La Magia de las palabras
He pasado unos días dejando que mi
mente vague libre por los senderos recorridos en estos últimos meses, cuánto
más alto se eleva el pensamiento, cuando pienso que el esfuerzo realizado me ha
conducido a las altas cumbres, sorprendentemente constato que no he hecho
más que simplemente subir una pequeña y
mísera cuesta.
“Tres cosas me son ocultas; Aun
tampoco sé la cuarta:
El rastro del águila en el aire; El
rastro de la culebra sobre la peña;
El rastro de la nave en medio del mar;
Y el rastro del hombre en la doncella.”
Proverbios
30: 18 – 19
Parado en la cima de mi pequeña
cuesta, descubro un nuevo cielo y un sinnúmero de estrellas que la pequeña mísera cuesta me ocultaba, y
al final del nuevo horizonte que se habría ante mí, emerge desafiante la cima
de otra pequeña y mísera elevación, que me extiende sus brazos en forma de
intrincados senderos como invitándome a sumergirme en su seno, descubrir sus
entrañas y nutrirme de sus secretos.
Hay días en que la añoranza paraliza
mis torpes avances, cuando las imágenes de un tiempo que ya fue, se clavan
profundamente, como un punzante cilicio que desgarra con sus dientes de acero,
los sentimientos que anidan en lo profundo de mi ser y que me gritan miles de
súplicas y reproches , como el canto de las sirenas que conducen al abismo de
la negación, la angustiosa sensación de no ser nadie sin nuestro entorno
perdido.
“Todo es energía, el amor, el odio,
la envidia, los sentimientos, los pensamientos y para que sepamos manejar bien
nuestra propia energía tenemos el libre albedrío.
Y a través de varias vivencias
agradables y desagradables, de pasar por muchas experiencias a veces muy
dolorosas, tremendas, muy fuertes de aprendizaje, sabemos reconocer los
beneficios que otorga la energía de lo bueno.
Pero para eso tendríamos que hacer un
largo aprendizaje para llegar a saberlo y para ello teníamos que ir a una
escuela, a la escuela de la vida, a la escuela del mundo.
Es la escuela de la vida mi gran
oportunidad por eso es tan importante y es lo único realmente mío que tengo, mi
propia vida.
Y debo saber que esta vida, la vida
de todos los días, es la que me proporciona el verdadero aprendizaje, del
vivir.
En el arduo aprendizaje del vivir
aprendemos a manifestar la esencia, a través de las diferentes expresiones de
nuestro accionar, de nuestros pensamientos, sentimientos, y de los hechos en
que tomamos parte.
Nos movemos entre el odio y el amor,
entre el bien y el mal.
Las circunstancias adversas siempre
nos enseñan algo. Y debemos preguntarnos:
¿Qué debo aprender de esto que me
pasa? para no repetir otra vez la misma historia.
Pero siempre cambiamos después de
atravesar una crisis.
Nunca somos los mismos luego de una
situación límite y a veces esa situación nos hace tocar fondo.
Está en nosotros el saber
levantarnos, en la adversidad para ser mejores y más fuertes o caernos sin
saber levantarnos del abismo de la desesperación y la angustia.
Hay un dicho: Santos no son los que
nunca cayeron, sino los que siempre se levantaron.
Y a veces ¡qué largos, estrechos y
difíciles caminos tenemos que recorrer para llegar a la paz y la felicidad
dentro de nosotros!”
Elsa
Bianco – Aprendiendo a Vivir, páginas 38
– 40
Mi amiga Elsa, nos habla de los
largos, estrechos y difíciles caminos que tendremos que recorrer para poder
encontrar la paz y la felicidad que mora dentro de nosotros, en realidad, lo
que cada uno de nosotros percibe desde su nacimiento son las señales externas,
las que nos educan, las que nos prescriben lo que se debe y lo que no se debe
hacer.
La escuela de la vida abre sus aulas
y nos atrapa, desde el preciso momento en que el aire se introduce por primera
vez en nuestros agitados pulmones.
No hay duda que las palabras son la
magia del espíritu, cuando las empleamos creamos nuevas sensaciones, se abren
ante nosotros horizontes inexplorados, universos desconocidos sobre los cuales
dejamos planear nuestra mente sostenida en lo alto por el suave impulso de
nuestra propia imaginación.
Es esta magia, la de las palabras, lo
que permite la creación, a través del relato de las más variadas situaciones o
circunstancias, donde van surgiendo los personajes como brotes de vida, que
irrumpen espontáneamente en el escenario de los hechos, no como seres de
ficción, sino como criaturas que cobran vida propia mediante “el soplo de vida”
que les transmite su hacedor, el mago que crea y organiza las palabras.
Los personajes creados por esta magia
de las palabras, se incorporan y entremezclan con los demás seres que son parte
de la creación, sin importar los medios empleados en darles vida, así como
existen los seres vivos que han irrumpido a la vida mediante la unión sexual de
sus progenitores, o aquellos creados por la inseminación artificial o por algún
otro método avanzado de manipulación genética, de la misma forma y con el mismo
derecho existen los que han sido engendrados por el poder de la palabra
escrita.
¿Quién puede negar su existencia?
De hecho, la historia universal
registra a lo largo de los siglos el invalorable aporte de diversos personajes,
que han dejado una huella muy profunda, verdaderos paradigmas, moldeadores de
conductas, ejemplo de virtudes que han sobrepujado la propia trascendencia de
sus creadores, personajes idealizados por la pluma de los magos de las palabras
que les han dado vida, figuras épicas, homéricas, dioses y semi dioses, santos
y mártires, ángeles y demonios, que desafían el tiempo y permanecen para
siempre, inmortales, en la conciencia colectiva de la humanidad.
Estos autores, los magos de las palabras,
nos han transmitido un legado de invalorable valor, son los forjadores de la
cultura, de los valores morales, los que han nutrido las mentes infantiles de innúmeras
generaciones, pero también, es justo decirlo, muchos de estos magos, han creado
una historia idealizada al gusto e interés de los poderosos de turno,
verdaderos maquilladores de la realidad, poseedores de gran capacidad y talento
creativo, virtuosos del arte de contar, que han vendido sus habilidades y han
hecho posible la puesta en escena de lo que llamaremos “la teoría de la
justificación”
Cuántas cosas nos vienen a la mente
en este paseo relámpago por los confines del pensamiento, la sucesión de
hechos y personajes aparecen
espontáneamente dejándonos sus impresiones, de épocas y costumbres que ya han
sido, algunos desde mucho antes de que la historia se relatase, otros
aportándonos sus experiencias de vidas ignoradas, un verdadero calidoscopio de
hechos e imágenes que persisten en el universo de las ideas, totalmente ajenas
a la noción de tiempo y espacio.
Debo reconocer que no resulta nada
fácil para el lector intentar definir alguna línea de pensamiento en lo que más
bien se parece a un puzle no desprovisto de cierta locura narrativa, es más que
probable que algo de esto esté sucediendo, se dice que de poetas y de locos
todos tenemos un poco, la misma expresión empleaba el apóstol Pablo en sus
epístolas, veamos:
“¡Ojalá me toleraseis un poco de
locura! Sí, toleradme.
2
Corintios 11: 1
Entre todos los seres que han pasado
fugazmente por mi mente, me llamó especialmente la atención, la imagen de un
pequeño ángel que se paseaba de un lado a otro portando una enorme pancarta,
casi tan grande como él, desde mi lugar de observación me resultaba difícil
captar el contenido del mensaje el cual estaba escrito con los trazos propios
de los niños pequeños.
El pequeño ángel paso una y otra vez, sin que yo tuviese la oportunidad
de leer lo que decía su estandarte, tal era el dinamismo y desparpajo de este
pequeño personaje que logró despertar mi curiosidad y el deseo de saber cuál
sería el mensaje que podría estar anunciando, de manera que esperé con
indisimulada ansiedad el momento en que pensaba que volvería a pasar.
Esta vez estaba preparado, por muy
rápido que pasase, yo podría leer el enigmático mensaje;
Al pasar entonces delante de mí, el
pequeño ángel se detuvo y sonrió.
El mensaje garabateado en su pancarta
decía:
“Si sabes cómo buscarnos, tú nos
encontrarás”
Y debajo, en letras apenas
perceptibles, lucía lo que parecía ser la firma de él o los autores:
“Yahweh y Shekinah”
No había duda de que el mensaje
escrito en la pancarta estaba dirigido a mi persona, me pregunto cuánto tiempo
habrá estado ese pequeño ángel intentando llamar mi atención, recuerdo haberlo
visto pasar fugazmente por mi mente varias veces, pero por alguna razón algo
ocurría entonces, que acaparaba mi interés y le dejaba de lado.
Hay veces en que me parece, que el
común de las personas cree, que los magos de las palabras, proceden igual que
los pescadores que pescan en la orilla de un río, se sientan con su caña de
pescar entre sus manos y con paciencia y
esperanza esperan el tirón del anzuelo, la señal de que algo ha mordido la
carnada, es en ese preciso momento que nace la ilusión de que esta vez, extraerán
de las aguas un buen ejemplar, el mayor que jamás hayan visto.
