domingo, 16 de enero de 2011

María Magdalena: La Doctrina Profunda


Esta vez, la reunión con el profeta Agabo, no sería una reunión como las que habíamos tenido anteriormente, es decir, exenta de condicionantes que pudiesen limitar en alguna forma la participación de los convocados.


La convocatoria, fue muy clara y precisa, los convocados, hombres y mujeres, deberían ser todos pertenecientes a la Orden de Melquisedec y haber sido iniciados en las ordenanzas y convenios que abren la puertas de acceso a la Mansión del Señor.

Llegamos, provenientes de muy variados lugares, no solamente en lo referido a la geografía, sino también, en lo concerniente a los tiempos y dispensaciones, en los cuales nos ha correspondido vivir nuestras experiencias terrenales.

El ingreso a la gran sala iluminada donde tendríamos la reunión requería un pasaje previo por el control de los centinelas, los cuales corroboraban nuestro “nombre nuevo” con los registros de la Mansión, y una vez constatada nuestra identidad, se nos proveía de las investiduras sagradas, requisito imprescindible para nuestra presencia ante el velo.

Todos ingresamos vestidos de blanco, con el manto sobre el hombro derecho, sin delantal, usando a la cintura, una especie de cordón blanco trenzado con grandes bordones en sus extremos, que caían a un costado de la cintura hasta la altura de nuestras rodillas.

Una vez instalados en nuestros lugares, los varones a la derecha, de frente al símbolo de Yahweh,  y las mujeres a la izquierda, de frente a símbolo de Shekinah.

Ante a un pequeño estrado, situado al frente de la gran sala iluminada, nos esperaba vestido igual que nosotros, el profeta Agabo, el cual nos informaron, había sido asignado, por el Gran Consejo, para conducir la sesión para la cual habíamos sido formalmente convocados.

Confieso, que yo, en lo personal, y creo que para muchos de los que habíamos sido convocados, me encontraba un tanto confuso, la invitación recibida nos decía que tendríamos una charla sobre María Magdalena, y no veía la relación que podría tener este tema, con la formalidad requerida para asistir y sobre todo me preguntaba ¿Qué tendría que ver Melquisedec, en todo esto?

Seguramente, Agabo, se encargaría de despejar nuestras inquietudes, una vez que comenzase su disertación, la ansiedad, a esta altura de los acontecimientos, me había dominado por completo.  

Hablar sobre María Magdalena, comienza Agabo, y sobre todo, entender lo que ella significa para la humanidad, requiere de una predisposición especial, de aquellos que pretendan acceder a uno de los llamados “misterios mejor guardados” que ha dado lugar a la difusión relatos y leyendas desde los albores de la historia conocida.

Observen que he usado el término predisposición, y lo hago en el verdadero sentido de la palabra, predisposición significa, que previamente a disponerme a hacer o recibir algo, debo estar debidamente informado, el estado “pre” de esta sesión a la que participaremos, ha sido vuestras ordenaciones y las ordenanzas y convenios que cada uno ha recibido, y las investiduras que simbolizan al Sacerdocio de Melquisedec.

Una vez, entendido este principio, pasamos del estado “pre” al  estado de “disposición” es decir, tener el deseo de saber, y la responsabilidad de asumir todas las consecuencias que el conocimiento adquirido, puedan generar en nuestra vida, y en nuestro entorno, la luz de la verdad, una vez encendida, iluminará para siempre nuestra conciencia, y seguramente reclamará lo suyo.

Es imposible comenzar una charla sobre María Magdalena, sin que hablemos previamente, de su compañero eterno, nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo.

Como ya lo hemos mencionado anteriormente, desde su nacimiento, los padres terrenales de Jesús, han dado un estricto cumplimiento de lo prescrito en la ley de Moisés, leamos al respecto el relato de Lucas:

“Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el ángel antes de que fuese concebido.

Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas o dos palominos.

Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.”
                                                                                              Lucas  2: 21 – 24, 39

“Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforma a la costumbre de la fiesta.”
                                                                                              Lucas 2: 41

Como se puede apreciar, desde su tierna infancia, Jesús se ajustó plenamente a lo prescrito en la ley de Moisés, dando cumplimiento sus padres a lo requerido por la justicia, tal como se lo manifestara, años mas tarde, a su primo, Juan el Bautista, cuando recurrió a él para ser bautizado.

Leamos nuevamente las escrituras:

“Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él.

Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?

Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.

Y Jesús, después fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.

Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quién tengo complacencia.”
                                                                                              Mateo 3: 13 – 17

Jesús, había sido presentado en el templo, tal como lo exigía la ley de Moisés, cuando cumplió los doce años de edad, fue llevado a Jerusalén, y cuando llegó el momento oportuno, el mismo procuro a Juan el Bautista, para ser bautizado y posteriormente confirmado por el Espíritu de Dios, que descendió de los cielos, mientras una voz manifestaba que él era Hijo amado en quién tengo complacencia.

