cuerpos, como lo hacen los pastores que llevan sus rebaños a pastar a golpes de chicote, sino colocándose, por así decir, por detrás, de donde el animal es más fácil de ser dirigido.

Ellos gobernaban usando la persuasión y dominando, así, al alma según su propio designio.

Era así que conducían y gobernaban cualquier especie mortal.

En cuánto que los otros dioses organizaban los diferentes países que la suerte les había asignado, Efectos y Atena, que tienen la misma naturaleza, por que son hijos del mismo padre y por que comparten en el mismo amor a la sabiduría y a las artes, teniendo ambos recibido en común nuestro país, como una porción que les era propia y naturalmente apropiada a la virtud y al pensamiento, en ella hicieron nacer de la tierra a personas de bien y les enseñaron la organización política.

Sus nombres fueron conservados, mas sus obras perecieron por la destrucción de sus sucesores y por el pasar de los tiempos.

Porque la especie que siempre sobrevivía era, como les dije antes, la de los montañeses y la de los iletrados, que sólo conocían los nombres de los dueños del país y poca cosa sabían de sus acciones.

Esos nombres, ellos los daban de buen grado a sus hijos, más, de las virtudes y de las leyes de sus predecesores, nada conocían, salvo algunos datos imprecisos sobre cada uno de ellos.

En la penuria de las cosas necesarias en que quedaron, ellos y sus hijos durante varias generaciones, sólo se ocupaban de sus necesidades, sólo trataban de si mismos, no se preocupaban con lo pasara antes que ellos en los tiempos antiguos.

Las narrativas, las leyendas y la pesquisa de la antigüedad surgen en las ciudades al mismo tiempo que el bienestar, cuando ven algunos hombres son provistos de las cosas necesarias para la vida, más no antes.

Es así como los nombres antiguos fueron conservados sin recordar sus altos logros.

La prueba de lo que digo es que, los nombres de Cécrope, Erectéia, Erictónio, Erisícton y la mayoría de los nombres antes de Teseo, cuya memoria se guardó, son precisamente, aquellos que servían, cuando hablaban a Solón, los sacerdotes egipcios, cuando le contaron sobre la guerra de aquellos tiempos.

Y lo mismo aconteció con el nombre de las mujeres.

Además de eso, la apariencia y la imagen de la diosa, que los hombres de aquellos tiempos presentaban en armas, conforme a la costumbre de su tiempo, en que las ocupaciones guerreras eran comunes a las mujeres y a los niños, significan que, entre todos los seres vivos, machos y hembras, que viven en sociedad, la naturaleza quiso que fuesen, unos y otros, capaces de ejercer en común la virtud propia de cada especie.

Nuestro país era entonces habitado por diferentes clases de ciudadanos que ejercían sus oficios y extraían del suelo su subsistencia.

La clase de los guerreros, no obstante, separada de las otras desde el comienzo por hombres divinos, habitaba aparte.

Tenía todo lo necesario para la alimentación y educación, más ninguno de ellos poseía nada suyo.

Pensaban que todo era en común entre todos, más no exigían de los otros ciudadanos nada además de lo que les bastaba para vivir, y ejercían todas las funciones que describimos ayer, hablando de los guardianes que imaginamos.

Se decía también, en lo que se refiere al país, -y esta tradición es verosímil y verídica-
En primer lugar que era limitado por el istmo que se extendía hasta Citerón y de Parnaso, de donde la frontera descendía cerrando a Oropia por la derecha y costeando el río Asopo a la izquierda, del lado del mar.

En seguida, que la calidad del suelo no tenía igual en el mundo entero, de forma que el país podía alimentar un numeroso ejército dispensándolo de los trabajos de la tierra.

Una fuerte prueba de la calidad de nuestra tierra es que lo que de ella hoy nos resta puede rivalizar con cualquier otra por la diversidad y por la belleza de sus frutos y por la riqueza de sus pasturas propias para cualquier especie de ganado.

Más, en aquellos tiempos, a la calidad de estos productos se sumaba una prodigiosa abundancia.