La diferencia consiste en que no son
los magos de las palabras quienes lanzan el anzuelo con la intención de atrapar una historia, las
palabras simplemente los convocan y ellos se presentan a sí mismos y nos
cuentan sus vivencias, tal como lo hizo esta vez el pequeño ángel con su
pancarta.
En el deambular por mi mente, dejé
entreabierta la puerta de mi imaginación y por allí se introdujo un rayo de luz
portando una advertencia, ese, era el momento largamente esperado por el
pequeño mensajero, su tarea había concluido.
Casi sin darme cuenta, las palabras
han ido elaborando un tema, y no lo han hecho impulsadas por su libre arbitrio,
simplemente se han puesto a disposición de las imágenes recreadas en la mente,
la descripción de las vivencias captadas han rellenado los espacios en blanco
de estas notas con sus pinceladas de vida.
La imagen del pequeño ángel portando
la pancarta nos indica que no debemos ser simplemente crédulos, que la senda es
estrecha, muy difícil de encontrar, y
que muchos se han perdido en su búsqueda por dejar que los guías ciegos les
conduzcan:
“¿Acaso puede un ciego guiar a otro
ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?”
Lucas
6: 39
Hemos crecido bajo la influencia de
textos religiosos considerados sagrados, cuyos dictados, en forma de
mandamientos y severas recomendaciones, nos educaban en todo lo relacionado con
la conducta que deberíamos aplicar en nuestras vidas mortales, las criaturas
que no obstante ser consideradas “hijos de Dios” habrían sido engendradas por
sus padres terrenales, bajo el signo de la desobediencia, portadores del “virus
mortal” llamado “pecado original”.
Estos textos compilados en un solo
volumen y con el título de “Santa Biblia” nos exponen toda la teología judeo -
cristiana la cual, se cree, es la base del pensamiento religioso del llamado
“mundo occidental y cristiano”.
La autoridad moral y normativa de su
contenido es considerado de absoluta fiabilidad al punto de que todas las
religiones, aún con serias divergencias en su interpretación, coinciden en
describirlo como: La Palabra de Dios.
El pequeño ángel de la pancarta,
atrevidamente se entromete en medio del relato, para recordarme nuevamente el
contenido de su mensaje, y un tanto confundido, le pregunto: ¿qué es lo que
intentas advertir?
Pregúntale a Pedro, me contestó
sonriendo; Y respondiendo Pedro nos lo dijo así:
“Pero hubo también falsos profetas
entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán
encubiertamente herejías destructoras, y aún negarán al Señor que los rescató,
atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.
Y muchos seguirán sus disoluciones,
por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia
harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.”
2
Pedro 2: 1 -3
De manera que Pedro nos advierte
sobre los falsos maestros y profetas, ¿será que en los libros sagrados, también
encontramos escritos tendenciosos insertos con la intención de engañar y confundir?
¿A quiénes se refiere Pedro cuando
emplea términos tan duros?
Sigamos un poco más su línea de
pensamiento, recurriendo a Ezequiel:
“Vino a mí palabra de Jehová,
diciendo:
Hijo de hombre, profetiza contra los
profetas de Israel que profetizan, y di a los que profetizan de su propio
corazón: Oíd palabra de Jehová.
Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de
los profetas insensatos, que andan en pos de su propio espíritu, y nada han
visto!
Como zorras en los desiertos fueron
tus profetas, oh Israel.
No habéis subido a las brechas, ni
habéis edificado un muro alrededor de la casa de Israel, para que resista firme
en la batalla en el día de Jehová.
Vieron vanidad y adivinación
mentirosa. Dicen: Ha dicho Jehová, y Jehová no los envió; con todo, esperan que
él confirme la palabra de ellos.
¿No habéis visto visión vana, y no
habéis dicho adivinación mentirosa, pues decís: Dijo Jehová, no habiendo yo
hablado?
Por tanto, así ha dicho Jehová el
Señor: Por cuánto vosotros habéis hablado vanidad, y habéis visto mentira, por
tanto, he aquí yo estoy contra vosotros, dice Jehová el Señor.
Estará mi mano contra los profetas
que ven vanidad y adivinan mentira; no estarán en la congregación de mi pueblo,
ni serán inscritos en el libro de la casa de Israel, ni a la tierra de Israel
volverán; y sabréis que yo soy Jehová el Señor.
Sí, por cuánto engañaron a mi pueblo,
diciendo Paz, no habiendo paz; y uno edificaba la pared, y he aquí que los
otros la recubrían con lodo suelto, di a los recubridores con lodo suelto, que
caerá; vendrá lluvia torrencial, y enviaré piedras de granizo que la hagan
caer, y viento tempestuoso la romperá.
Y he aquí cuando la pared haya caído,
¿no os dirán?: ¿Dónde está la embarradura con que la recubristeis?
Por tanto, así ha dicho Jehová el Señor:
Haré que la rompa viento tempestuoso con mi ira, y lluvia torrencial vendrá con
mi furor, y piedras de granizo con enojo para consumir.
Así desbarataré la pared que vosotros
recubristeis con lodo suelto, y la echaré a tierra, y será descubierto su cimiento,
y caerá, y seréis consumidos en medio de ella; y sabréis que yo soy Jehová.
Cumpliré así mi furor en la pared y
en los que la recubrieron con lodo suelto; y os diré: No existe la pared, ni
los que la recubrieron.”
Ezequiel
13: 1 – 15
Lo que encontramos en los escritos de
Ezequiel tiene el efecto de una verdadera denuncia en contra de los profetas, a
los cuales el propio Jehová les acusa de fraude y usurpación de funciones
mediante el engaño y la mentira.
Es interesante notar que Jehová el Señor,
les ha desenmascarado, les enrostra que no solamente se han corrompido cediendo
a la vanidad de sus concupiscencias, sino, -
y esto es la acusación más grave – han adulterado groseramente la
realidad, levantando paredes cubiertas de lodo suelto, una forma de decir en la
época lo que en nuestros días llamaríamos adulteración de los hechos mediante
la manipulación y el maquillaje.
Entonces, si los profetas mienten y
adulteran los hechos, ¿qué hacer? ¿En quién confiar? la respuesta se encuentra
en las propias escrituras, leamos:
“Sin embargo, hablamos sabiduría
entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, que
perecen.
Mas hablamos sabiduría de Dios en
misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para
nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque
si la hubiera conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.
Antes bien, como está escrito: Cosas
que ojo no vio, ni oído oyó,
Ni han subido en corazón de hombre,
Son las que Dios ha preparado para los que le aman.
Pero Dios nos la reveló a nosotros
por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios.
Porque ¿quién de los hombres sabe las
cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?
Así tampoco nadie conoció las cosas
de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo
que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas
con sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente.
En cambio el espiritual juzga todas
las cosas; pero él no es juzgado de nadie.
Porque ¿quién conoció la mente del
Señor? ¿Quién le instruirá?
Mas nosotros tenemos la mente de
Cristo.”
2
Corintios 2: 6 – 16
Lo que el apóstol Pablo les comenta a
los Corintios es que la comunicación entre Dios y los hombres solamente puede
lograrse a través de la intermediación del Espíritu Santo, el hombre en su
condición temporal no está habilitado para establecer ninguna relación directa
con su hacedor sin contar con la invalorable ayuda de este integrante de la
trinidad, símbolo sagrado del amor y la paz.
De manera que el hombre en su estado
natural sólo puede concebir las cosas que le son propias a su condición humana,
lo que sin duda no es poca cosa, si se tiene en cuenta que es el heredero
legítimo de la Gloria de Dios, es más, las revelaciones modernas nos dicen que
la Obra y la Gloria del Padre es nada menos que la de lograr “la inmortalidad y
la vida eterna del hombre” Obra y Gloria imposible de alcanzar sin la
intervención, como ya mencionamos, del Espíritu Santo y la redención de los
pecados mediante el sacrificio expiatorio del Unigénito.
El componente masculino de la
creación representado por Dios el Padre, se complementa con la expresión
femenina de: La Revelación, La Sabiduría, La Luz de la Verdad y La Confirmación
de todas las cosas, representados por el símbolo de la paloma.
El Unigénito del Padre no hubiese
podido ser concebido, sin la complementación del Padre y El Espíritu Santo de
una Madre Celestial, única manera de hacer posible lo que conocemos como: La
Santísima Trinidad, vale decir: El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo.
Desde siempre, el hombre ha hurgado,
entre las distintas concepciones que se le atraviesan cual meteoros en la órbita
de su pensamiento, que le golpean y sacuden, que le desestabilizan el
razonamiento formal, el adquirido por la tradición y la cultura socialmente
aceptada, buscando la ansiada respuesta que le responda sus interrogantes: ¿Quién
soy?, ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?