En el proceso del cumplimiento de toda justicia, Jesús debía cumplir con algo que no estaba exigido en la ley de Moisés, pero que le sería requerido efectuar para enseñar correctamente, todos los pasos que son necesarios realizar, para lograr el objetivo de su misión entre los hombres, tal cual se le es manifestado por el propio Señor a Moisés, veamos:

“Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”
                                                                       Perla de Gran Precio – Moisés 1: 39

Le sería requerido a Jesús, recibir su ordenación al sacerdocio de Melquisedec, para cerrar el círculo perfecto, el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios, le sería retornado, por la imposición de manos, de alguien que poseyese esa autoridad,
y ese alguien no fue otro que el propio Moisés, en lo que se registra en las escrituras con el subtítulo de: La transfiguración.

Leamos:

Previamente a la lectura que hago referencia, me gustaría que prestemos atención a lo que Jesús les manifiesta a sus discípulos, veamos:

“Pero os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios.”
                                                                                              Lucas    9: 27

Muchos, al leer este pasaje, han creído, de que Jesús les prometía a algunos de los discípulos, de que no gustarían de la muerte física y que vivirían hasta ser testigos de todos los acontecimientos que habrían de venir, pero sus palabras estaban relacionadas con lo que habría de suceder en muy poco tiempo; y eso es precisamente lo que les dije que leeríamos;

“Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.

Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.

Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías;

quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.

Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él.

Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía.

Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.

Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd.

Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.”
                                                                                              Lucas   9: 28 – 36

Este acontecimiento que relatan los evangelistas, para comprenderlo mejor, es preciso, recurrir a las palabras del apóstol Pablo a los Hebreos; leamos lo que les manifiesta:

“Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino  el que le dijo: Tu eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.

Como también dice en otro lugar:

Tú eres sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec.

Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.

Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;

y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;

y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.”
                                                                                              Hebreos     5: 5 – 10

Para reafirmar lo que les estoy exponiendo, acerca de la ordenación de Jesús al sacerdocio de Melquisedec, dejemos que Pablo continúe con su enseñanza:

“Si, pues, la perfección fuera por el sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley) ¿qué necesidad habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón ?

Porque cambiado el sacerdocio, necesario es haya también cambio en la ley; y aquel de quién se dice esto, es de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar.

Porque manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al sacerdocio.

Y esto es aún más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible...

Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.”
                                                                                              Hebreos 7: 11 – 17

Ahora, la orden del sacerdocio de Melquisedec, no prevé solamente el sacerdocio ejercido por los hombres, sino que éste debe ser complementado con el ordenamiento de la mujer, de hecho, en las ceremonias que se realizan en los santos templos, las mujeres participan de las ordenanzas y  convenios, y son sostenidas junto al varón, como sacerdotes y sacerdotisas, para compartir juntos la gloria de Dios. 

Al ser ordenado Jesús al sacerdocio de Melquisedec, para cumplir con la justicia, era necesario que recibiese también todas las ordenanzas previstas en este orden, y para alcanzar este grado de ordenación, Jesús, en cumplimiento de la ley del sacerdocio, debía encontrar su ayuda idónea.

Es aquí, que comenzaremos a entender, el significado de María Magdalena, en la vida de Jesús, y por extensión, en la vida de todos los mortales, sin excepción.

Leamos las escrituras;

“En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

Y para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio  
[Es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio];

Y si no lo hace, no puede alcanzarlo.

Podrá entrar en el otro, pero ése es el límite de su reino; no puede tener progenie.”
                                                                       Doctrina y Convenios   sección 131: 1 – 4

María Magdalena, es la compañera eterna de Jesús, según el orden de Melquisedec,
es el Santo Grial, celosamente custodiado, ella representa las puertas de la exaltación y la vida eterna, al alcanzar el más alto grado, en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio.




Jesús, instruyó a algunos de sus apóstoles a los cuales invitó, a que le acompañaran al monte de la transfiguración, y a quienes pidió el más estricto sigilo, nadie podría conocer esta sagrada ordenanza, hasta que no fuesen cumplidos los designios previstos por el Padre, sin sacrificio expiatorio y sin resurrección, el convenio del sacerdocio no tendría sentido, era el tiempo de orar y esperar.

La apostasía, ese tremendo desvío de las enseñanzas de Jesús el Cristo, consistió en la persecución y muerte de todos los testigos presénciales de la unión de Jesús de Nazaret, príncipe de la tribu de Judá, con María Magdalena, princesa de la tribu de Benjamín, unidos en el sempiterno convenio del matrimonio eterno.

