sábado, 15 de agosto de 2020

Lazos Ancestrales


Un grupo de investigadores de la Universidad Stony Brook (Estados Unidos) y del Instituto Max Planck de Ciencia de la Historia Humana (Alemania) acaba de publicar un artículo en la revista PNAS donde presentan el hallazgo del cementerio más antiguo y extenso de África oriental. 

Se trata del yacimiento de Lothagam Norte, un enterramiento monumental construido hace 5.000 años por pastores que vivieron en las cercanías del Lago Turkana, en Kenia, cerca de una región donde se han hallado los restos fósiles de los primeros ancestros del hombre. Una de las cosas más interesantes del hallazgo es que la disposición de los restos contradice mucha de las asunciones que se habían hecho hasta ahora sobre las sociedades tempranas.

Principalmente, hasta ahora se ha considerado que los grandes monumentos solo aparecieron en aquellas sociedades complejas que desarrollaron una estructura social estratificada. Sin embargo, se cree que el grupo de pastores que lo levantó formaba una sociedad igualitaria, sin estratos.

«Este descubrimiento contradice nuestras ideas sobre la monumentalidad», ha dicho en un comunicado Elizabeth Sawchuck, coautora del estudio. «Lothagam Norte es un ejemplo de monumentalidad que no está vinculado con la aparición de la jerarquía, lo que nos obliga a considerar otras narrativas del cambio social».

Una tumba para hombres iguales
Pero, ¿qué es el yacimiento de Lothagam Norte? Según han ido averiguando los arqueólogos, se trata de un cementerio comunal construido durante siglos, hace 5.000 a 4.300 años. Está constituido por una plataforma de unos 30 metros de diámetro en cuyo centro hay una importante cavidad para enterrar a los fallecidos. 

Según han averiguado, una vez que el hueco se llenó, los pastores lo cubrieron con piedras y levantaron pilares megalíticos encima, algunos de los cuales procedían de lugares situados a un kilómetro de distancia. En los alrededores, se añadieron círculos de piedras y mojones.

En total, Lothagam Norte es el lugar de reposo de 580 personas. Entre ellos hay hombres, mujeres, niños y mayores. Todos ellos fueron enterrados con el mismo tratamiento. Básicamente, recibieron los mismos ornamentos, lo que indica que se trataba de una sociedad igualitaria sin una estratificación social fuerte

El Ser Honesto


 La honestidad es una cualidad que define la calidad humana y consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, de acuerdo con los valores de verdad y justicia.

En el sentido más evidente de la palabra, puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas.
Pero no siempre somos conscientes del grado en que está presente en nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la perspectiva con respecto a la honestidad de los propios hechos, obviando todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión.

En estos tiempos, cuando comentamos sobre la pérdida de valores en algunos segmentos de la sociedad, es oportuno reflexionar acerca de esa cualidad, que constituye ante todo una actitud hacia nosotros mismos.

Representa, sin dudas, una condición fundamental en las relaciones interpersonales, para lograr la amistad y la auténtica vida comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto, impostado, ficticio.

Pero sucede que se ha perdido por estos días eso que nuestros abuelos y padres llamaban dar la palabra, que no era otra cosa que comprometerse a cumplir con algo acordado, sin necesidad de firmar un papel, porque estaba de garante la honestidad.

Y es así como algunos presumen de ser muy cumplidores de la palabra que dan a otros con respecto a hacer un trabajo y luego no lo cumplen, o son reacios a pagar un préstamo, y también se muestran como personas fanfarronas que especulan con bienes que en realidad no poseen.

Quienes son honestos se alejan de la pereza y cumplen sus deberes, sin necesidad de dar pretextos o mentir para encubrir la falta de responsabilidad.

Igualmente son fieles a sus promesas y compromisos por pequeños que puedan parecer.

Tampoco se dedican a alabar a las personas para conseguir su beneplácito, ni siguen una doctrina o filosofía en la que no creen, solo por pertenecer a un grupo o ser popular. Quien es honesto acepta cuando comete un error o equivocación y no culpa nunca a alguien más por ello.

