La miseria material es indigna a la condición humana, y es función del
Estado tratar de que sus habitantes vivan en condiciones que los alejen de
ella, procurándoles educación y trabajo, dos herramientas fundamentales para
combatir este flagelo, que tiende a repetirse en forma generacional.
En definitiva, cuanto más evolucionado sea el principio que origina el
acto, dando lugar, a la falsedad o la simulación y el desprestigio. Pero quien
lo realiza empleando la razón y no la emoción, mayor gravedad posee
conceptualmente el hecho.
Lo mismo ocurre cuanto más evolucionado sea el principio que origina el
tipo de acto, lo que da lugar a que los actos sean de tipo emocional, inmediato
y planificado.
De modo que un buen consejo es no sólo mantenerse alejado de las
personas ruidosas y agresivas sino también de la de comportamiento miserable.
Los principios universales, de los que tanto hablamos, también, sirven
para explicar la conducta humana en sus distintas facetas las cuales, a su vez,
son consecuencia de ellos mismos.
Deleuze nos dice que, en las explicaciones que hace el hombre, no todo
es proyección, también, hay análisis, crítica y descripción. Éstas son
expresiones de sus diversos aspectos por lo que, entonces, las facetas del
hombre serán: La esencia (proyección), la materia (descripción) y la razón
(análisis), a las que se añade la crítica como forma interesada de la razón.
Dejando a un lado las interpretaciones sobre el bien y el mal, nos
limitaremos a decir que “mal”, en general, es toda intervención que causa
perjuicio a la voluntad ajena, voluntad que, como hemos visto, posee diversos
aspectos. En cada uno de ellos, el daño a la voluntad posee nombres adecuados,
siendo el de “mal” un nombre genérico con el que entendernos y bajo cuyo
epígrafe incluimos a todos los de su categoría aunque, propiamente corresponda
al daño material. Lo mismo ocurre con el término maldad, que será, a la vez, un
concepto determinado y un nombre común de varios conceptos.
El mal se entiende desde el punto de vista del perjudicado, no desde el
punto de vista del agresor que solo actúa para obtener algo que desea. Por
ello, la justicia y cualquier tipo de conocimiento deben evitar adoptar puntos
de vista particulares y deben perseguir valores universales cuyo sentido no
dependa de la posición del observador. Y téngase en cuenta que, si el concepto
de mal resulta perspectivista, pues se entiende la existencia del mal desde el
punto de vista del perjudicado, el de bien, también, pues no se contempla el
menoscabo de la voluntad que sufre quien hace lo que a otro beneficia, y la
interpretación del bien, un valor aceptado por mayoría y no por verdad, resulta
más difícil de discutir que el del mal. La justicia, por ejemplo, puede quedar
confundida si decide perseguir, por simpatía, el bien.
Cuando el agresor realiza actos sin el fin de lograr un beneficio
material y el objetivo es utilizar el poder para deleitarse con el sufrimiento
que origina a su víctima, con lo que comprueba su valor personal, dado que, si
produce efectos, es que su poder posee un valor, no nos hallamos ante el mal
sino ante la maldad.
Si alguien roba a su víctima porque es su medio de vida o para mejorar
su economía, estamos ante una agresión material que es consecuencia de una
necesidad o, bien, de una utilidad de tipo material.
Si alguien roba por hambre
o comete una violación, estamos ante una necesidad o conveniencia orgánica, y
nos encontramos ante una satisfacción emocional. No justificamos ninguno de
estos delitos, la cuestión que se plantea es la utilidad que el sujeto obtiene
al cometer el delito. Si alguien miente en un juicio obtiene una sentencia a su
favor. Si se critica al partido contrario, se logran más adeptos a la causa
propia. Estos son ejemplos, más o menos acertados, de las ventajas que se
pueden lograr al enfrentarse a la voluntad ajena, expuestos para entender la
diferencia entre el mal y la maldad ya que la maldad ha de satisfacer una
necesidad o no se produciría pero afirmamos que esa necesidad es de un tipo
completamente distinto a las necesidades reales.
Los principios universales, de los que tanto hablamos, también, sirven
para explicar la conducta humana en sus distintas facetas las cuales, a su vez,
son consecuencia de ellos mismos.
Guilles Deleuze nos dice que, en las explicaciones que hace el hombre,
no todo es proyección, también, hay análisis, crítica y descripción.
Éstas son expresiones de sus diversos aspectos por lo que, entonces, las
facetas del hombre serán: La esencia, la materia y la razón, a las que se añade
la crítica como forma interesada de la razón.
De modo que cuando una persona actúa con malicia y artimañas para lograr
un objetivo o dañar reputaciones, lo está haciendo de manera miserable.
La misería mental es completamente diferente a la económica, ya que no
interviene el elemento necesidad sino intención.
También se aplica a la carencia absoluta de otras cosas, distintas a los
medios económicos, como cuando se dice eso es parte de la miseria humana,
alegando falta de valores como la falta de afectos, de generosidad, o de
caridad de alguien.
Miseria es un vocablo de origen latino que significa desgracia o
infortunio
La miseria material es indigna a la condición humana, y es función del
Estado tratar de que sus habitantes vivan en condiciones que los alejen de
ella, procurándoles educación y trabajo, dos herramientas fundamentales para
combatir este flagelo, que tiende a repetirse en forma generacional.
En definitiva, cuanto más evolucionado sea el principio que origina el
acto, dando lugar, a la falsedad o la simulación y el desprestigio. Pero quien
lo realiza empleando la razón y no la emoción, mayor gravedad posee
conceptualmente el hecho.
Lo mismo ocurre cuanto más evolucionado sea el principio que origina el
tipo de acto, lo que da lugar a que los actos sean de tipo emocional, inmediato
y planificado.
De modo que un buen consejo es no sólo mantenerse alejado de las
personas ruidosas y agresivas sino también de la de comportamiento miserable.