Les comenté, dice Agabo, que he tenido la responsabilidad de velar por la seguridad de María Magdalena, y del fruto de su vientre, su descendencia nacería bajo el signo de la promesa, sellados eternamente por el poder del sacerdocio de Melquisedec.

Jesús, nació y vivió como un hombre mortal, y como tal, cumplió con todas las exigencias de la justicia, soportó las pruebas y tentaciones, no como un ser divino dotado de poderes especiales a los cuales podía recurrir, sino que los enfrentó y superó como un hombre, el es nuestro ejemplo, nuestro camino, y nuestra vida.

Este es el conocimiento que quería compartir con ustedes, el secreto del Santo Grial les ha sido revelado, ahora seguramente conoceréis mejor a María Magdalena, la primera mujer en ser ordenada en el sagrado convenio del matrimonio, la compañera eterna del Salvador de la humanidad.

María Magdalena, simboliza la reivindicación de la mujer a su verdadero estado, la parte invertida del triángulo, el único medio por el cual el varón puede alcanzar el grado mayor de gloria, la puerta de entrada, la matriz, la continuidad de la vida, la mitad de un todo, la sangre de Cristo en el cáliz de su madre terrena.

Lucifer, ha intentado desde las tinieblas, sembrar la confusión, lo que no pudo lograr en su intento de engañar a Eva, lo ha hecho a través de su simiente, no existe mayor blasfemia que negar el Espíritu Santo, y no ha habido mayor desviación en la historia de la humanidad, que la de asociar a la mujer con el pecado original y por ende con el padre de las mentiras.

Agabo, había terminado su exposición, el rompe cabezas, el puzzle, el desorden  en el cual estábamos, las piezas que no encajaban en nuestro modo de concebir los hechos, se habían encontrado, casi milagrosamente, las unas con las otras.

En la sencillez de su relato, brotaba el agua de vida, que vivificaba y expandía la luz de la verdad.

“Encuentro que la verdad que un hombre descubrió, o la luz que proyectó sobre algún punto oscuro, puede, un día, tocar en otro ser pensante, conmoverlo, alegrarlo y consolarlo; es a él a quien le hablamos, como nos hablaron otros espíritus semejantes, y que nos consolaron a nosotros mismos en este desierto de la vida.”
                                                                                                          Schopenhauer

     
Casi sin darnos cuenta, la charla de Agabo había concluido, fuimos desalojando la gran sala iluminada en dirección a los vestuarios, donde nos despojaríamos de la ropa ceremonial que habíamos utilizado, para luego prolongar nuestro encuentro con un paseo informal por los hermosos jardines exteriores de la mansión.

La serena belleza del lugar nos invitaba a compartir unos con otros, distintos aspectos de la magistral exposición de Agabo, todos queríamos intercambiar impresiones, y de ser posible, prolongar la emoción que nos embargaba, la imagen de María Magdalena, había adquirido para cada uno de nosotros una nueva e impactante dimensión.

El camino que recorríamos nos fue conduciendo hacia una hermosa fuente, en cuyo alrededor se habían colocado mesas y sillas para que pudiésemos sentarnos, al acercarnos, percibimos de que nos estaban esperando un grupo de jóvenes de ambos sexos, vestidos como camareros de confitería, los cuales, una vez que nos fuimos ubicando, nos ofrecieron  alimentos y refrescos finamente elaborados.

Nos sentimos halagados, por este gesto inesperado, alguien se había preocupado de que tuviésemos una oportunidad de interactuar los unos con los otros, en un clima distendido, una magnífica oportunidad de estrechar lazos, que ninguno de los presentes quería desaprovechar.

Todos hablábamos unos con otros, intercambiando lugares  a veces  para estar un poco en cada lado, nos sentíamos hermanados, unidos por un vínculo muy especial, sabíamos que existía una buena razón para que estuviésemos juntos, en esta ocasión, y en las otras anteriores que habíamos tenido, quizás no llegábamos a comprender las razones por las cuales habíamos sido escogidos, pero fuere cual fuere esa razón, el simple hecho de estar allí, nos colmaba de gozo, agradecimiento, y nos imbuía un sentimiento de profunda humildad.  

De pronto, nos llamó la atención, el hecho de que se habían juntado unas cuantas mesas y sillas, y en medio del grupo, se podía escuchar la inconfundible voz de Agabo, que intentaba dar respuesta a varias preguntas que se le formulaban.

Al acercarme, pude escuchar que se le estaba preguntando a Agabo la causa por la cual, no había hecho referencia alguna a los llamados, Evangelios Gnósticos, que él mismo, nos había dicho anteriormente que utilizaría, como argumentos de apoyo a su disertación sobre María Magdalena.