El hombre en busca de la sabiduría:
“Ciertamente la plata tiene sus
veneros, y el oro un lugar donde se refina.
El hierro se saca del polvo, y de la
piedra se funde el cobre.
A las tinieblas ponen término, y
examinan todo a la perfección, las piedras que hay en oscuridad y en sombra de
muerte.
Abren minas lejos de lo habitado, en
lugares olvidados donde el pie no pasa.
Son suspendidos y balanceados, lejos
de los demás hombres.
De la tierra nace el pan, y debajo de
ella está como convertida en fuego.
Lugar hay cuyas piedras son zafiro, y
sus polvos de oro.
Senda que nunca la conoció ave, ni
ojo de buitre la vio;
Nunca la pisaron animales fieros, ni
león pasó por ella.
En el pedernal puso su mano, y trastornó
de ría los montes.
De los peñascos cortó ríos, y sus
ojos vieron todo lo preciado.
Detuvo los ríos en su nacimiento, e
hizo salir a luz lo escondido.
Mas ¿dónde se hallará la sabiduría?
¿Dónde está el lugar de la inteligencia?
No conoce su valor el hombre, ni se
halla en la tierra de los vivientes.
El abismo dice: No está en mí; Y el
mar dijo: Ni conmigo.
No se dará por oro, ni su precio será
a peso de plata.
No puede ser apreciada con oro de
Ofir, ni con el ónice precioso, ni con zafiro.
El oro no se le igualará, ni el
diamante, ni se cambiará por alhajas de oro fino.
No se hará mención de coral ni de
perlas; la sabiduría es mejor que las piedras preciosas.
No se igualará con ella topacio de
Etiopía, no se podrá apreciar con oro fino.
¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?
¿Y dónde está el lugar de la
inteligencia?
Porque encubierta está a los ojos de
todo viviente, y a toda ave del cielo es oculta.
El Abadón y la muerte dijeron: Su
fama hemos oído con nuestros oídos.
Dios entiende el camino de ella, y
conoce su lugar.
Porque él mira hasta los fines de la
tierra, y ve cuánto hay bajo los cielos.
Al dar peso al viento, y poner las
aguas por medida;
Cuando él dio ley a la lluvia, y
camino al relámpago de los truenos,
Entonces la veía él, y la
manifestaba; la preparó y la descubrió también.
Y dijo al hombre:
He aquí que el temor del Señor es la
sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia.”
Job
28.
Nuevamente, entonces, la señal al
costado del camino, el indicador de la ruta, nos lo señala: Si tienes falta de
sabiduría, demándala a Dios, tú Padre, y el regazo de tu madre espiritual, te
cubrirá con su luz.
“… y descendió el Espíritu Santo
sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi
Hijo amado; en ti tengo complacencia.”
Lucas
3: 22
El hombre en busca de la sabiduría:
“Ciertamente la plata tiene sus
veneros, y el oro un lugar donde se refina.
El hierro se saca del polvo, y de la
piedra se funde el cobre.
A las tinieblas ponen término, y
examinan todo a la perfección, las piedras que hay en oscuridad y en sombra de
muerte.
Abren minas lejos de lo habitado, en
lugares olvidados donde el pie no pasa.
Son suspendidos y balanceados, lejos
de los demás hombres.
De la tierra nace el pan, y debajo de
ella está como convertida en fuego.
Lugar hay cuyas piedras son zafiro, y
sus polvos de oro.
Senda que nunca la conoció ave, ni
ojo de buitre la vio;
Nunca la pisaron animales fieros, ni
león pasó por ella.
En el pedernal puso su mano, y trastornó
de ría los montes.
De los peñascos cortó ríos, y sus
ojos vieron todo lo preciado.
Detuvo los ríos en su nacimiento, e
hizo salir a luz lo escondido.
Mas ¿dónde se hallará la sabiduría?
¿Dónde está el lugar de la inteligencia?
No conoce su valor el hombre, ni se
halla en la tierra de los vivientes.
El abismo dice: No está en mí; Y el
mar dijo: Ni conmigo.
No se dará por oro, ni su precio será
a peso de plata.
No puede ser apreciada con oro de
Ofir, ni con el ónice precioso, ni con zafiro.
El oro no se le igualará, ni el
diamante, ni se cambiará por alhajas de oro fino.
No se hará mención de coral ni de
perlas; la sabiduría es mejor que las piedras preciosas.
No se igualará con ella topacio de
Etiopía, no se podrá apreciar con oro fino.
¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?
¿Y dónde está el lugar de la
inteligencia?
Porque encubierta está a los ojos de
todo viviente, y a toda ave del cielo es oculta.
El Abadón y la muerte dijeron: Su
fama hemos oído con nuestros oídos.
Dios entiende el camino de ella, y
conoce su lugar.
Porque él mira hasta los fines de la
tierra, y ve cuánto hay bajo los cielos.
Al dar peso al viento, y poner las
aguas por medida;
Cuando él dio ley a la lluvia, y
camino al relámpago de los truenos,
Entonces la veía él, y la
manifestaba; la preparó y la descubrió también.
Y dijo al hombre:
He aquí que el temor del Señor es la
sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia.”
Job
28.
Nuevamente, entonces, la señal al
costado del camino, el indicador de la ruta, nos lo señala: Si tienes falta de
sabiduría, demándala a Dios, tú Padre, y el regazo de tu madre espiritual, te
cubrirá con su luz.
“… y descendió el Espíritu Santo
sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi
Hijo amado; en ti tengo complacencia.”
Lucas
3: 22
La Magia de las Palabras:
Complemento.
El Génesis de los génesis:
Hagamos un nuevo vuelo con la
imaginación y convoquemos al mago de las palabras para que, una vez captada la
visión, ellas nos vayan descubriendo nuevos horizontes.
La historia es una madeja de sucesos
que puede deshilvanarse a través de muchas puntas, cualquiera de esas puntas
nos conducirá al corazón del ovillo, dejemos que nuestras manos jalen de uno de
estos hilos y veamos hacia dónde nos conduce.
“Aconteció que cuando comenzaron los
hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que
viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron
para sí mujeres, escogiendo entre todas.
Y dijo Jehová: No contenderá mi
espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán
sus días ciento veinte años.
Había gigantes en la tierra en
aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas
de los hombres, y les engendraron hijos.
Estos fueron los valientes que desde
la antigüedad fueron varones de renombre.”
Génesis
6: 1 – 4
En alguna otra ocasión nos hemos
referido a este pasaje de las escrituras, en él, el escriba con su magia de
palabras, nos habla de los hijos de Dios y de las hijas de los hombres, nos
cuenta de la presencia de gigantes, como también nos dice que éstos hijos de
Dios, escogieron a las más bellas y se allegaron a ellas, y que éstas les
concibieron hijos.
El relator no se esfuerza demasiado
en dar explicaciones, nada nos dice sobre quiénes eran estos hijos de Dios, no
nos da la genealogía de los gigantes, ni si las hijas de los hombres, aunque lo
damos por supuesto, sean descendientes de Adán y de Eva.
Existe un libro, atribuido a Platón,
que nos cuenta una hermosa historia, algunos dirán que es una fábula, otros que
es fruto de la magia expresiva del gran filósofo, el cual había logrado dar
vida a un mito que nos revela los orígenes de la tierra, la gran civilización
creada por los dioses, su vínculo con los humanos, y el destino de sus
descendientes, un mito, una fábula, una leyenda, quizás … leamos estos dos
escritos de Platón.
Al comienzo de este relato, quizás
antes de que se haya convertido en un tema, expresamos:
“De hecho, la historia universal
registra a lo largo de los siglos el invalorable aporte de diversos personajes,
que han dejado una huella muy profunda, verdaderos paradigmas, moldeadores de
conductas, ejemplo de virtudes que han sobrepujado la propia trascendencia de
sus creadores, personajes idealizados por la pluma de los magos de las palabras
que les han dado vida, figuras épicas, homéricas, dioses y semi dioses, santos
y mártires, ángeles y demonios, que desafían el tiempo y permanecen para siempre,
inmortales, en la conciencia colectiva de la humanidad.”
El paraíso perdido:
Timeo:
“Existe en Egipto, dice Crítias, en
el delta en cuya punta el Nilo se divide, un distrito llamado saítico, cuya
ciudad principal es Sais, patria del rey Amasis.
Los habitantes honran, como fundadora
de su ciudad, a una diosa cuyo nombre egipcio es Neite y su nombre griego, por
lo que dicen, Atenas.
Ellos gustan mucho de los atenienses
y pretenden tener con ellos, cierto parentesco.
Habiendo sido su viaje extendido hasta
esta ciudad, Solón me contó que fue recibido con grandes honras, después que,
siendo un día interrogado sobre la antigüedad, los sacerdotes más versados en
la materia, descubrieron que ni él, ni ningún otro griego tenía, por así decir,
cualquier conocimiento.