¿Qué pruebas tenemos de esto y que resta del suelo de entonces que justifique nuestra afirmación?

El país entero avanza lejos del continente para el mar, y de ahí se extiende por un promontorio, y sucede que la orilla del mar que lo envuelve es de una gran profundidad.

Por eso, durante las numerosas y grandes inundaciones que ocurrieron durante los nueve mil años – pues este es el número de años que transcurrieron desde aquellos tiempos hasta nuestros días- el suelo que se deslizó desde las alturas en esos tiempos de desastre no depositó, como en otros países, un sedimento notable y, deslizándose siempre sobre el contorno del país, desapareció en la profundidad del mar.

Por esa razón, como sucedió en las pequeñas islas, lo que resta en el presente, comparado con lo que entonces existía, parece un cuerpo descarnado por la enfermedad.

Todo lo que había de la tierra gorda y blanda se deslizó y no resta más que la carcasa desnuda del país.

Más, en aquellos tiempos, el país intacto tenía, en lugar de montañas, altas colinas.

Las planicies que tienen hoy el nombre de Felo eran cubiertas de tierra gorda.

Sobre las montañas, había grandes florestas, de las cuales aún  hoy existen testimonios visibles.

Si, efectivamente, entre las montañas, hay algunas que no alimentan más que a las abejas, no hace mucho tiempo de que allá se cortaban árboles capaces de cubrir las más vastas construcciones, cuyas vigas todavía existen.

Había también, mucha cantidad de árboles frutícolas y el suelo producía forraje que no acababa más para el ganado.

El suelo recibía también las lluvias anuales de Zeus y no perdía, como hoy, el agua que se escurre de la tierra desnuda para el mar.

Como la tierra era entonces espesa y recibía el agua en su seno, y la mantenía en reserva en la arcilla impermeable, dejaba escapar en las cavidades el agua el agua de las alturas que había absorbido, y alimentaba, en toda parte, fuentes abundantes y grandes ríos.

Los santuarios que existían otrora dan testimonio de lo que les estoy diciendo.

Esa era la condición natural del país.

En el se crearon culturas, como se podía esperar, por verdaderos labradores ocupados únicamente en su trabajo, amigos de lo bello y dotados de una felicidad natural, disponiendo de una tierra excelente y de un agua muy abundante, y favorecidos en su cultura, por el suelo, por estaciones templadas.

En cuánto a la ciudad, así es como era organizada en aquel tiempo.

Primero, la acrópolis no estaba entonces en el estado en que está hoy.

En una sola noche, lluvias extraordinarias, diluyeron el suelo que la cubría, la dejaron desnuda.

Temblores de tierra se venían produciendo al mismo tiempo que la caída de agua prodigiosa, que fue la tercera antes de la destrucción que ocurrió en la época de Deucalión.

Pero antes, en una otra época, era tal la grandeza de la acrópolis, que ella se extendía hasta el Erídano y el Iliso y comprendía a Pnix, y tenía por límite el monte Licabeto, del lado que queda frente a Pnix.

Ella era enteramente revestida de tierra y, excepto en algunos puntos, formaba una planicie en su parte más alta.

Fuera de la acrópolis, mismo al pie de sus vertientes, estaban las habitaciones de los artesanos y de los labradores que cultivaban los campos vecinos.

En la parte alta, la clase de los guerreros, quedaba sola en torno al templo de Atena y de Hefestos, después de haber cercado la planicie con un único cinturón, como se hace un jardín en una única casa.

Habitaban en la parte norte de esa planicie donde habían organizado alojamientos comunes y resguardos de invierno, y tenían todo lo que convenía a su género de vida en común, sea en materia de habitaciones, o de templos, con la excepción del oro y la plata, pues no hacían uso de esos metales, en ningún caso.

Atentos en mantener un justo término medio entre la fastuosidad y la pobreza servil, mandaban construir casas decentes, donde envejecían con sus hijos y los hijos de sus hijos, y las pasaban a otros como ellos.

Cuando, en el verano, abandonaban como es natural, sus jardines, sus gimnasios, sus refugios, era para el sur que marchaban.

