Cuando hablamos de la naturaleza humana, se suelen mencionar una serie
de sentencias, que han sido instaladas en nuestro subconsciente, a través de
innúmeras citas cargadas de retórica advertencia, sobre los peligros que nos
acechan, cuando nuestra búsqueda de respuestas aún insatisfechas, nos pone en
la disyuntiva de:
Acomodar las inquietudes al “status quo” imperante y aceptar la verdad
revelada tal cual nos la han transmitido.
O salir al descampado de extramuros, lejos de la ciudadela amurallada
de preconceptos que intenta preservarnos de los mortales efectos del mundo
“diabólico, solitario y triste” de
afuera.
Parecería ser, que de acuerdo al “autorizado” criterio de los
predicadores, todo lo que había que saber, ya fue dicho, lo que nos resta, lo
que es arbitrio de la voluntad humana, es el sometimiento y la obediencia
irrestricta.
Esto que mencionamos no es para nada algo nuevo, consecuencia de los
convulsionados tiempos modernos en los cuales nos ha tocado vivir, todo lo
contrario, esta estrategia de dominación, existe desde siempre, desde que los
hijos de Dios hemos sido convocados para que hagamos oír nuestra opinión, han
aparecido los “pretendidos representantes de la autoridad divina” cuyo
insaciable apetito de poder, y su consecuente capacidad de dominación, les
impulsa a ejercer un injusto dominio
sobre sus semejantes, ya sea, mediante la persuasión engañosa, o recurriendo
directamente al ejercicio totalitario de la violencia.
Para ayudarnos a entender mejor el alto precio que debe pagarse para alcanzar
ciertos grados de iluminación, les sugiero incursionar en el pensamiento de los
grandes filósofos, poseedores del conocimiento esotérico de los cabalistas, los
que utilizando los medios disponibles de comunicación de su época, utilizaron
la magia de la palabra escrita y su lenguaje exotérico, para transmitir a los
entendidos su enseñanza intelectual y compartir con sus amados discípulos el
mensaje esotérico de las señas y los símbolos, lo que sólo podía ser entendido
por los iniciados al recibirlo “de mano en mano” .
Quien pretenda conocer el sabor de la sal, deberá, forzosamente,
introducirla en su boca y degustarla por sí mismo, de nada le valdría ningún otro medio, sólo
obtendría la imagen exotérica de la sal, de ningún modo el conocimiento, lo esotérico,
es decir su verdadero sabor.
Incursionaremos entonces en el pensamiento de Platón y sus enseñanzas.
Breve reseña:
“Platón,
nació en Atenas probablemente en el año 427 a.C. pertenecía a una familia noble y eran ilustres
tanto los ascendientes de sus padres como los de su madre.
Recibió la educación física intelectual de los jóvenes de su época; es posible
que haya seguido las lecciones del horaciano Cratilo.
En el año 407 sobrevino el acontecimiento capital de la vida de Platón: su encuentro con Sócrates.
El maestro tenía entonces 63 y el alumno 20.
Platón debió seguir las lecciones
de Sócrates durante ocho años.
Poco después de la caída de los Treinta, tres
delatores acusan a Sócrates de corromper a la juventud y de no creer en los
dioses de la ciudad; condenado a muerte, rehúsa evadirse y bebe la
cicuta en el 399.
Platón no estuvo presente en los últimos
momentos de su maestro, relatados en el Fedón; pero esta escandalosa injusticia
debió ser para él el prototipo del acto inicuo contra cuya repetición debía
luchar todo filósofo.”
El tema que hemos escogido para ilustrar nuestro
artículo es el siguiente:
El libro VII de La República
comienza con la exposición del conocido mito de la caverna, que utiliza Platón
como explicación alegórica de la situación en la que se encuentra el hombre
respecto al conocimiento.
Leemos:
“ …Y a continuación –seguí-
compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o
a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza.
Imagina una especie de
cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz,
que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella
desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse
quietos y mirar únicamente hacia delante, pues las ligaduras les impiden volver
la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano
superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo
largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las
mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las
cuales exhiben aquellos sus maravillas.
- Ya lo veo – dijo.
Pues bien, ve ahora, a lo
largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos cuya
altura sobrepasa la de la, pared, y estatuas de hombres o animales hechas de
piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá,
como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
¡Qué extraña escena describes -dijo
– y qué extraños prisioneros!
Iguales que nosotros – dije- , porque en primer lugar, ¿crees que los
que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las
sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a
ellos?
Como –dijo- , si durante toda su vida han sido obligados a mantener
inmóviles las cabezas?
¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
¿Qué otra cosa van a ver?
Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían
estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar?
Forzosamente.
¿ Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente?
¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos
que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
No, ¡por Zeus! – dijo.
Entonces no hay duda –dije yo- de que los tales no tendrán por real
ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
Es enteramente forzoso –dijo.
Examina, pues –dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y
curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado
y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar la
luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de los
chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿Qué
crees que contestaría si le dijera de alguien que antes no veía más que sombras
inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de
cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera
mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas
acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que
antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le
mostraba?
Mucho más –dijo.
Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le
dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que
puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que
los que le muestra?.
Así es –dijo.
Y si lo llevaran de allí a la fuerza – dije-, obligándole a recorrer la
áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la
luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que,
una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería
capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
No, no sería capaz – dijo-, al menos por el momento.
Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de
arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las
imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde,
los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche
las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas
y la luna, que ver de día el sol y lo que le es propio.
¿Cómo no?
Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en
las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio
y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y
contemplar.
Necesariamente –dijo.
Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien
produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y
que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
Es evidente –dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de
allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría
feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
Efectivamente.
Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o
recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con
mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre
ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar,
basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de
estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre
aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría
decididamente “trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio” o
sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
Eso creo yo –dijo-: que preferiría cualquier otro destino antes que
aquella vida.
Ahora fíjate en esto –dije-: si, vuelto el tal allá bajo, ocupase de
nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se llenarían los ojos de tinieblas, como
a quién deja súbitamente la luz del sol?
Ciertamente –dijo.
Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido
constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no
habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad – y no sería muy corto
el tiempo que necesitara para acostumbrarse- ¿no daría que reír y no se diría
de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que
no vale la pena ni aun intentar una semejante ascensión?
Y no matarían; si encontraran manera de echarle mano y matarle, a quien
intentara desatarles y hacerles subir?
Claro que sí –dijo-
Pues bien –dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo
Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por
medio de la vista con la vivienda prisión, y la luz del fuego que hay en ella,
con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la
contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma
hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo
que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo
cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo
último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez
percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que
hay en todas las cosas, que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz
y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de
verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder
sabiamente en su vida privada o pública.
También yo estoy de acuerdo –dijo-, en el grado que puedo estarlo.”
Según la versión de J.M. Pabón
y M. Fernández Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1981 (3ª edición)
Tal el relato de Platón, no abundaremos agregando más detalles, si
alguna vez te decides a romper las ligaduras que mantienen tieso tu cuello y
salir de la butaca donde has estado aprisionado, es posible que lo que
descubras no puedas contárselo a nadie, so pena de que te enchalequen y te
encierren en un hospicio, también corres el riesgo, de que una vez aprisionado,
te alcancen para beber una copa de cicuta, de ocurrir algo así, alza tu copa,
bebe y responde “Por quien me venza con honor en vosotros” .
Hugo W. Arostegui
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