En otro día, queriendo demostrarles a
los sacerdotes lo que sabía de la antigüedad, se puso a contarles todo lo que
se sabe entre nosotros del período más remoto conocido.
Les habló de Foroneu que fue, dicen,
el primer hombre, el de Níobe.
Después, les contó como Deucalión y
Pirra sobrevivieron al diluvio.
Estableció la genealogía de sus
descendientes y tentó, distinguiendo las generaciones, contar cuántos años ya
había pasado desde aquellos acontecimientos.
Entonces, uno de los sacerdotes que era
muy viejo, le dijo: Ah, Solón, Solón, ustedes los griegos son siempre unos
niños, ¿Será que no existen viejos en la Grecia?
A esas palabras, preguntó Solón: ¿Que
me quiere decir con eso? Ustedes son tan jóvenes de espíritu respondió el
sacerdote, pues no tienen en el espíritu ninguna opinión antigua basada en una
vieja tradición y ninguna ciencia encanecida por el tiempo. Es esa la razón.
Hubo con frecuencia, y frecuentemente
todavía habrá, destrucciones de hombres causadas de diversas maneras; las mayores
por el fuego y por el agua, y otras menores, por mil otras causas.
Por ejemplo, lo que se cuenta también
entre ustedes al respecto de Faetón te, hijo del Sol, que teniendo un día
atravesado el carro de su padre y no pudiendo mantenerlo en el camino paterno,
quemo todo lo que estaba sobre la tierra y murió fulminado por un rayo.
Tiene, es verdad, la apariencia de
una fábula; más la verdad encubierta es la de que los cuerpos que circulan en
el cielo alrededor de la tierra se desviaron de su curso y que una gran
conflagración, que se produjo a intervalos, destruyó lo que está en la
superficie de la tierra.
Entonces, todos aquellos que vivían
en las montañas y en los lugares elevados y áridos perecen más de prisa que los
que viven a la orilla de los ríos o del mar.
Nosotros tenemos el Nilo, nuestro
salvador habitual que, en esos casos, también nos preserva de esas calamidades
con sus transbordamientos.
Cuando, al contrario, los dioses
sumergen la tierra bajo las aguas para purificarla, los habitantes de las
montañas, vaqueros y pastores, escapan de la muerte, mas aquellos que habitan
en sus ciudades son arrebatados por los ríos para el mar.
Entre nosotros, ni en estos casos, ni
en los otros, el agua jamás cae de las alturas para los campos.
Acontece lo contrario, ellas suben
naturalmente, siempre venidas de abajo.
Es cómo y porqué razones se dice que
es entre nosotros que se conservan las tradiciones más antiguas.
Mas, en realidad, en todos los
lugares donde el frío o el calor excesivo a eso no se oponen, la raza humana
subsiste siempre, mas o menos numerosa.
Así, todo lo que se hace de bello, de
grande, o de notable, en cualquier campo, sea entre ustedes, sea aquí, o en
cualquier otro país de que hayamos oído hablar, todo eso se encuentra aquí
consignado, por escrito, en nuestros templos desde tiempos inmemorables, y así
se conservó.
Entre ustedes, al contrario, y entre
los otros pueblos, mal dominan la escritura y todo lo que es necesario para
efectuar los registros, y nuevamente, después del intervalo normal de tiempo,
torrentes de agua del cielo descargan sobre ustedes como una enfermedad y no
dejan sobrevivir sino a los iletrados y a los ignorantes; de modo que ustedes
se encuentran de nuevo en el punto de partida como jóvenes, no sabiendo nada de
lo que pasó en los tiempos antiguos, ni aquí, ni entre ustedes mismos.
Pues las genealogías de sus
patriotas, que usted recitaba hace poco, Solón, no difieren mucho de las
historias que las madres cuentan a sus niños.
En primer lugar, ustedes se recuerdan
apenas de un diluvio terrestre, en cuánto que hubo muchos antes de aquel.
Después, ustedes ignoran que la más
bella y la mejor raza que se vio entre los hombres, nació en su país y que de
ella desciende usted y toda su ciudad actual, gracias a un pequeño germen que
escapó al desastre.
Ustedes ignoran porque los
sobrevivientes, durante muchas generaciones, murieron sin dejar nada por
escrito.
Sí, Solón, hubo un tiempo en que,
antes de la mayor de las destrucciones operadas por las aguas, la ciudad que
hoy es Atenas fue más valerosa en la guerra y, sin comparación, la más
civilizada sobre todos los aspectos.
Fue ella, dicen, que realizó las más
bellas cosas e inventó las más bellas instituciones políticas de que oímos
hablar debajo del cielo.
Solón me contó que oyendo aquello,
fue tomado de espanto y pidió, insistentemente a los sacerdotes para que le
contaran exactamente, y de inmediato, todo lo que se decía respeto a sus
conciudadanos de otrora.
Entonces, el viejo sacerdote le
respondió: No tengo razón para recusar, Solón, y voy a contarle en
consideración a usted y a su patria, y sobretodo, para honrar a la diosa que
protege su ciudad y la nuestra y que las educó e instruyó, la suya, que ella
formó primero, mil años antes que la nuestra, de un germen tomado a Tierra y a
Hefestos, y la nuestra en el período siguiente.
Desde el establecimiento de la
nuestra, transcurrieron ocho mil años: y es el número que registran nuestros
libros sagrados.
Es por tanto de sus conciudadanos de
hace nueve mil años que voy a exponerle rápidamente sobre las instituciones y
lo más glorioso de sus hechos.
Retornaremos a ver todo en detalles y
ordenadamente, una y otra vez, cuánto podamos, con los textos en la mano.
Compare en primer lugar sus leyes con
las nuestras.
Verá que un buen número de nuestras
leyes actuales fueron copiadas de aquellas que estaban, entonces, en vigor
entre ustedes.
Es así que, de inicio, la clase de
los sacerdotes es separada de las otras.
Lo mismo ocurre con la de los
artesanos, donde cada profesión tiene su trabajo especial, sin interferir con
las otras, y la de los pastores, los cazadores, y los labradores.
En cuánto a la clase de los
guerreros, sin duda usted se dio cuenta, que, entre nosotros, ella está
igualmente separada de todas las otras, pues la ley les prohíbe ocuparse de
cualquier otra cosa que no fuese la guerra.
Agréguele a eso la forma de las
armas, escudos y lanzas de que nos servimos antes que cualquier otro pueblo de
Asia, teniendo aprendido a usarlos con la diosa que primero les enseñara a
ustedes.
En cuánto a la ciencia, sin duda
observa con que cuidado la ley de ella se ocupó aquí, desde el comienzo, bien
con el orden del mundo.
Partiendo del estudio de las cosas
divinas, ella descubrió todas las artes útiles a la vida humana, hasta las
artes adivinatorias y la medicina, que cuida de nuestra salud, y adquirió todos
los conocimientos a ella relativos.
Fue esa misma constitución y esa
orden que la diosa estableciera entre ustedes primero, cuando fundó su ciudad,
habiendo escogido el lugar donde usted nació, porque previó que su clima
suavemente templado produciría hombres de alta inteligencia.
Como ella amaba, al mismo tiempo, a
la guerra y a la ciencia, dirigió su preferencia para el país que debía
producir los hombres más semejantes a ella misma y fue ese país al que ella
primero pobló.
Y ustedes eran gobernados por esas
leyes y por otras mejores aún, superando a todos los hombres en todos los tipos
de mérito, como se podía esperar de descendientes y discípulos de los dioses.
Guardamos aquí, por escrito, muchas
grandes acciones de su ciudad, que provocan admiración; mas existe una que
trasciende todas las otras en grandeza y heroísmo.
En efecto, las inscripciones en
monumentos dicen que su ciudad destruyó en otros tiempos una inmensa potencia
que marchaba insolentemente sobre la Europa y Asia entera, venida de otro mundo
situado en el océano Atlántico.
Se podía entonces atravesar ese
océano, pues había una isla delante de aquel estrecho que llaman Las Columnas
de Hércules.
Esa isla era mayor que Libia y Asia
juntas.
De esa isla, se podía entonces pasar
para las otras islas y de estas ganar todo el continente que se extiende en
frente a ellas y costea ese verdadero mar.
Pues todo lo que esta dentro del
estrecho de que hablamos parece un puerto cuya entrada es estrecha, en cuánto
que lo que está después forma un verdadero mar y la tierra que lo cerca tiene
verdaderamente todos los requisitos para ser llamada un continente.
Ahora, en esa isla Atlántida, reyes
habían formado una grande y admirable potencia, que extendía su dominio sobre
la isla entera y sobre muchas otras islas y algunas partes del continente.
Además de eso, para este lado del
estrecho, de nuestro lado, dominaban a Libia hasta Egipto, y a Europa hasta
Tirrena.
Ahora, un día esa potencia, reuniendo
todas sus fuerzas, tentó conquistar de un solo golpe su país, el nuestro, y
todos los pueblos situados más allá del estrecho.