En el lugar de la acrópolis actual, había una fuente que fue derrumbada por los temblores de tierra y de la cual restan finos filetes de agua que corren por las proximidades donde ella se localizaba.

Más ella proporcionaba, entonces, agua abundante a toda la ciudad, agua igualmente saludable, en el invierno y en el verano.

Este era el tipo de vida de aquellos hombres que eran, al mismo tiempo, los guardianes de sus conciudadanos y los jefes confesos de los otros griegos.

Cuidaban criteriosamente que el número, tanto de hombres como de mujeres, todavía en condiciones de tomar las armas, fuese tanto como sea posible, el mismo, esto es, cerca de veinte mil.

Así es que eran esos hombres, y así era que administraban, su país y a Grecia, invariablemente de acuerdo con las reglas de la justicia.

Eran famosos en toda Europa y en toda Asia por la belleza de sus cuerpos y por las virtudes de toda especie que adornaban su alma, y eran los más ilustres de todos los hombres de entonces.

En cuánto a la condición y a la primitiva historia de sus adversarios, si no perdí la memoria de lo que oí contar cuando todavía era un niño, es la que les voy a narrar ahora, para compartir este conocimiento con ustedes, buenos amigos que son.

Antes, no obstante, de entrar en el asunto, tengo todavía un detalle a explicar, para que no queden sorprendidos al oír nombres griegos aplicados a los bárbaros.

Ustedes sabrán la causa.

Como Solón pensaba en utilizar esta historia en sus poemas, el inquirió sobre el sentido de los nombres y lo que encontró fue que los egipcios, que fueron los primeros en escribirlos, los habían traducido a su propia lengua.

El mismo, retomando por su cuenta el sentido de cada nombre, los traspuso y transcribió para nuestra lengua.

Esos manuscritos de Solón estaban con mi abuelo y aún permanecen conmigo actualmente, y desde niño que los aprendí bien.

Si, por lo tanto, oyeren nombres parecidos con los nuestros, que eso nos les cause ninguna sorpresa, pues saben la causa.

Y ahora, veamos de qué manera comenzó esa larga historia.

Ya dijimos, a propósito del sorteo que los dioses hicieron, que ellos dividieron toda la tierra en lotes mayores o menores según los países y que establecieron, en su honra,
Templos y sacrificios.

Así fue que Poseidón, habiendo recibido en el reparto la isla Atlántida, instaló los hijos que tuvo de una mujer mortal en un lugar de la isla que les voy a describir.

Del lado del mar, se extendía por la isla entera, una planicie que dicen que era la más bella de todas las planicies, fértil por excelencia.

Más o menos en el centro de esa planicie, a una distancia de cerca de cincuenta estadios, se veía una montaña uniformemente de pequeña altitud.

En lo alto de esa montaña, habitaba uno de aquellos hombres que, de origen, eran del país, nacidos en la tierra.

Se llamaba Evenor y vivía con una mujer de nombre Leucipa.

Tuvieron una única hija, Clito, que acababa de alcanzar la edad núbil cuando su padre y su madre murieron.

Poseidón se enamoró y se unió a ella, fortificó la colina donde ella habitaba, recortando su contorno por medio de cinturones hechos alternadamente de mar y de tierra, los mayores envolviendo a los menores.

Trazó dos de tierra y tres de mar y los redondeó, a partir del medio de la isla, de donde estaban todos a la misma distancia, de forma de constituirse en un pasaje intraspasable a los hombres, pues, en aquel tiempo, aún no se conocían ni los navíos ni la navegación.




El mismo embelleció la isla central, cosa fácil para un dios.

Hizo surgir del suelo dos nacientes de agua, una caliente y la otra fría, hizo que la tierra produjera alimentos variados y abundantes.

Fue padre de cinco pares de gemelos machos, los crió y dividió toda la isla de Atlántida en diez partes, atribuyó  al más viejo del primer par, la casa de su madre y todo el lote de tierra de sus alrededores, que era el más vasto y el mejor.