Estudiosos del tema señalan que la honestidad es uno de los valores que más genera imagen, siendo por ello esgrimida como cualidad” por aquellos que quieren ganarse el favor de los demás
.
Resulta oportuno aclarar que no consiste solamente en la franqueza o la capacidad de decir la verdad, sino en asumir que la verdad es solo una y que no depende de personas o consensos.

Requiere por lo tanto un acercamiento a la verdad, no mediatizado por los propios deseos.

El filósofo Sócrates fue quien dedicó en la antigüedad mayores esfuerzos al análisis del significado de la honestidad.

Posteriormente, dicho concepto quedó incluido en la búsqueda de principios éticos generales que justificaran el comportamiento moral.

Un individuo honesto es el que actúa y habla de conformidad con lo que considera correcto, pero no hace de tales actuaciones un escenario teatral para ser reconocido por los otros.

Los buenos o malos sentimientos y cualidades no nacen con las personas, se forman mediante un proceso educativo que debe comenzar desde edades tempranas, y en el cual el ejemplo y la actitud de la familia son factores principales para lograr individuos sensibles.

Así, cada uno valorará lo que le corresponde y actuará ba­sándose en sus propios principios.


El Ser Persona


Persona", por definición, sería cualquier ser que posee subjetividad, es decir, conciencia de sí mismo y de sus experiencias. Una persona es un ser que tiene un yo. Por tanto, persona sería todo ser que tiene capacidad de sentir puesto que la capacidad de sentir implica la conciencia. Éste es el requisito a nivel fisiológico para ser incluido en el concepto de persona, en oposición a la noción de cosa. 

Lo moralmente relevante del concepto de persona está en lo que implica como tal. Es decir, una persona es un ser que, a diferencia del resto de seres, tiene un valor intrínseco. Y si un ser tiene un valor intrínseco esto quiere decir que no se lo puede tratar justificadamente como si sólo tuviera un valor instrumental. Eso sería explotación y es la razón por la cual la esclavitud es inmoral. Porque un valor intrínseco es un valor absoluto e inherente que nosotros no podemos modificar ni cambiar para nuestro gusto o conveniencia. 

Los únicos seres que pueden valorar son los seres sintientes. Sólo ellos pueden generar valoraciones (preferencias, deseos, intereses). Además, todos los seres sintientes se valoran a sí mismos (valoran su conservación, su bienestar y su libertad) aunque nadie más lo hiciera. Esto es lo que quiere decir que ellos tienen, de hecho, un valor intrínseco: un valor fijo e inherente que se dan a sí mismos necesariamente por el hecho de ser sintientes. 

Al ser sintiente también lo podemos denominar como individuo. El hecho de ser sintiente implica que uno se identifica a sí mismo (A=A) como una unidad diferenciada - dividida - del resto que lo rodea. Esto es el individuo. Y también es sinónimo de sujeto, en oposición a objeto. 

Por tanto, el concepto de persona incluye tres aspectos: 1) la sintiencia; 2) el valor intrínseco; y 3) la noción de que el individuo merece ser considerado y respetado siempre como un fin en sí mismo y nunca como un simple medio para un fin. 

La noción moral de persona y el hecho fisiológico de la sintiencia coinciden a través del principio de identidad. 

Ser sintiente = Valor intrínseco = Persona. 

La razón nos obliga a respetar a los seres sintientes. Porque son los únicos seres que tienen identidad. Mejor dicho: son identidad. La identidad (la conciencia) es lo que caracteriza esencialmente al ser sintiente. Y dado que un ser sintiente es un sujeto, y no un objeto, entonces no sería lógicamente correcto considerarlo ni tratarlo como un objeto, como una mera cosa. 

Sentir no significa simplemente "obtener información" sino procesar percepciones en forma de sensaciones, es decir, experiencias subjetivas. Eso es la conciencia: la conciencia sensitiva. En eso consiste ver, oír, oler, saborear, disfrutar, sufrir... Esto es sentir. 