Fue entonces, Solón, que el poderío
de su ciudad hizo sobresalir a los ojos del mundo su valor y su fuerza.
Como ella llevaba ventaja sobre todas
las otras por su coraje y por todas las artes de guerra, fue ella que tomó el
comando de los Heléenos.
Mas reducida sólo a sus fuerzas por
la defección de las otras, y colocada, así, en la situación más crítica, venció
a los invasores, erigió un trofeo, preservó de la esclavitud a los pueblos que
aún no habían sido sometidos y devolvió generosamente la libertad a todos
aquellos que, como nosotros, habitamos en el interior de las Columnas de Hércules.
Mas, en los tiempos que siguieron,
hubo temblores de tierra e inundaciones extraordinarias y, en un período de un
solo día y de una sola noche nefastos, todo lo que ustedes poseían de
combatientes fue tragado de una sola vez para dentro de la tierra, y la isla
Atlántida, habiéndose hundido en el mar, también desapareció.
Es por que, todavía hoy, aquel mar es
impracticable e inexplorable, siendo su navegación perjudicada por su fondo
limoso y muy bajo que la isla formó al hundirse.”
Crítias:
“Antes de todo, acordémonos de que,
en suma, nueve mil años trascurrieron desde la guerra que, según las
revelaciones de los sacerdotes egipcios, estalló entre los pueblos que
habitaban mas allá de las Columnas de Hércules y todos aquellos que habitaban
de este lado.
Es esa guerra que me ocupa ahora
contarles en detalle.
Del lado de acá, dicen que fue
nuestra ciudad, que tuvo el comando y sustentó toda la guerra; del lado de allá
fueron los reyes de la isla Atlántida, isla que como dijimos, era antiguamente
mayor que Libia y Asia, más que, hoy, tragada por temblores de tierra, dejó un
fondo limoso intraspasable, que impide el pasaje de aquellos que navegan de
aquí para el mar abierto.
En cuánto a los numerosos pueblos
bárbaros y a todas las tribus griegas que existían entonces, la secuencia de mi
narración, en su desarrollo, si así puedo decir, los hirán conociendo, a medida
que vayan surgiendo.
Más es preciso comenzar por los
atenienses de aquellos tiempos y por los adversarios que tuvieron que combatir,
y describir las fuerzas y el gobierno de unos y de otros.
Y entre los dos, es a nuestro país
que cumple dar prioridad.
En otro tiempo, los dioses dividieron
entre sí la tierra entera, región por región, y sin disputa.
Pues no sería razonable creer que los
dioses ignorasen lo que convenía a cada uno de ellos, ni que, sabiendo lo que
mejor conviene a cada uno, los otros intenten apoderarse justamente de esa
parte, creando discordia.
Por lo tanto, habiendo obtenido en
esa justa repartición la porción que les convenía, poblaron cada cual su región
y, cuando ella quedó poblada, nos crearon, a nosotros, sus rebaños y crías,
como los pastores crían sus propios rebaños; más sin violentar nuestros
cuerpos, como lo hacen los pastores que llevan sus rebaños a pastar a golpes de
chicote, sino colocándose, por así decir, por detrás, de donde el animal es más
fácil de ser dirigido.
Ellos gobernaban usando la persuasión
y dominando, así, al alma según su propio designio.
Era así que conducían y gobernaban
cualquier especie mortal.
En cuánto que los otros dioses
organizaban los diferentes países que la suerte les había asignado, Efectos y
Atena, que tienen la misma naturaleza, por que son hijos del mismo padre y por
que comparten en el mismo amor a la sabiduría y a las artes, teniendo ambos
recibido en común nuestro país, como una porción que les era propia y
naturalmente apropiada a la virtud y al pensamiento, en ella hicieron nacer de
la tierra a personas de bien y les enseñaron la organización política.
Sus nombres fueron conservados, mas
sus obras perecieron por la destrucción de sus sucesores y por el pasar de los
tiempos.
Porque la especie que siempre
sobrevivía era, como les dije antes, la de los montañeses y la de los
iletrados, que sólo conocían los nombres de los dueños del país y poca cosa
sabían de sus acciones.
Esos nombres, ellos los daban de buen
grado a sus hijos, más, de las virtudes y de las leyes de sus predecesores,
nada conocían, salvo algunos datos imprecisos sobre cada uno de ellos.
En la penuria de las cosas necesarias
en que quedaron, ellos y sus hijos durante varias generaciones, sólo se
ocupaban de sus necesidades, sólo trataban de si mismos, no se preocupaban con
lo pasara antes que ellos en los tiempos antiguos.
Las narrativas, las leyendas y la
pesquisa de la antigüedad surgen en las ciudades al mismo tiempo que el
bienestar, cuando ven algunos hombres son provistos de las cosas necesarias
para la vida, más no antes.
Es así como los nombres antiguos
fueron conservados sin recordar sus altos logros.
La prueba de lo que digo es que, los
nombres de Cécrope, Erectéia, Erictónio, Erisícton y la mayoría de los nombres
antes de Teseo, cuya memoria se guardó, son precisamente, aquellos que servían,
cuando hablaban a Solón, los sacerdotes egipcios, cuando le contaron sobre la
guerra de aquellos tiempos.
Y lo mismo aconteció con el nombre de
las mujeres.
Además de eso, la apariencia y la
imagen de la diosa, que los hombres de aquellos tiempos presentaban en armas,
conforme a la costumbre de su tiempo, en que las ocupaciones guerreras eran
comunes a las mujeres y a los niños, significan que, entre todos los seres
vivos, machos y hembras, que viven en sociedad, la naturaleza quiso que fuesen,
unos y otros, capaces de ejercer en común la virtud propia de cada especie.
Nuestro país era entonces habitado
por diferentes clases de ciudadanos que ejercían sus oficios y extraían del
suelo su subsistencia.
La clase de los guerreros, no
obstante, separada de las otras desde el comienzo por hombres divinos, habitaba
aparte.
Tenía todo lo necesario para la
alimentación y educación, más ninguno de ellos poseía nada suyo.
Pensaban que todo era en común entre
todos, más no exigían de los otros ciudadanos nada además de lo que les bastaba
para vivir, y ejercían todas las funciones que describimos ayer, hablando de
los guardianes que imaginamos.
Se decía también, en lo que se
refiere al país, -y esta tradición es verosímil y verídica-
En primer lugar que era limitado por
el istmo que se extendía hasta Citerón y de Parnaso, de donde la frontera
descendía cerrando a Oropia por la derecha y costeando el río Asopo a la
izquierda, del lado del mar.
En seguida, que la calidad del suelo
no tenía igual en el mundo entero, de forma que el país podía alimentar un
numeroso ejército dispensándolo de los trabajos de la tierra.
Una fuerte prueba de la calidad de
nuestra tierra es que lo que de ella hoy nos resta puede rivalizar con
cualquier otra por la diversidad y por la belleza de sus frutos y por la
riqueza de sus pasturas propias para cualquier especie de ganado.
Más, en aquellos tiempos, a la
calidad de estos productos se sumaba una prodigiosa abundancia.
¿Qué pruebas tenemos de esto y que
resta del suelo de entonces que justifique nuestra afirmación?
El país entero avanza lejos del
continente para el mar, y de ahí se extiende por un promontorio, y sucede que
la orilla del mar que lo envuelve es de una gran profundidad.
Por eso, durante las numerosas y
grandes inundaciones que ocurrieron durante los nueve mil años – pues este es
el número de años que transcurrieron desde aquellos tiempos hasta nuestros
días- el suelo que se deslizó desde las alturas en esos tiempos de desastre no
depositó, como en otros países, un sedimento notable y, deslizándose siempre
sobre el contorno del país, desapareció en la profundidad del mar.
Por esa razón, como sucedió en las
pequeñas islas, lo que resta en el presente, comparado con lo que entonces
existía, parece un cuerpo descarnado por la enfermedad.
Todo lo que había de la tierra gorda
y blanda se deslizó y no resta más que la carcasa desnuda del país.
Más, en aquellos tiempos, el país
intacto tenía, en lugar de montañas, altas colinas.
Las planicies que tienen hoy el
nombre de Felo eran cubiertas de tierra gorda.
Sobre las montañas, había grandes
florestas, de las cuales aún hoy existen
testimonios visibles.
Si, efectivamente, entre las
montañas, hay algunas que no alimentan más que a las abejas, no hace mucho
tiempo de que allá se cortaban árboles capaces de cubrir las más vastas construcciones,
cuyas vigas todavía existen.
Había también, mucha cantidad de
árboles frutícolas y el suelo producía forraje que no acababa más para el
ganado.
El suelo recibía también las lluvias
anuales de Zeus y no perdía, como hoy, el agua que se escurre de la tierra
desnuda para el mar.
Como la tierra era entonces espesa y
recibía el agua en su seno, y la mantenía en reserva en la arcilla impermeable,
dejaba escapar en las cavidades el agua el agua de las alturas que había
absorbido, y alimentaba, en toda parte, fuentes abundantes y grandes ríos.