Hizo de él rey sobre todos sus hermanos y , de éstos, les hizo soberanos, dándole a cada uno un gran número de hombres a gobernar y un vasto territorio.

A todos les dio nombres.

El más viejo, el rey, recibió el nombre que sirvió para designar a la isla entera y el mar que se llama Atlántida, por que el primer rey del país, en aquella época, tenía el nombre de Atlas.

El gemelo nacido después de él, le dio a que ocupara la extremidad de la isla del lado de las Columnas de Hércules, hasta la región que hoy se llama Gadírica, que se llama en griego Eumelo y en dialecto indígena Gadiros, palabra de donde la región, sin duda, tomó su nombre.

El segundo par tuvo por nombre, Anferes y Evaimon.

Del tercer par, el más viejo tomó el nombre de Mneseos y el más mozo el de Autóctono.

Del cuarto par, el primero fue llamado Elasipo y el segundo Mestor.

Al más viejo del quinto par, se le dio el nombre de Azaes, y al más nuevo, el de Diaprepes.

Todos los hijos de Poseidón y sus descendientes, habitaron el país durante muchas generaciones.

Reinaban sobre muchas otras islas del océano, y como ya dije, extendían los límites de su imperio, al lado de acá, dentro del estrecho, hasta Egipto y Tirrena.

La raza de Atlas se torno numerosa y mantuvo las honras del poder.

Como el más viejo era el rey y transmitía siempre el cetro al más viejo de sus hijos, conservaron la realeza por muchas generaciones.

Adquirían riquezas inmensas, tales como nunca se vieron en ninguna otra dinastía real y como no se verá seguramente en el futuro.

Disponían de todos los recursos de su ciudad y de todos los que precisaran sacar de la tierra extranjera.

Muchas cosas les venía de afuera, gracias a su imperio, más era la propia isla la que les proporcionaba la mayor partes de las cosas para su uso.

En primer lugar, todos los metales, sólidos o fundibles, que son extraídos de las minas; y, en particular, una especie que no poseemos más sino solo el nombre, pero que era entonces más que un nombre y que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla, el oricalco – el más precioso, después del oro, de los metales entonces conocidos.

La isla producía, también en abundancia, todo lo que la floresta proporciona de materiales para los trabajos de los carpinteros.

Ella nutría, de forma igualmente harta, los animales domésticos y los salvajes.

Hasta mismo una raza de elefantes muy numerosa era allí encontrada.

Pues la isla ofrecía una pastura copiosa, no solamente a todos los otros animales que pastan en las márgenes de los pantanos, los lagos y los ríos, o en las florestas, o en las planicies, más todavía a aquel animal, que por naturaleza, es el mayor y al más voraz.

Además de esto, todos los perfumes que la tierra alimenta actualmente, en cualquier lugar que sea, que provengan de raíces o de hierbas, o de la madera, o de jugos destilados por las flores y los frutos, ella los producía y los nutría perfectamente; y también los frutos cultivados y los secos, de los cuales nos servimos en nuestra alimentación, y todos aquellos de que nos servimos para completar nuestra dieta, y que designamos con nombre general de legumbres, y esas frutas leñosas que nos proporcionan bebidas, alimentos, perfumes y aquella fruta que tiene escamas y es de difícil conservación, hecha para nuestra diversión y nuestro placer, y todos aquellos que nos servimos después de las comidas para el alivio y la satisfacción de aquellos que sufren de peso en el estómago, todas estas frutas, aquella isla sagrada, que veía entonces el sol, los producía magníficos, admirables, en cantidades infinitas.

Con todas esas riquezas que extraían de la tierra, los habitantes construían templos, los palacios para los reyes, los puertos, los astilleros marítimos, y embellecían todo el resto del país en el orden que voy a narrarles.

Comenzaron por lanzar puentes sobre las fosas de agua del mar que cercaban a la antigua metrópolis, para hacer un pasaje para afuera y para el palacio real.