Las máquinas no ven, ni oyen, ni huelen. Tampoco las plantas. No sienten. Aunque puedan detectar la luz o los sonidos, ni las máquinas ni las plantas tienen ninguna capacidad para procesar esa información en forma de experiencias subjetivas, puesto que carecen de órgano o dispositivo que pueda ejercer esa función. Sólo los animales que poseen un sistema nervioso tienen la facultad de sentir, ya que sabemos que precisamente una de las funciones principales del sistema nervioso centralizado consiste en generar sensaciones. 

El dolor es una sensación. El placer es una sensación. La imagen también lo es. Al igual que los sonidos, los olores, las texturas, los placeres. Son fenómenos físicos que existen en determinada forma de la materia. Son producto de la actividad química y eléctrica del sistema nervioso. El problema es que se trata de una experiencia privada que no se puede observar desde fuera ni medir ni cuantificar. Por eso, la única evidencia es la conciencia personal que tiene cada uno de sí mismo. Todo lo demás son siempre deducciones; no evidencias objetivas. Pero si las deducciones son lógicamente consistentes y se basan en evidencias empíricas, entonces hay que aceptarlas racionalmente. 

Sabemos con certeza que nosotros podemos sentir porque tenemos estructuras neuronales especializadas en nuestro sistema nervioso que generan las sensaciones. Y resulta que los demás animales poseen esas mismas estructuras en forma idéntica, análoga o muy similar en su sistema nervioso. Por tanto, la única conclusión razonable sería deducir que ellos sienten. Y si sienten entonces son seres conscientes. Y por tanto merecen ser considerados y respetados como personas. La sintiencia implica la conciencia. Todo ser sintiente es por ese motivo un ser consciente. 

¿Podemos cuestionar el hecho de que "ver una imagen" implica "ser consciente de la visión de una imagen"? Hacerlo sería tan absurdo como suponer que es posible sentir dolor sin ser consciente de que se siente dolor. 

Siempre que hay una sensación tiene que haber necesariamente conciencia de esa sensación. Por ejemplo, si hay dolor tiene que haber por fuerza alguien que siente ese dolor. !No puede haber dolor sin que haya alguien que le duela! El fenómeno de la sensación requiere de la subjetividad. Es por ello que entendemos que cualquier ser sintiente debe disponer, como mínimo, de una conciencia básica de sí mismo y de lo que le sucede. 

Si otros animales pueden ver, pueden oír, pueden oler,.... entonces necesariamente tienen que tener, al menos, una conciencia básica: un yo que experimenta las percepciones procesadas en sensaciones. La sensación implica conciencia (alguien-siente-algo). Esto es la naturaleza de la subjetividad. La diferencia radical entre objeto y sujeto: entre cosa y persona. 

Por otra parte, el simple hecho de ser persona no implica ninguna obligación ni responsabilidad. Sólo implica que los agentes morales respetemos su valor intrínseco, es decir, que consideremos a un ser sintiente siempre como un fin en sí mismo y no como un medio para los fines nuestros o de otros. 

La responsabilidad y obligación sólo competen a los individuos que tienen una conciencia moral desarrollada. Persona no equivale a ser agente moral. Los animales no humanos son personas, pero no son agentes morales (ni tampoco lo son todos los humanos) porque no tienen conciencia moral y es por esto que no pueden de hecho tener obligaciones ni responsabilidad, ni sería lógico pretender que las tengan. 

Longevos


La persona más longeva de la historia murió a la edad de 122 años, y de aquello hace ya 20 años. Un análisis reciente de los datos demográficos globales sugiere que esa podría ser la edad máxima alcanzable por los seres humanos, y que es muy poco probable que alguna vez alguien vaya a vivir mucho más allá. A menos que la ciencia avance lo suficiente para terminar con ese problema.

En un nuevo estudio publicado por la revista Nature, el genetista molecular Ene Vijg y su equipo de la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx aseguran que la vida humana tiene un límite natural, y que probablemente nunca superaremos ese máximo. Es una conclusión sorprendente teniendo en cuenta los enormes logros médicos que hemos conseguido en los últimos 100 años, y el constante aumento de la esperanza de vida. Pero como señala este estudio, los beneficios producidos por estas intervenciones y todas las cosas que hacemos para permanecer vivos y saludables solo llegan hasta esa edad. Con el tiempo nuestros cuerpos, sin importar lo que hagamos, se desgastan y expiran.