Los santuarios que existían otrora
dan testimonio de lo que les estoy diciendo.
Esa era la condición natural del
país.
En el se crearon culturas, como se
podía esperar, por verdaderos labradores ocupados únicamente en su trabajo,
amigos de lo bello y dotados de una felicidad natural, disponiendo de una
tierra excelente y de un agua muy abundante, y favorecidos en su cultura, por
el suelo, por estaciones templadas.
En cuánto a la ciudad, así es como
era organizada en aquel tiempo.
Primero, la acrópolis no estaba
entonces en el estado en que está hoy.
En una sola noche, lluvias
extraordinarias, diluyeron el suelo que la cubría, la dejaron desnuda.
Temblores de tierra se venían
produciendo al mismo tiempo que la caída de agua prodigiosa, que fue la tercera
antes de la destrucción que ocurrió en la época de Deucalión.
Pero antes, en una otra época, era
tal la grandeza de la acrópolis, que ella se extendía hasta el Erídano y el
Iliso y comprendía a Pnix, y tenía por límite el monte Licabeto, del lado que
queda frente a Pnix.
Ella era enteramente revestida de
tierra y, excepto en algunos puntos, formaba una planicie en su parte más alta.
Fuera de la acrópolis, mismo al pie
de sus vertientes, estaban las habitaciones de los artesanos y de los
labradores que cultivaban los campos vecinos.
En la parte alta, la clase de los
guerreros, quedaba sola en torno al templo de Atena y de Hefestos, después de
haber cercado la planicie con un único cinturón, como se hace un jardín en una
única casa.
Habitaban en la parte norte de esa
planicie donde habían organizado alojamientos comunes y resguardos de invierno,
y tenían todo lo que convenía a su género de vida en común, sea en materia de
habitaciones, o de templos, con la excepción del oro y la plata, pues no hacían
uso de esos metales, en ningún caso.
Atentos en mantener un justo término
medio entre la fastuosidad y la pobreza servil, mandaban construir casas
decentes, donde envejecían con sus hijos y los hijos de sus hijos, y las
pasaban a otros como ellos.
Cuando, en el verano, abandonaban
como es natural, sus jardines, sus gimnasios, sus refugios, era para el sur que
marchaban.
En el lugar de la acrópolis actual,
había una fuente que fue derrumbada por los temblores de tierra y de la cual
restan finos filetes de agua que corren por las proximidades donde ella se
localizaba.
Más ella proporcionaba, entonces,
agua abundante a toda la ciudad, agua igualmente saludable, en el invierno y en
el verano.
Este era el tipo de vida de aquellos
hombres que eran, al mismo tiempo, los guardianes de sus conciudadanos y los
jefes confesos de los otros griegos.
Cuidaban criteriosamente que el
número, tanto de hombres como de mujeres, todavía en condiciones de tomar las
armas, fuese tanto como sea posible, el mismo, esto es, cerca de veinte mil.
Así es que eran esos hombres, y así
era que administraban, su país y a Grecia, invariablemente de acuerdo con las
reglas de la justicia.
Eran famosos en toda Europa y en toda
Asia por la belleza de sus cuerpos y por las virtudes de toda especie que
adornaban su alma, y eran los más ilustres de todos los hombres de entonces.
En cuánto a la condición y a la
primitiva historia de sus adversarios, si no perdí la memoria de lo que oí
contar cuando todavía era un niño, es la que les voy a narrar ahora, para
compartir este conocimiento con ustedes, buenos amigos que son.
Antes, no obstante, de entrar en el
asunto, tengo todavía un detalle a explicar, para que no queden sorprendidos al
oír nombres griegos aplicados a los bárbaros.
Ustedes sabrán la causa.
Como Solón pensaba en utilizar esta
historia en sus poemas, el inquirió sobre el sentido de los nombres y lo que
encontró fue que los egipcios, que fueron los primeros en escribirlos, los
habían traducido a su propia lengua.
El mismo, retomando por su cuenta el
sentido de cada nombre, los traspuso y transcribió para nuestra lengua.
Esos manuscritos de Solón estaban con
mi abuelo y aún permanecen conmigo actualmente, y desde niño que los aprendí
bien.
Si, por lo tanto, oyeren nombres
parecidos con los nuestros, que eso nos les cause ninguna sorpresa, pues saben
la causa.
Y ahora, veamos de qué manera comenzó
esa larga historia.
Ya dijimos, a propósito del sorteo
que los dioses hicieron, que ellos dividieron toda la tierra en lotes mayores o
menores según los países y que establecieron, en su honra,
Templos y sacrificios.
Así fue que Poseidón, habiendo
recibido en el reparto la isla Atlántida, instaló los hijos que tuvo de una
mujer mortal en un lugar de la isla que les voy a describir.
Del lado del mar, se extendía por la
isla entera, una planicie que dicen que era la más bella de todas las
planicies, fértil por excelencia.
Más o menos en el centro de esa
planicie, a una distancia de cerca de cincuenta estadios, se veía una montaña
uniformemente de pequeña altitud.
En lo alto de esa montaña, habitaba
uno de aquellos hombres que, de origen, eran del país, nacidos en la tierra.
Se llamaba Evenor y vivía con una
mujer de nombre Leucipa.
Tuvieron una única hija, Clito, que
acababa de alcanzar la edad núbil cuando su padre y su madre murieron.
Poseidón se enamoró y se unió a ella,
fortificó la colina donde ella habitaba, recortando su contorno por medio de
cinturones hechos alternadamente de mar y de tierra, los mayores envolviendo a
los menores.
Trazó dos de tierra y tres de mar y
los redondeó, a partir del medio de la isla, de donde estaban todos a la misma
distancia, de forma de constituirse en un pasaje intraspasable a los hombres,
pues, en aquel tiempo, aún no se conocían ni los navíos ni la navegación.
El mismo embelleció la isla central,
cosa fácil para un dios.
Hizo surgir del suelo dos nacientes
de agua, una caliente y la otra fría, hizo que la tierra produjera alimentos
variados y abundantes.
Fue padre de cinco pares de gemelos
machos, los crió y dividió toda la isla de Atlántida en diez partes,
atribuyó al más viejo del primer par, la
casa de su madre y todo el lote de tierra de sus alrededores, que era el más
vasto y el mejor.
Hizo de él rey sobre todos sus
hermanos y , de éstos, les hizo soberanos, dándole a cada uno un gran número de
hombres a gobernar y un vasto territorio.
A todos les dio nombres.
El más viejo, el rey, recibió el
nombre que sirvió para designar a la isla entera y el mar que se llama
Atlántida, por que el primer rey del país, en aquella época, tenía el nombre de
Atlas.
El gemelo nacido después de él, le
dio a que ocupara la extremidad de la isla del lado de las Columnas de
Hércules, hasta la región que hoy se llama Gadírica, que se llama en griego
Eumelo y en dialecto indígena Gadiros, palabra de donde la región, sin duda,
tomó su nombre.
El segundo par tuvo por nombre,
Anferes y Evaimon.
Del tercer par, el más viejo tomó el
nombre de Mneseos y el más mozo el de Autóctono.
Del cuarto par, el primero fue
llamado Elasipo y el segundo Mestor.
Al más viejo del quinto par, se le
dio el nombre de Azaes, y al más nuevo, el de Diaprepes.
Todos los hijos de Poseidón y sus
descendientes, habitaron el país durante muchas generaciones.
Reinaban sobre muchas otras islas del
océano, y como ya dije, extendían los límites de su imperio, al lado de acá,
dentro del estrecho, hasta Egipto y Tirrena.
La raza de Atlas se torno numerosa y
mantuvo las honras del poder.
Como el más viejo era el rey y
transmitía siempre el cetro al más viejo de sus hijos, conservaron la realeza
por muchas generaciones.
Adquirían riquezas inmensas, tales
como nunca se vieron en ninguna otra dinastía real y como no se verá
seguramente en el futuro.
Disponían de todos los recursos de su
ciudad y de todos los que precisaran sacar de la tierra extranjera.
Muchas cosas les venía de afuera,
gracias a su imperio, más era la propia isla la que les proporcionaba la mayor
partes de las cosas para su uso.
En primer lugar, todos los metales,
sólidos o fundibles, que son extraídos de las minas; y, en particular, una
especie que no poseemos más sino solo el nombre, pero que era entonces más que
un nombre y que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla, el
oricalco – el más precioso, después del oro, de los metales entonces conocidos.
La isla producía, también en
abundancia, todo lo que la floresta proporciona de materiales para los trabajos
de los carpinteros.
Ella nutría, de forma igualmente
harta, los animales domésticos y los salvajes.
Hasta mismo una raza de elefantes muy
numerosa era allí encontrada.
Pues la isla ofrecía una pastura
copiosa, no solamente a todos los otros animales que pastan en las márgenes de
los pantanos, los lagos y los ríos, o en las florestas, o en las planicies, más
todavía a aquel animal, que por naturaleza, es el mayor y al más voraz.