Ese palacio ellos lo tenían erigido desde el origen, en el lugar por dios y por sus ancestrales.
Cada rey, recibiendo de su sucesor, incrementaba en algo para su embellecimiento y ponía todos sus cuidados en superar lo hecho por su antecesor, tanto que hicieron de su morada un objeto de admiración por la grandiosidad y belleza de sus obras.

Perforaron, del mar hasta el cinturón externo, un canal de tres plectros de ancho, cien pies de profundidad, y cincuenta estadios de extensión.

Hicieron una entrada en este canal, como en un puerto, para los navíos venidos del mar, y prepararon una embocadura suficiente para que los mayores navíos en el pudiesen penetrar.

Y todavía, a través de los cinturones de tierra que separaban los de agua de mar, cara a cara con los puentes, abrieron canales lo suficientemente largos para permitir que una triera pasase de un cinturón para el otro, y por encima de esos canales, pusieron techos para que se pudiese navegar por debajo; pues los parapetos de los cinturones de tierra estaban bastante encima del nivel del mar.

El mayor de los fosos circulares, el que se comunicaba con el mar, tenía tres estadios de ancho, y el cinturón de tierra que lo seguía tenía otros tantos.

Los dos cinturones siguientes, el de agua tenía un ancho de dos estadios y el de tierra era además igual al de agua que le precedía; el que contornaba la isla central tenía sólo un estadio.

En cuánto a la isla donde se encontraba el palacio de los reyes, tenía un diámetro de cinco estadios.

Revistieron de un muro de piedra el contorno de la isla, los cinturones y los dos lados del puente, que tenía un plectro de ancho.

Pusieron torres y puertas en los puentes y en todos los lugares donde el mar pasaba, y sacaron las piedras que necesitaban del contorno de la isla central y debajo de los cinturones, del lado de afuera y de adentro; había piedras blancas, negras y rojas.

Construían zanjas dobles cavadas dentro del suelo y cubiertas por un techo de la propia roca.

Entre esas construcciones, unas eran de un solo color, y otras fueron entremezclando piedras, de manera de hacer un tejido variado de colores para placer de los ojos; dieron les así, un encanto natural.

Cubrieron de bronce, a modo de revestimiento, todo el contorno del muro que cercaba el cinturón más externo; de estaño fundido, el del cinturón más interno, y al que cercaba la propia acrópolis de oricalco con reflejos de fuego.






El palacio real, dentro de la acrópolis, fue arreglado como les voy a narrar:

En el centro de la acrópolis, había un templo consagrado a Clito y a Poseidón.

Su acceso era restringido y era rodeado por una cerca de oro.

Fue allá que, en el origen, ellos concibieron y dieron a luz a la raza de los diez príncipes.

Era para allá también que se venía todos los años de las diez provincias que habían compartido entre si, para ofrecer a cada uno de ellos, los sacrificios habituales.

El templo del propio Poseidón tenía un estadio de largo, tres plectros de ancho y una altura proporcional a esas dimensiones; más tenía en su aspecto cierto aire de bárbaro.

El templo entero, del lado de afuera, era revestido de plata, menos los acroterios, que eran de oro; en el lado de adentro, la bóveda era enteramente de marfil esmaltado en oro, en plata, y en oricalco.

Había allá estatuas de oro, en particular la de dios, de pie sobre un carro, conduciendo seis caballos alados, era tan alto que su cabeza tocaba la bóveda.

Después, en círculo alrededor de él, cien sirenas sobre delfines, pues se creía, entonces, que eran en número de cien.

Más había todavía muchas otras estatuas consagradas por particulares.

En torno del templo, en el exterior, se elevaban estatuas de oro de todas las princesas y de todos los príncipes descendientes de los diez reyes, y muchas otras estatuas dedicadas por los reyes y por particulares, sean de la propia ciudad, sea de los países de afuera  sometidos a su autoridad.

Había, también, un altar cuya grandiosidad y cuyo trabajo estaban de acuerdo con todo este aparato, y todo el palacio también era proporcional a la grandeza del imperio, así como los ornamentos del templo.

Las dos nacientes, una de agua fría y otra de agua caliente, tenían un caudal considerable, y eran, ambas, maravillosamente propias para las necesidades de los habitantes, por la virtud  de sus aguas y el placer que causaban.