Nadie ha vivido más que Jeanne Calment, que murió en 1997 a la edad de 122 años y 164 días. Dado que cada vez hay más personas que superan la barrera de los 100 años, y teniendo en cuenta los constantes aumentos en la esperanza de vida, los científicos pensaban que su récord de longevidad se rompería con relativa rapidez. No ha sucedido. Hay una gran diferencia, al parecer, entre la esperanza de vida —el tiempo promedio se espera que una persona viva dentro de una población— y la vida útil o esperanza de vida máxima, que describe la edad máxima alcanzada por un miembro de una especie en particular.

Vijg y sus colegas echaron un vistazo en The Human Mortality Database —una herramienta de investigación a disposición del público que proporciona estadísticas globales de mortalidad y de población a investigadores, estudiantes y otros interesados en la longevidad humana. Los investigadores descubrieron que los saltos en las tasas de supervivencia se estabilizaron en torno a 1980. 

Un análisis de seguimiento con los datos de la International Database on Longevity, que incluye estadísticas demográficas de países desarrollados como los Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Japón, demostró que las personas que más han vivido no han conseguido superar la edad de Calment cuando murió en 1997. Los investigadores creen que esto revela un límite natural en la longevidad.

Los modelos desarrollados por estos investigadores demuestran que las posibilidades de cualquier persona que viva mucho más allá de ese límite son escasas. “Si suponemos que hay 10.000 mundos como el nuestro, solo un individuo llegará a 125 años de edad en un año determinado”, explica Vijg a Gizmodo. “La probabilidad es de 1 entre 10.000, extremadamente remota”.

“Tendremos que descubrir algo fundamentalmente  diferente que nos permita retrasar el proceso biológico del envejecimiento para conseguir romper esta barrera. Soy optimista y creo que esto va a suceder en nuestra era”


El sociólogo y gerontólogo S. Jay Olshansky de la Universidad de Chicago está de acuerdo con estos hallazgos. Cree que muchas personas tienen la falsa creencia de que siempre podremos fabricar más tiempo de supervivencia por medio de la tecnología médica.


Creativos

La creatividad es una parte natural de la vida. No es algo que está limitado a gente especial, o que sólo sucede en determinados sitios. Con seguridad, nadie encuentra el canto del pájaro como algo antinatural o amenazante. ¿Y quién no puede dejar de sentirse cautivado por la belleza de un límpido cielo azul o un árbol de cerezo en flor? Para mí, estos son ejemplos de nuestro amor natural por la belleza y definen el verdadero espíritu del arte y de la cultura.

A menudo la vida es difícil, tiene espinas como el tallo de una rosa. La cultura florece de ese tallo. A veces parece que el mundo nos tratara como partes de una máquina y nosotros necesitamos algo que nos permita recobrar nuestra humanidad. Cada uno de nosotros tiene sentimientos reprimidos y acumulados en su interior: un grito callado que emana desde las profundidades de nuestra alma. 

El arte le da a esos sentimientos voz y forma. Libera nuestra humanidad. Es la emoción, el placer de expresar nuestra vida interior tal cual es.

Mi amigo Oswaldo Pugliese, maestro del tango argentino, fue una persona que supo combinar la creatividad con una personalidad firmemente enraizada en la realidad. "Mis dedos son tan duros como mis uñas", solía decir. "Soy sólo un carpintero que martilla sin descanso las teclas del piano."

El Sr. Pugliese nació en el centro de Buenos Aires, un vecindario en el que vivían apiñadas en edificios baratos las familias de inmigrantes. Las personas eran cálidas y afectuosas y daban rienda suelta a la libre expresión de sus emociones.