Además de esto, todos los perfumes
que la tierra alimenta actualmente, en cualquier lugar que sea, que provengan
de raíces o de hierbas, o de la madera, o de jugos destilados por las flores y
los frutos, ella los producía y los nutría perfectamente; y también los frutos
cultivados y los secos, de los cuales nos servimos en nuestra alimentación, y
todos aquellos de que nos servimos para completar nuestra dieta, y que
designamos con nombre general de legumbres, y esas frutas leñosas que nos
proporcionan bebidas, alimentos, perfumes y aquella fruta que tiene escamas y
es de difícil conservación, hecha para nuestra diversión y nuestro placer, y
todos aquellos que nos servimos después de las comidas para el alivio y la
satisfacción de aquellos que sufren de peso en el estómago, todas estas frutas,
aquella isla sagrada, que veía entonces el sol, los producía magníficos,
admirables, en cantidades infinitas.
Con todas esas riquezas que extraían
de la tierra, los habitantes construían templos, los palacios para los reyes,
los puertos, los astilleros marítimos, y embellecían todo el resto del país en
el orden que voy a narrarles.
Comenzaron por lanzar puentes sobre
las fosas de agua del mar que cercaban a la antigua metrópolis, para hacer un
pasaje para afuera y para el palacio real.
Ese palacio ellos lo tenían erigido
desde el origen, en el lugar por dios y por sus ancestrales.
Cada rey, recibiendo de su sucesor,
incrementaba en algo para su embellecimiento y ponía todos sus cuidados en
superar lo hecho por su antecesor, tanto que hicieron de su morada un objeto de
admiración por la grandiosidad y belleza de sus obras.
Perforaron, del mar hasta el cinturón
externo, un canal de tres plectros de ancho, cien pies de profundidad, y
cincuenta estadios de extensión.
Hicieron una entrada en este canal,
como en un puerto, para los navíos venidos del mar, y prepararon una embocadura
suficiente para que los mayores navíos en el pudiesen penetrar.
Y todavía, a través de los cinturones
de tierra que separaban los de agua de mar, cara a cara con los puentes,
abrieron canales lo suficientemente largos para permitir que una triera pasase
de un cinturón para el otro, y por encima de esos canales, pusieron techos para
que se pudiese navegar por debajo; pues los parapetos de los cinturones de
tierra estaban bastante encima del nivel del mar.
El mayor de los fosos circulares, el
que se comunicaba con el mar, tenía tres estadios de ancho, y el cinturón de
tierra que lo seguía tenía otros tantos.
Los dos cinturones siguientes, el de
agua tenía un ancho de dos estadios y el de tierra era además igual al de agua
que le precedía; el que contornaba la isla central tenía sólo un estadio.
En cuánto a la isla donde se
encontraba el palacio de los reyes, tenía un diámetro de cinco estadios.
Revistieron de un muro de piedra el
contorno de la isla, los cinturones y los dos lados del puente, que tenía un
plectro de ancho.
Pusieron torres y puertas en los
puentes y en todos los lugares donde el mar pasaba, y sacaron las piedras que
necesitaban del contorno de la isla central y debajo de los cinturones, del
lado de afuera y de adentro; había piedras blancas, negras y rojas.
Construían zanjas dobles cavadas
dentro del suelo y cubiertas por un techo de la propia roca.
Entre esas construcciones, unas eran
de un solo color, y otras fueron entremezclando piedras, de manera de hacer un
tejido variado de colores para placer de los ojos; dieron les así, un encanto
natural.
Cubrieron de bronce, a modo de
revestimiento, todo el contorno del muro que cercaba el cinturón más externo;
de estaño fundido, el del cinturón más interno, y al que cercaba la propia
acrópolis de oricalco con reflejos de fuego.
El palacio real, dentro de la
acrópolis, fue arreglado como les voy a narrar:
En el centro de la acrópolis, había
un templo consagrado a Clito y a Poseidón.
Su acceso era restringido y era
rodeado por una cerca de oro.
Fue allá que, en el origen, ellos
concibieron y dieron a luz a la raza de los diez príncipes.
Era para allá también que se venía
todos los años de las diez provincias que habían compartido entre si, para
ofrecer a cada uno de ellos, los sacrificios habituales.
El templo del propio Poseidón tenía
un estadio de largo, tres plectros de ancho y una altura proporcional a esas
dimensiones; más tenía en su aspecto cierto aire de bárbaro.
El templo entero, del lado de afuera,
era revestido de plata, menos los acroterios, que eran de oro; en el lado de
adentro, la bóveda era enteramente de marfil esmaltado en oro, en plata, y en
oricalco.
Había allá estatuas de oro, en
particular la de dios, de pie sobre un carro, conduciendo seis caballos alados,
era tan alto que su cabeza tocaba la bóveda.
Después, en círculo alrededor de él,
cien sirenas sobre delfines, pues se creía, entonces, que eran en número de
cien.
Más había todavía muchas otras
estatuas consagradas por particulares.
En torno del templo, en el exterior,
se elevaban estatuas de oro de todas las princesas y de todos los príncipes
descendientes de los diez reyes, y muchas otras estatuas dedicadas por los
reyes y por particulares, sean de la propia ciudad, sea de los países de
afuera sometidos a su autoridad.
Había, también, un altar cuya
grandiosidad y cuyo trabajo estaban de acuerdo con todo este aparato, y todo el
palacio también era proporcional a la grandeza del imperio, así como los
ornamentos del templo.
Las dos nacientes, una de agua fría y
otra de agua caliente, tenían un caudal considerable, y eran, ambas,
maravillosamente propias para las necesidades de los habitantes, por la
virtud de sus aguas y el placer que
causaban.
Ellos las cercaron de construcciones
y de plantaciones de árboles apropiados a las aguas.
Construían en todo el alrededor
estanques, unos a cielo abierto, otros cubiertos, destinados a los baños
calientes de invierno.
Los reyes tenían los suyos aparte, y
los particulares también.
Había otros para las mujeres, otros
para los caballos y otros para los animales de carga, cada cual dispuesto según
su finalidad.
Ellos llevaban el agua que de ellos
corría para el bosque sagrado de Poseidón, donde había árboles de todas las
esencias, de tamaño y belleza divinos, gracias a las cualidades del suelo.
Después la hacían escurrir para los
cinturones exteriores, por los acueductos que pasaban sobre los puentes.
Allí edificaron numerosos templos
dedicados a otras tantas divinidades, muchos jardines y muchos gimnasios, unos
para los hombres y otros para los caballos, siendo éstos últimos, construidos
aparte en cada una de las dos islas formadas por los cinturones circulares.
Entre otros, en el medio de la isla
mayor, había sido reservado un lugar para el hipódromo, de un estadio de ancho,
que se extendía a lo largo de todo el cinturón, para destinarlo a la corrida de
caballos.
En vuelta del hipódromo, había, de
cada lado, casetas para la mayor parte de la guardia.
Los guardias que inspiraban más
confianza tenían su guarnición no menor a dos cinturones, que era también lo
más próximo a la acrópolis; y para aquellos que se distinguían entre todos por
su fidelidad, habían destinado barrios en el interior de la acrópolis, en torno
de los propios reyes.
Los arsenales estaban llenos de
trieras y de todos los elementos necesarios para las trieras; todo
perfectamente preparado.
Así es como todo estaba dispuesto
alrededor del palacio de los reyes.
Quién atravesase las tres puertas
externas encontraba un muro circular que comenzaba en el mar y que, en toda su
extensión, distaba cincuenta estadios del cinturón mayor y de su puerto.
Ese muro vino a cerrar, en el mismo
punto, la entrada del canal del lado del mar.
Era enteramente cubierto de casas
numerosas y apretadas unas contra las otras.
El canal y el puerto mayor vivían
llenos de navíos y de mercaderes venidos de todos los países del mundo, y de la
multitud se elevaban, día y noche, gritos, tumultos y ruidos de toda especie.
Acabo de darles una noción bastante
fiel de lo que me dijeron, tiempo atrás, sobre la ciudad y el viejo palacio.
Ahora, me falta tentar acordarme
sobre cual era el carácter del país y su organización.
En primer lugar, me dijeron que todo
el país era muy elevado y quedaba a pique sobre el mar; pero que, en vuelta de
toda la ciudad, se extendía una planicie que la cercaba y que era, a su vez,
cercada de montañas que descendían hasta el mar; que su superficie era unida y
regular, que era oblonga en su conjunto, que medía, de un lado, tres mil
estadios, en el centro, subiendo del mar, dos mil.
Esta región quedaba, en todo el
tamaño de la isla, expuesta al sur y al abrigo de los vientos del norte.
Se orgullecían, entonces, de las
montañas que la cercaban como mayores en número, en tamaño y en belleza que
todas las que existen hoy.
Ellas encerraban un gran número de
ricas aldeas, de ríos, de lagos, y de praderas que producían pasturas
abundantes a todos los animales domésticos y salvajes, y árboles numerosos y de
esencias variadas, ampliamente suficientes para todas las especies de obra
industrial.
