Las Calificadoras de Riesgo: ¿Academia de Sofistas?
Nuevamente asistimos estupefactos al desplome de las economías, en esta oportunidad, las miradas están puestas en la vieja y capitalista Europa, donde parece que se ha destapado una olla, cuyas emanaciones, están provocando más estragos, que las producidas por un volcán de Islandia, de nombre impronunciable: “Eyjafjallajokull”, el cual prácticamente, ha paralizado los desplazamientos por vía aérea en varias naciones del continente.
Todos nos preguntamos cómo es que a más de dos años del descalabro norteamericano, donde según se nos dice, surgen indicios de una franca recuperación de su economía, (seguramente alentada por el hecho de que nadie se atreve a calificarle los riesgos a la nación más poderosa del planeta, ni mucho menos exigirle poner sobre la mesa, como se le exige al resto del mundo, el respaldo mínimo exigible a su moneda, cuya maquinita de emisión, sigue vomitando billetes verdes, con total impunidad) puedan colapsar economías como las de Grecia, tambalear las de Portugal y España y poner en alerta roja al Banco Central Europeo.
Cuando nos iniciamos en el estudio de los hechos económicos, una de las primeras cosas que aprendemos, es que las llamadas Ciencias Económicas, son la reina de las ciencias sociales, pues la economía existe como tal, porque hay personas, sin la sociedad en su conjunto, el desarrollo de esta disciplina no tendría ninguna razón de ser.
De manera que básicamente podemos decir que la economía como tal, ha sido concebida como una herramienta puesta al servicio de la sociedad, con la finalidad de lograr la optimización de los recursos - cada vez más escasos – en beneficio de todos los sectores que la conforman, a través de acciones que garanticen una justa distribución de la renta producida, la llamada plus valía, la cual debería ser canalizada a mejorar la calidad de vida de sus integrantes y digo debería, porque en los hechos, la cruda realidad nos demuestra todo lo contrario.
La actividad económica de las naciones, ha sido virtualmente copada por la especulación financiera, el capital, que es un componente básico de la ecuación productiva, no tiene patria, ni se rige por normas morales, simplemente actúa e invierte donde puede obtener resultados positivos, y la procura de éstos mercados lucrativos ha derivado en la creación de entidades especializadas en orientar las inversiones, las hoy tristemente conocidas con el pomposo nombre de consultoras de riesgo.
Es el sistema financiero quien ha parido estas consultoras, ellas se han introducido en la vida económica en forma tal, que se han erigido en verdaderos entes rectores de la capacidad de retorno de las inversiones de capital, en realidad, nadie sabe concretamente de dónde provienen, ni a quién responden específicamente, pero ellas emiten calificaciones de riesgo que tanto pueden alentar las inversiones o, como en este caso, causar verdaderos terremotos, sembrando el pánico y la desorientación entre los actores económicos.
Nos preguntamos: ¿Quién califica a las calificadoras de riesgo? ¿Quién o quienes las han encumbrado? ¿Cuáles son sus criterios de evaluación? Y, sobre todo, ¿ante quién se responsabilizan por los juicios de valor que han emitido?
Lo que sí sabemos, es que para los especuladores, siempre hay lugar para uno más, es así que la burbuja crece y crece hasta que llega a un punto que estalla, y cuando esto ocurre, dejando al descubierto un enorme agujero negro, dónde ha desaparecido el ahorro de miles de incautos, entonces el sistema se escandaliza y reacciona, aparecen los sofistas de la academia, para exigir a los cuatro vientos que hay que salvar al sistema.
Mientras los mercados caen y las bolsas se desinflan, se evalúan las posibilidades de rescate de las economías más comprometidas, se exigen recortes en los gastos, sobre todo, a los relacionados con la atención de los sectores más vulnerables de la sociedad, y cuando se logran ciertos consensos, se efectúa un blindaje de protección que asegure que todos aquellos que han contribuido al crecimiento de la burbuja, puedan cobrar sus intereses.
El sistema se protege a sí mismo, no se come por su propia cola como la serpiente cósmica , los mercados y las bolsas del mundo recuperan su ritmo habitual, pero la devastación producida tiene un precio, y como ocurre siempre, quienes tienen que pagar la cuenta, son siempre los mismos, aquellos que dependen de un salario, los que engrosan los índices de desocupación, los que subsisten con magras pensiones a la vejez, los que quedan marginados de la asistencia social, en resumen:
Las Crisis las pagan los pueblos, Las calificadores de riesgos seguirán orientando las inversiones, los sofistas continuarán afirmando la cuadratura del círculo, hasta que algún día la propia sociedad se decida a poner las cosas en su verdadero lugar.
Hugo W. Arostegui
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