Su papá era el flautista de una banda de tango. El tango es salvaje, sofisticado, humorístico, elegante, hermoso y feroz. Sus ritmos pulsan lúgubres anhelos que no pueden ser expresados en palabras. Éste ritmo pulsaba en las venas del Sr. Pugliese. Después de un largo aprendizaje, presentándose en cines y cafés nocturnos, finalmente formó su propia banda de tango cuando tenía treinta y tres años. La banda trabajó persistentemente para crear sus propios sonidos, y fueron premiados con una explosiva popularidad. Mientras tanto, las orquestas que una vez habían sido populares y que se habían contentado con seguir pasivamente las tendencias de la época, se disolvían una tras otra.

El Sr. Pugliese le dijo una vez a los miembros de su orquesta: "Estamos navegando en un vasto océano de tango. Lo más importante es conocer las corrientes de ese océano que son las que nos llevarán al puerto de los corazones de la gente."

Creo que la gran música, como todo gran arte, tiene que venir del corazón. Si su mundo interior es débil, lo que usted puede crear será igualmente débil. La clave en la vida es sobrevivir y seguir viviendo no importa lo que pase. Una presentación musical será un fracaso, si los músicos abandonan y dejan de tocar en la mitad de la presentación. De esa manera será imposible "llegar" al corazón de la audiencia. La determinación de continuar hasta el fin es esencial tanto para la vida como para el arte.

El compositor italiano Giuseppe Verdi, al escribirle una carta a un joven que quería seguir la carrera artística, lo exhortó a no dejarse arrastrar ni por la crítica ni por la alabanza. Él continuó: " El artista debe mirar hacia el futuro, ver nuevos mundos en medio del caos, y si al final de su larga travesía puede divisar una luz diminuta, no debería temerle a la oscuridad que lo circunda. Hay que dejarlo seguir recto hacia adelante y si alguna vez tropieza y se cae, debe levantarse de nuevo y continuar su camino. Es igual que la vida. Debemos apretar los dientes y seguir caminando con coraje hacia la luz."

Este espíritu de total dedicación es la clave de la creatividad. Ciertamente, los momentos en los que siento que he hecho algo creativo, son aquellos en los que me he lanzado con todo mi corazón a efectuar una tarea, y luego he seguido adelante sin descanso hasta verla concluida. En esos momentos siento que he ganado en la lucha por engrandecer mi vida.

La expresión artística es una exploración de nuestro mundo interior. Como escribió Thoreau: "Voltea tus ojos directo hacia adentro, si así lo haces, encontrarás miles de regiones que nunca han sido descubiertas".

La creatividad significa empujar y abrir la pesada y quejumbrosa puerta de la vida. Esta no es una lucha fácil, de hecho, puede ser una de las tareas más difíciles en el mundo, un asunto de sudor y lágrimas. Porque abrir la puerta de nuestra propia vida puede ser tan difícil como abrir la puerta de los misterios del universo.

 Yo creo que el arte y la cultura enriquecen al individuo, a la vez que alcanzan, comunican y acercan a la gente. La cultura no conoce fronteras, trasciende las diferencias étnicas, ideológicas o nacionales. Nos toca como seres humanos, produciendo sentimientos de plenitud y ampliando y abriendo el yo interior. Las vibraciones espirituales del artista, producen vibraciones similares en nuestros corazones. Esta es la esencia de la expresión artística.




Decir Sin Hablar

Como interpreto lo que me pasa en el día a día? los sucesos no suelen ser ni buenos ni malos, simplemente son.

Cuál es mi reacción ante un día de lluvia? la manera en que reacciono a lo que me ocurre responde a mi interpretación de lo ocurrido, no al suceso en sí.

Confundimos los hechos con las ideas que nos hacemos sobre ellos. un día agradecemos enormemente que el tren haya llegado con 10minutos de retraso porque esto nos ha permitido tomarlo y, otro día, esos mismos 10 minutos de más del mismo tren nos enfurecen porque van a hacer que lleguemos tarde a una reunión. 

Cuando nos enfadamos, cuando nos sentimos molestos, solemos buscar culpables, intentamos identificar qué ha hecho el otro que nos ha producido este malestar, pero no se trata tanto de analizar el comportamiento de los demás, sino de analizar nuestras propias reacciones; poner la mirada, el foco, dentro.

Nuestro bienestar (en el trabajo, en la vida) no depende tanto de lo que tenemos que hacer, sino de la actitud con la que lo hacemos.