Ellos las cercaron de construcciones y de plantaciones de árboles apropiados a las aguas.

Construían en todo el alrededor estanques, unos a cielo abierto, otros cubiertos, destinados a los baños calientes de invierno.

 


Los reyes tenían los suyos aparte, y los particulares también.

Había otros para las mujeres, otros para los caballos y otros para los animales de carga, cada cual dispuesto según su finalidad.

Ellos llevaban el agua que de ellos corría para el bosque sagrado de Poseidón, donde había árboles de todas las esencias, de tamaño y belleza divinos, gracias a las cualidades del suelo.

Después la hacían escurrir para los cinturones exteriores, por los acueductos que pasaban sobre los puentes.

Allí edificaron numerosos templos dedicados a otras tantas divinidades, muchos jardines y muchos gimnasios, unos para los hombres y otros para los caballos, siendo éstos últimos, construidos aparte en cada una de las dos islas formadas por los cinturones circulares.

Entre otros, en el medio de la isla mayor, había sido reservado un lugar para el hipódromo, de un estadio de ancho, que se extendía a lo largo de todo el cinturón, para destinarlo a la corrida de caballos.

En vuelta del hipódromo, había, de cada lado, casetas para la mayor parte de la guardia.

Los guardias que inspiraban más confianza tenían su guarnición no menor a dos cinturones, que era también lo más próximo a la acrópolis; y para aquellos que se distinguían entre todos por su fidelidad, habían destinado barrios en el interior de la acrópolis, en torno de los propios reyes.

Los arsenales estaban llenos de trieras y de todos los elementos necesarios para las trieras; todo perfectamente preparado.

Así es como todo estaba dispuesto alrededor del palacio de los reyes.

Quién atravesase las tres puertas externas encontraba un muro circular que comenzaba en el mar y que, en toda su extensión, distaba cincuenta estadios del cinturón mayor y de su puerto.

Ese muro vino a cerrar, en el mismo punto, la entrada del canal del lado del mar.

Era enteramente cubierto de casas numerosas y apretadas unas contra las otras.

El canal y el puerto mayor vivían llenos de navíos y de mercaderes venidos de todos los países del mundo, y de la multitud se elevaban, día y noche, gritos, tumultos y ruidos de toda especie.





Acabo de darles una noción bastante fiel de lo que me dijeron, tiempo atrás, sobre la ciudad y el viejo palacio.

Ahora, me falta tentar acordarme sobre cual era el carácter del país y su organización.

En primer lugar, me dijeron que todo el país era muy elevado y quedaba a pique sobre el mar; pero que, en vuelta de toda la ciudad, se extendía una planicie que la cercaba y que era, a su vez, cercada de montañas que descendían hasta el mar; que su superficie era unida y regular, que era oblonga en su conjunto, que medía, de un lado, tres mil estadios, en el centro, subiendo del mar, dos mil.

Esta región quedaba, en todo el tamaño de la isla, expuesta al sur y al abrigo de los vientos del norte.

Se orgullecían, entonces, de las montañas que la cercaban como mayores en número, en tamaño y en belleza que todas las que existen hoy.

Ellas encerraban un gran número de ricas aldeas, de ríos, de lagos, y de praderas que producían pasturas abundantes a todos los animales domésticos y salvajes, y árboles numerosos y de esencias variadas, ampliamente suficientes para todas las especies de obra industrial.

Entonces, esa planicie fue, gracias a la naturaleza y a los trabajos de un gran número de reyes en el transcurso de muchas generaciones, organizada tal como voy a decirles:

Ella tenía la forma de un cuadrilátero, de aspecto general rectilínea y oblonga.

Lo que le faltaba en regularidad había sido corregido por un foso cavado en su contorno.

En cuánto a la profundidad, el ancho y el largo de ese foso, es difícil de creer que tuviese las proporciones que se atribuyen, si consideramos que era una obra hecha por la mano del hombre, sumado a otras obras.