Agabo, se sonrió, y respondió: Existen innumerables pasajes en las escrituras oficialmente aceptadas por todos, que como lo han podido apreciar por sí mismos, nos han arrojado muchísima luz, sobre la íntima relación que unía a Jesús con María Magdalena.

Por esta sencilla razón no he querido abundar en otras fuentes, un poco, para no caer en el uso de referencias, que los inquisidores, se habían encargado de eliminar de los registros oficialmente aceptados, con el argumento de que tales escritos sólo podían ser apócrifos.

No obstante, si les interesa, puedo mencionarles algunos pasajes de estos escritos que han podido recuperarse en este último siglo, mas precisamente, en el mes de diciembre de mil novecientos cuarenta y cinco, en Gebel Tarif, a unos cinco kilómetros de Nag Hammadi, en el medio Egipto, lo que allí se encontraba, para sorpresa de todos, eran restos de una antigua biblioteca copta y habían sido preservados por algún monje, que los ocultó, a sabiendas de que sobre ellos, pesaba la sentencia de destrucción.

La historia, al igual que la verdad, tiene caminos propios, siempre,- y esta vez voy a emplear el término correcto – gracias a Dios, algún personaje anónimo, quizás hasta considerado insignificante, tiene la lucidez de los cielos, y se constituye en un instrumento vital en la preservación de elementos de prueba de hechos que la soberbia del poder, se empeñan infructuosamente en ocultar.

Estos escritos encontrados, difieren, o no coinciden, con los evangelios registrados en la Biblia, pues como ya les habíamos explicado, sólo se preservaron aquellos que se ocuparon de relatar los aspectos divinos de Jesús, es decir, su relación con el Padre, relataron parte de sus palabras y acciones, se concentraron en los hechos “milagrosos” , más trascendentales,  y apenas hicieron alguna mención de los hechos cotidianos, que como hombre, cumplidor de la ley de Moisés, habían sido parte esencial en su estancia entre nosotros, sus hermanos.

Los llamados, evangelios gnósticos, nos revelan aspectos de la vida de Jesús en tanto hombre, con sus gustos y aficiones, un Jesús integrado a la vida en sociedad, con hermanos y hermanas, hijos de su madre mortal y de José, con parientes, amigos y compañeros, un Jesús desconocido, para aquellos, que sólo dependen del “relato oficial”, el cual se limita a mencionar, solamente lo siguiente:

“Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.”
                                                                                              Lucas  2: 40  

Voy a darles lectura, comenta Agabo, y a modo de ejemplo, dos pasajes de éstos escritos, que nos demostrarán, la verdadera relación que existía, entre Jesús y María Magdalena.

De los escritos atribuidos a Felipe, leemos lo siguiente:

“Y la compañera del Salvador es María Magdalena.

Cristo la amaba más que a todos sus discípulos y solía besarla en la boca.

El resto de los discípulos se mostraban ofendidos por ellos y le expresaban su desaprobación.

Le decían: ¿Por qué la amas más que a todos nosotros?”

Del evangelio de María Magdalena, les leeré lo que sigue:

“Y Pedro dijo: ¿Ha hablado el Salvador con una mujer sin nuestro conocimiento?

 ¿Debemos darnos todos la vuelta y escucharla? ¿La prefiere a nosotros?

Y Leví respondió: Pedro, siempre has sido muy impetuoso.

Ahora te veo combatiendo contra la mujer como contra un adversario.

Si el Salvador la ha hecho digna, ¿quién eres tú para rechazarla?

Seguro que el Salvador la conoce muy bien.

Por eso la amaba más que a nosotros.”

Como pueden apreciar, a través de estos relatos mencionados, se pueden  intuir los gérmenes de cierto celo, entre los discípulos varones más allegados a Jesús, con la posición de privilegio que éste le daba a María Magdalena, sobre todo a un hombre impetuoso como Pedro, que se había regido desde siempre por la ley de Moisés, y no podía concebir, que una mujer, estuviese por encima de ellos en la preferencia de su Maestro.

No entendieron, que el sacerdocio de Melquisedec, del cual Jesús era Sumo Sacerdote, le daba a la mujer una preeminencia mucho mayor y trascendente, que la simple sumisión prescrita en la ley de Moisés.

Como les comenté en la exposición que tuvimos en la gran sala, luego del sacrificio expiatorio del Salvador, nos urgía la inmediata evacuación de María Magdalena, para poder preservar el cáliz sagrado, la sangre de Jesús, en el vientre de su compañera eterna, y es por esta honrosa circunstancia, que hoy tuve el inmenso placer de compartirlo con todos ustedes.    

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