Solemos buscar la razón de nuestro descontento, la culpa de nuestro sufrimiento, fuera, ya sea en otra persona o en las circunstancias que nos rodean. sin embargo, pocas veces son los otros el motivo. solo un 10% de nuestra felicidad depende de las condiciones exteriores, un 10%! lo que pensamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo influye muchísimo más sobre nuestra felicidad/infelicidad que nuestras condiciones reales de vida. 

Vivimos en una cultura del tiempo que se caracteriza por el "todo, siempre y ahora". el tiempo ya no nos ayuda a establecer un orden en la vida y en el trabajo como sí sucedía antes, que las estaciones, las horas del día y de la noche marcaban los ritmos. ahora todas las barreras se han diluido, tenemos acceso a un sinfín de herramientas que nos permiten ahorrar tiempo y, sin embargo, la sensación es que cada vez disponemos de menos. 

Internet y las redes sociales nos permiten conectar con personas de todos los rincones del mundo con aficiones e intereses similares y esto es emocionante y maravilloso. a la vez, son una invitación constante a la dispersión, un runrún de fondo continuo que muchas veces acaba por hacer que no podamos escucharnos, que no nos oigamos a nosotros mismos. 

En este mundo de conexión permanente y murmullo incesante, de oferta ilimitada y siempre disponible, perdemos la capacidad para callar: hablamos mucho y no decimos nada, el silencio nos incomoda. 

Comemos pero no saboreamos, oímos pero no escuchamos, vemos pero no observamos. Es como si pasáramos por este mundo de puntillas, sin ir a fondo realmente en nada, como si echáramos un vistazo desde arriba, perdiéndonos todos los colores, todos los sonidos, todos los matices. 

Y con esta conexión y parloteo constantes perdemos también la capacidad de estar solos. una soledad que, vivida positivamente, fomenta que pensemos por nosotros mismos y fomenta la concentración. Aprendiendo a estar en silencio, a estar solos, aprendemos también a escuchar y, sobre todo, a escucharnos, nos encontramos con nosotros.

Estar en silencio nos permite darnos cuenta de lo que queremos hacer y de cómo queremos

viernes, 14 de agosto de 2020

De Punta Contra El Clavo

dDe“Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad (no somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos)” escribió en algún momento Wittgenstein.

Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.

“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.

Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.

Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces profundizamos en el tema.

Bourdieu decía que ahí es donde entraban los estudiosos, los analistas, los expertos, etcétera, para explicar aquella comprensión empírica que tienen las personas con relación a su entorno, decir los porqués: agregar los elementos sustanciales que servirán de impulso a las verdades que se requieren para lograr cambios.

“Aquellos aspectos de las cosas que son más importantes para nosotros permanecen ocultos debido a su simplicidad y familiaridad (no somos capaces de percibir lo que tenemos continuamente ante los ojos)” escribió en algún momento Wittgenstein.

Así, la cercanía, nos nubla, nos enceguece; es decir, ser parte de un ambiente determinado, con personas que vemos diariamente, en una rutina compartida e irrefutable, inmodificable, nos crea la percepción de simplicidad, de esa familiaridad de la que hablaba el filósofo austriaco.

“El mar es para los que están lejos” leí hace muchos libros atrás, quizá, esto ejemplifique el punto: los que están lejos evocan, reviven, desmenuzan el lugar en sentimientos, en sensaciones y entienden por qué quisieran estar ahí, en el mar, al que ya le dan otro significado porque lo han comprendido, han visto esos detalles que no ven los locales, porque para ellos es sólo algo que está ahí.

.Sí, la mayoría de los individuos sociales entienden su realidad, porque la viven; es decir, en la práctica van consiguiéndose verdades, lógicas y razonamientos que nos sirven para identificar los signos problemáticos familiares y de país.