Es preciso, entonces, repetir lo que oímos decir: El fue cavado con la profundidad de un plectro, su ancho era, uniformemente, de un estadio y, como extensión abarcaba toda la planicie que llegaba a diez mil estadios.

Ese foso recibía los cursos de agua que descendían por las montañas, daba vuelta a la planicie, y sus dos extremidades terminaban en la ciudad, de donde la hacían salir para el mar.

De la parte alta de la ciudad partían canales de, aproximadamente, cien pies de ancho, que cortaban la planicie en línea recta desembocaban en el foso cerca del mar; entre uno y otro, había un intervalo de cien estadios.




Ellos se ingeniaron para hacer que la madera descendiera flotando de las montañas para la ciudad, y para el transporte, por barco, de otras producciones de la estación, gracias a otros desvíos navegables que partían de los canales y hacían la comunicación, oblicuamente, de unos con otros y con la ciudad.

Noten, que había, todos los años, dos cosechas, porque en el invierno utilizaban las lluvias de Zeus, y en el verano las aguas que guardaba la tierra y que se sacaba de los canales.

En cuánto al número de soldados que la planicie debía proporcionar en caso de guerra, estaba decidido que cada distrito era diez veces diez estadios, y había, en total, seis miríadas.

En cuánto a los hombres a sacar de las montañas y del resto del país, su número, por lo que me dijeron, era infinito; ellos habían sido todos distribuidos por localidades y aldeas en esos distritos, sobre la autoridad de sus jefes.

Ahora, el jefe tenía orden de aportar para la guerra la sexta parte de un carro de combate, en el sentido de hacer llegar la fuerza efectiva a los diez mil; además de eso, dos caballos y sus caballeros, una pareja de caballos, sin carro, con un combatiente armado de un pequeño escudo y un conductor de los dos caballos llevado detrás del combatiente, más dos hoplitas, arqueros y funderos en número de dos para cada especie, soldados de infantería leve lanzadores de piedras y dardos en número de tres mil para cada especie, y  cuatro marineros para proveer a mil doscientos navíos.

Era así que había sido pactada la organización militar de la ciudad real.

En cuánto a las otras nueve provincias, cada una tenía su organización particular, cuya explicación nos demandaría mucho tiempo.

El gobierno y los cargos públicos habían sido ajustados, en origen, de la siguiente manera:

Cada uno de los diez reyes en su distrito y su ciudad, tenía todo el poder sobre sus hombres y sobre la mayoría de las leyes; castigaba y condenaba a muerte a quién quería.

Más, la autoridad de uno sobre el otro en sus relaciones mutuas era regulada por las instrucciones de Poseidón, tal como les habían sido transmitidas por la ley, y por las inscripciones gravadas por los primeros reyes en una columna de oricalco colocada en el centro de la isla en el templo de Poseidón.

Era en ese templo que se reunían, a cada cinco o seis años, alternadamente, concediendo la misma honra al par y al impar.





En esa asamblea, deliberaban sobre los negocios comunes, se averiguaba si alguno de ellos había infringido la ley y lo juzgaban.

En el momento de formular el juzgamiento, se daban, primeramente, unos a otros, el sostén de su fe de la siguiente manera:

Había en el cinturón del templo de Poseidón toros en libertad; los diez reyes, dejados a solas, pedían a dios para que les ayude a  capturar a la víctima que le fuese agradable, después de lo cual se disponían a la caza, con bastones y lazos corredizos, sin hierros.

Llevaban entonces a la columna el toro que habían capturado, lo degollaban ante el capitel y dejaban correr la sangre sobre la inscripción.

En la columna, además de las leyes, estaba gravado un juramento, que profería imprecaciones terribles contra los que desobedeciesen.

Entonces, cuando habían ofrecido el sacrificio de acuerdo con sus leyes, consagraban todo el cuerpo del toro.

Después, llenaban de vino una tinaja, en ella tiraban, en nombre de cada uno, un coágulo de sangre y llevaban el resto al fuego, después de purificar la columna.