Entonces, esa planicie fue, gracias a
la naturaleza y a los trabajos de un gran número de reyes en el transcurso de
muchas generaciones, organizada tal como voy a decirles:
Ella tenía la forma de un
cuadrilátero, de aspecto general rectilínea y oblonga.
Lo que le faltaba en regularidad
había sido corregido por un foso cavado en su contorno.
En cuánto a la profundidad, el ancho
y el largo de ese foso, es difícil de creer que tuviese las proporciones que se
atribuyen, si consideramos que era una obra hecha por la mano del hombre,
sumado a otras obras.
Es preciso, entonces, repetir lo que
oímos decir: El fue cavado con la profundidad de un plectro, su ancho era,
uniformemente, de un estadio y, como extensión abarcaba toda la planicie que
llegaba a diez mil estadios.
Ese foso recibía los cursos de agua
que descendían por las montañas, daba vuelta a la planicie, y sus dos
extremidades terminaban en la ciudad, de donde la hacían salir para el mar.
De la parte alta de la ciudad partían
canales de, aproximadamente, cien pies de ancho, que cortaban la planicie en
línea recta desembocaban en el foso cerca del mar; entre uno y otro, había un
intervalo de cien estadios.
Ellos se ingeniaron para hacer que la
madera descendiera flotando de las montañas para la ciudad, y para el
transporte, por barco, de otras producciones de la estación, gracias a otros
desvíos navegables que partían de los canales y hacían la comunicación,
oblicuamente, de unos con otros y con la ciudad.
Noten, que había, todos los años, dos
cosechas, porque en el invierno utilizaban las lluvias de Zeus, y en el verano
las aguas que guardaba la tierra y que se sacaba de los canales.
En cuánto al número de soldados que
la planicie debía proporcionar en caso de guerra, estaba decidido que cada
distrito era diez veces diez estadios, y había, en total, seis miríadas.
En cuánto a los hombres a sacar de
las montañas y del resto del país, su número, por lo que me dijeron, era
infinito; ellos habían sido todos distribuidos por localidades y aldeas en esos
distritos, sobre la autoridad de sus jefes.
Ahora, el jefe tenía orden de aportar
para la guerra la sexta parte de un carro de combate, en el sentido de hacer
llegar la fuerza efectiva a los diez mil; además de eso, dos caballos y sus caballeros,
una pareja de caballos, sin carro, con un combatiente armado de un pequeño
escudo y un conductor de los dos caballos llevado detrás del combatiente, más
dos hoplitas, arqueros y funderos en número de dos para cada especie, soldados
de infantería leve lanzadores de piedras y dardos en número de tres mil para
cada especie, y cuatro marineros para
proveer a mil doscientos navíos.
Era así que había sido pactada la
organización militar de la ciudad real.
En cuánto a las otras nueve
provincias, cada una tenía su organización particular, cuya explicación nos
demandaría mucho tiempo.
El gobierno y los cargos públicos
habían sido ajustados, en origen, de la siguiente manera:
Cada uno de los diez reyes en su
distrito y su ciudad, tenía todo el poder sobre sus hombres y sobre la mayoría
de las leyes; castigaba y condenaba a muerte a quién quería.
Más, la autoridad de uno sobre el
otro en sus relaciones mutuas era regulada por las instrucciones de Poseidón,
tal como les habían sido transmitidas por la ley, y por las inscripciones
gravadas por los primeros reyes en una columna de oricalco colocada en el
centro de la isla en el templo de Poseidón.
Era en ese templo que se reunían, a
cada cinco o seis años, alternadamente, concediendo la misma honra al par y al
impar.
En esa asamblea, deliberaban sobre
los negocios comunes, se averiguaba si alguno de ellos había infringido la ley
y lo juzgaban.
En el momento de formular el
juzgamiento, se daban, primeramente, unos a otros, el sostén de su fe de la
siguiente manera:
Había en el cinturón del templo de
Poseidón toros en libertad; los diez reyes, dejados a solas, pedían a dios para
que les ayude a capturar a la víctima
que le fuese agradable, después de lo cual se disponían a la caza, con bastones
y lazos corredizos, sin hierros.
Llevaban entonces a la columna el
toro que habían capturado, lo degollaban ante el capitel y dejaban correr la
sangre sobre la inscripción.
En la columna, además de las leyes,
estaba gravado un juramento, que profería imprecaciones terribles contra los
que desobedeciesen.
Entonces, cuando habían ofrecido el
sacrificio de acuerdo con sus leyes, consagraban todo el cuerpo del toro.
Después, llenaban de vino una tinaja,
en ella tiraban, en nombre de cada uno, un coágulo de sangre y llevaban el
resto al fuego, después de purificar la columna.
En seguida, sacando el vino de la
tinaja con tazas de oro, hacían una libación sobre el fuego, jurando que
juzgarían de acuerdo con las leyes escritas en la columna y que castigarían a
cualquiera que hubiese las hubiese violado anteriormente, que en el futuro no
infringirían voluntariamente ninguna de las prescripciones escritas y no
ordenarían y no obedecerían a un mandamiento sino de acuerdo con las leyes de
su padre.
Cuando todos habían asumido ese
compromiso, por si mismos, y por su descendencia, bebían y consagraban su copa
en el templo de dios.
Después, se ocupaban de la comida y
de las ceremonias necesarias.
Cuando llegaba la oscuridad y el
fuego del sacrificio se había extinguido, cada uno se vestía con una túnica
azul oscura de la mayor belleza, se sentaban en el suelo, en las cenizas del
sacrificio donde habían prestado juramento y, durante la noche, después de
apagar todo el fuego del templo, eran juzgados o juzgaban, si alguno acusase a
otro de haber infringido alguna prescripción.
Una vez formulados los juzgamientos,
cada uno los escribía, cuando volvía la luz, en una tabla de oro, y los
consagraban con sus túnicas, como un memorial.
Había todavía, muchas otras leyes
particulares, relativas a las prorrogativas de cada uno de los reyes, siendo
que las más importantes eran la de que jamás levantarían las armas los unos
contra los otros, se reunirían para prestar auxilio, en el caso de que uno de
ellos pretendiese destruir una de las razas reales de un estado, deliberar en
común, como sus predecesores, sobre las decisiones a ser tomadas en lo tocante
a la guerra y otros asuntos, más dejando la hegemonía a la raza de Atlas.
El rey no tenía poder de condenar a
muerte a ninguno de los de su raza, sin el consentimiento de más de la mitad de
los diez reyes.
Tal era la formidable potencia que
existía entonces en esa región, que dios reunió y dirigió contra nuestro país,
por la razón que aquí está expuesta.
Durante numerosas generaciones, en
cuánto la naturaleza de dios se hizo sentir en ellos lo suficiente, obedecieron
las leyes y permanecieron ligados al príncipe divino al que estaban
emparentados.
Sólo tenían pensamientos grandes y
verdaderos en todos los puntos, y se comportaban con dulzura y sabiduría
delante de todos los azares de la vida y en relación a los unos con los otros.
Por eso, dando atención únicamente a
la virtud, hacían poco caso de sus bienes y soportaban fácilmente el fardo que
era para ellos el peso de su oro y de sus otras posesiones.
No estaban embriagados por los
placeres de la riqueza y, siempre señores de sí mismos, no se apartaban de su
deber.
Moderados como era, veían claramente
que todos esos bienes también crecían por el afecto mutuo unido a la virtud y que,
si a ellos nos apegamos y si los honramos, perecemos, y la virtud junto con
nosotros.
En cuánto raciocinaron así, y
conservaron su naturaleza divina, vieron aumentar todos los bienes de qué les
hablé.
Más cuando la porción divina que
estaba en ellos se deterioró por la frecuente mixtura con muchos elementos
mortales, y el carácter humano predominó, incapaces, desde entonces, de
soportar la prosperidad, se conducieron de manera indecente.
Y, para aquellos que saben ver, ellos
aparecerán feos, porque perdieron lo más bello de sus bienes, los más
preciosos; más aquellos que no saben discernir, lo que es la verdadera vida
feliz nos hallaban perfectamente bellos y felices, no obstante infectados como
estaban por injustas codicias y por el orgullo de dominar.
Entonces, el dios de los dioses,
Zeus, que reina según las leyes y que puede discernir esa especie de cosas,
percibiendo el estado infeliz de una raza que fuera virtuosa, resolvió
castigarlos para tornarlos más moderados y más sabios.
Para esto, reunió a todos los dioses
en su morada, la más preciosa, aquella que, situada en el centro del universo,
ve todo lo que participa de la generación y, habiéndolos reunido, les dijo:
…”
Este manuscrito acaba así,
abruptamente.
Los escritos de Platón, traducción
libre del idioma portugués, es posible que algunos nombres propios puedan no
corresponder con la traducción original al español, no obstante nada inciden en
la esencia del relato.