Entendemos de cierta manera qué es la corrupción y qué se deriva de ésta, porqué de la violencia, porqué de ciertas reformas, porqué la injusticia y demás, pero pocas veces

Incertidumbre

La vida es una aventura en la que nos desenvolvemos con pocas certezas, la mayor certeza es la de que algún día moriremos, pocas son las situaciones que podremos dar por sentadas, por lo que es vital que aprendamos a convivir con la incertidumbre, a todos nos gusta sentir seguridad y confianza mucho más que sentir incertidumbre; nos gusta saber que si hacemos o dejamos de hacer algo las consecuencias serán las que pensamos y no otras; sin embargo, la vida no es tan exacta y, para bien o para mal, nos sorprenderá en numerosas ocasiones.


Asumir que no se tiene todo bajo control nos ahorrará bastantes ratos de angustia, es así, nadie puede hacer que el futuro sea justo como había planeado, si hubiera que otorgar un papel protagonista en nuestra historia, sería mejor dárselo a la esperanza en lugar de a la incertidumbre, ningún sentimiento nos puede destrozar tanto como regodearnos en la incertidumbre, esta se viste de inseguridad, miedo, pesimismo.

Si cambiamos la incertidumbre por la esperanza, tampoco tenemos por ciertos los resultados, pero estamos más motivados para seguir en la lucha, ante la falta de seguridad, tú eliges qué sentir: ¿incertidumbre o esperanza?, nadie sabe cómo va a ser su futuro, hagamos hoy lo que esté en nuestra mano, pero no llenemos este día de miedo, muchas veces nuestras decisiones se ven influidas por sentimientos como las dudas, la desconfianza, la inseguridad o los celos, a veces cometemos errores y nos comportamos indebidamente, para arrepentirnos después.

Los seres humanos, de forma absurda tratamos de controlar de una u otra manera el futuro; por lo que estamos siempre inmersos en “La Incertidumbre”, que es el hecho de no saber si lo que esperamos de nuestras vidas se concretizará, o simplemente el no saber que nos depara el mañana; este temor nos obliga a planificar, a planear cada paso de nuestra existencia, cada decisión que debemos de tomar en la vida, siguiendo normas y reglas enseñadas.

Las personas tendemos a ver en la incertidumbre tan sólo algo negativo que muchas veces queremos evitar a toda costa, cualquier cosa que rompa nuestra seguridad y que no podamos controlar nos pone en alerta, como si tuviéramos que enfrentarnos a un enemigo, es una lucha absurda, que únicamente nos desgasta puesto que la incertidumbre forma parte del día a día de cualquier ser humano y es por tanto ineludible; el futuro en sí mismo es pura incertidumbre y cada segundo que aún no hemos vivido puede llenarse de cualquier acontecimiento, esperado o inesperado, es evidente, que por mucho que nos preocupemos frente a esa inseguridad que nos ronda, no vamos a solucionarla mejor; la cuestión no es resistirse a la incertidumbre tratando de evitarla, por el contrario, la clave está en aceptarla como un regalo de la vida que está lleno de potencialidad.


Cualquier cosa que decidamos hacer en nuestra vida, necesita de un espacio de posibilidades que le permita  existir en ese futuro que aún está por construir, si no existiera incertidumbre, si todo lo que tuviera que suceder estuviera previsto y determinado, si todo ya estuviera construido, ¿qué espacio nos quedaría? ¿Dónde viviría nuestra libertad de elegir?, agradezcamos a la vida el regalo de la incertidumbre.


Desempolvar


Crisis vitales: nunca es tarde para recuperar la ilusión
¿Cuáles son nuestros mejores atributos? ¿Cómo nos definieron de pequeños?

“Es hora de reconocer dónde nos hemos perdido para recorrer el camino que nos pertenece”
Laura Gutman

Nos miramos al espejo y ¿qué vemos? Los ojos del niño que hemos sido, con nuestras ilusiones, fantasías y anhelos. Han pasado muchos años durante los cuales hemos hecho grandes esfuerzos para dejar de lado esos sueños infantiles, porque necesitábamos sobrevivir al desencanto, al desamor y en algunos casos a la soledad que, lamentablemente, acompaña con frecuencia las infancias.

Hemos adornado los recuerdos infantiles con sus mejores escenas para acunarnos un poco: alguna fiesta de cumpleaños, una celebración familiar o imágenes de travesuras compartidas con amigos del barrio que por azar no terminaron tan mal.