En seguida, sacando el vino de la tinaja con tazas de oro, hacían una libación sobre el fuego, jurando que juzgarían de acuerdo con las leyes escritas en la columna y que castigarían a cualquiera que hubiese las hubiese violado anteriormente, que en el futuro no infringirían voluntariamente ninguna de las prescripciones escritas y no ordenarían y no obedecerían a un mandamiento sino de acuerdo con las leyes de su padre.

Cuando todos habían asumido ese compromiso, por si mismos, y por su descendencia, bebían y consagraban su copa en el templo de dios.

Después, se ocupaban de la comida y de las ceremonias necesarias.

Cuando llegaba la oscuridad y el fuego del sacrificio se había extinguido, cada uno se vestía con una túnica azul oscura de la mayor belleza, se sentaban en el suelo, en las cenizas del sacrificio donde habían prestado juramento y, durante la noche, después de apagar todo el fuego del templo, eran juzgados o juzgaban, si alguno acusase a otro de haber infringido alguna prescripción.

Una vez formulados los juzgamientos, cada uno los escribía, cuando volvía la luz, en una tabla de oro, y los consagraban con sus túnicas, como un memorial.







Había todavía, muchas otras leyes particulares, relativas a las prorrogativas de cada uno de los reyes, siendo que las más importantes eran la de que jamás levantarían las armas los unos contra los otros, se reunirían para prestar auxilio, en el caso de que uno de ellos pretendiese destruir una de las razas reales de un estado, deliberar en común, como sus predecesores, sobre las decisiones a ser tomadas en lo tocante a la guerra y otros asuntos, más dejando la hegemonía a la raza de Atlas.

El rey no tenía poder de condenar a muerte a ninguno de los de su raza, sin el consentimiento de más de la mitad de los diez reyes.

Tal era la formidable potencia que existía entonces en esa región, que dios reunió y dirigió contra nuestro país, por la razón que aquí está expuesta.

Durante numerosas generaciones, en cuánto la naturaleza de dios se hizo sentir en ellos lo suficiente, obedecieron las leyes y permanecieron ligados al príncipe divino al que estaban emparentados.

Sólo tenían pensamientos grandes y verdaderos en todos los puntos, y se comportaban con dulzura y sabiduría delante de todos los azares de la vida y en relación a los unos con los otros.

Por eso, dando atención únicamente a la virtud, hacían poco caso de sus bienes y soportaban fácilmente el fardo que era para ellos el peso de su oro y de sus otras posesiones.

No estaban embriagados por los placeres de la riqueza y, siempre señores de sí mismos, no se apartaban de su deber.

Moderados como era, veían claramente que todos esos bienes también crecían por el afecto mutuo unido a la virtud y que, si a ellos nos apegamos y si los honramos, perecemos, y la virtud junto con nosotros.

En cuánto raciocinaron así, y conservaron su naturaleza divina, vieron aumentar todos los bienes de qué les hablé.

Más cuando la porción divina que estaba en ellos se deterioró por la frecuente mixtura con muchos elementos mortales, y el carácter humano predominó, incapaces, desde entonces, de soportar la prosperidad, se conducieron de manera indecente.

Y, para aquellos que saben ver, ellos aparecerán feos, porque perdieron lo más bello de sus bienes, los más preciosos; más aquellos que no saben discernir, lo que es la verdadera vida feliz nos hallaban perfectamente bellos y felices, no obstante infectados como estaban por injustas codicias y por el orgullo de dominar.

Entonces, el dios de los dioses, Zeus, que reina según las leyes y que puede discernir esa especie de cosas, percibiendo el estado infeliz de una raza que fuera virtuosa, resolvió castigarlos para tornarlos más moderados y más sabios.



Para esto, reunió a todos los dioses en su morada, la más preciosa, aquella que, situada en el centro del universo, ve todo lo que participa de la generación y, habiéndolos reunido, les dijo:
…”

Este manuscrito acaba así, abruptamente.

Los escritos de Platón, traducción libre del idioma portugués, es posible que algunos nombres propios puedan no corresponder con la traducción original al español, no obstante nada inciden en la esencia del relato.




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