Preferimos acomodar la niñez en un cuadro de añoranzas felices, reservándonos el derecho a creer que, alguna vez, la vida nos ha resultado fácil.

Revisar el discurso materno
Para crecer sin demasiado sufrimiento, hemos organizado nuestras creencias en un sistema más o menos confortable, aunque ese conjunto de ideas no tengan contacto con la realidad que nos ha tocado vivir. Una parte de lo que nos resulta arduo recordar pertenece a los esfuerzos que hemos hecho para responder a las expectativas –positivas o negativas– de nuestra madre.

El universo materno y las palabras que ella ha dicho hasta el hartazgo cuando fuimos niños –y que no teníamos más remedio que escuchar y tomar como verdad absoluta porque formaban parte de su vivencia interior– han resonado en nosotros y se han convertido en el espejo a través del cual observamos el entorno y a nosotros mismos.

¿Qué vemos en ese espejo? Vemos todo lo que mamá pretendió de nosotros.

Vemos en lo que nos hemos convertido para complacerla. Tal vez podamos trazar un hilo invisible fabricado con retazos de amargura, preocupaciones desmedidas, exigencias, responsabilidades o incluso enfermedades físicas que nos han acompañado, y que incluso hoy forman parte de nuestras actividades cotidianas.

Nos hemos convertido en adultos con poco entrenamiento para la libertad.
Las palabras de nuestra madre cuando fuimos niños se han convertido en el espejo a través del cual nos observamos.

¿Por qué hablamos de libertad? Porque los individuos tenemos el derecho de descubrir nuestros mejores atributos para ponerlos en práctica a favor de toda la humanidad. Incluso y sobre todo si mamá o papá o algún maestro nos ha dicho que no servimos, que no somos aptos, que nunca ganaríamos dinero con aquello o que no tiene valor o lo que sea que hayamos necesitado creer.

Ese es el sentido de retomar –durante la madurez– la libertad como un recurso indispensable para entrar en contacto con quienes hemos sido y seguimos siendo en un nivel interno y poco visible aun para nosotros.

Aquí estamos hoy observándonos. Es el momento perfecto para evaluar si eso que nos han dicho, y que hemos creído cuando fuimos niños, todavía es válido.

Deshazte de tus creencias limitadoras
El mayor desafío es el peso de las creencias. Si siempre nos ha encantado la música, pero nos han dicho y hemos creído que no somos aptos para tocar un instrumento o que con la música nos hubiéramos muerto de hambre o lo que sea, es evidente que el problema no somos nosotros ni la música.

Los únicos inconvenientes son las creencias que con el paso del tiempo han calado hondo en la totalidad de nuestro ser.

Lo mismo sucede si nos creemos poco atractivos o poco inteligentes, si creemos que las cosas solo se consiguen con esfuerzo y sacrificio, o si creemos que la felicidad no es para nosotros. Sea lo que sea, se trata de creencias. Creencias que han sido dichas desde que éramos pequeños y han entrado en nuestras mentes y nuestros corazones como si fueran la única verdad revelada.

Pero resulta que no. Hay tantas verdades como puntos de vista y tantas experiencias y posibilidades como las que nos atrevamos a transitar.

No importa qué ni cómo ni dónde. Importa que nos otorguemos la libertad de ser nosotros mismos con nuestros atributos y capacidades, que nos han sido dados como regalos del cielo y que no atienden a razones ni modas ni valoraciones positivas o negativas.

Nada de lo que somos está bien ni mal. No hay nada que no podamos recuperar –sin importar nuestra edad ni nuestra trayectoria de vida– sobre todo si, en algún lugar de nuestro ser esencial, nos pertenece. Simplemente las habíamos olvidado.

Es comprensible que hayamos tenido la imperiosa necesidad de creer en las opiniones y sobre todo en los miedos de los mayores cuando fuimos niños. Pero eso ya pasó.


Ahora somos adultos y nos corresponde discriminar las creencias prestadas y cargadas de miedos del contacto con el abanico de posibilidades que se nos abre hoy.