Las definiciones
que da la Real Academia Española para iniciativa son, entre otras, “que da
principio a algo”, y “acción de adelantarse a los demás en hablar u obrar.”
Martha Alles, por
su parte, la define como “la actitud permanente de adelantarse a los demás en
su accionar. Es la predisposición a actuar de forma proactiva y no sólo pensar
en lo que hay que hacer en el futuro. Implica marcar el rumbo por medio de
acciones concretas, no sólo de palabras.”
La proactividad no
está definida por la RAE, pero el portal definiciones la describe como “una
actitud presente en algunas personas, que no permiten que las situaciones
difíciles los superen; que toman la iniciativa sobre su propia vida y trabajan
en función de aquello que creen puede ayudarlos a estar mejor.
Pero la
proactividad no se limita a una toma de decisiones o a iniciar un proyecto:
implica además hacerse cargo de que algo hay que hacer para que los objetivos
se concreten y buscar el cómo, el dónde y el por qué.”
Vemos que ambos
términos incluyen al otro en su definición.
El término proactividad
fue acuñado por el psiquiatra y neurólogo vienés Viktor Frankl en su obra El
hombre en busca de sentido (1946). Frankl aseguró que la mejor forma de definir
el concepto es como la libertad de escoger nuestra actitud frente a las
diferentes situaciones que debemos enfrentar en nuestra vida.
Años después,
Steven Covey, autor de Los siete hábitos de las personas altamente efectivas
(1989), se referiría con el concepto a la capacidad de subordinar los impulsos
a nuestra escala de valores, y así evitar que sea el deseo de llorar, y no la
actividad, el que gobierne una situación adversa.
En el entorno
laboral, una persona proactiva se adelanta a los problemas, los previene o está
preparada para enfrentarlos eficientemente. Además es capaz de soportar las presiones
del sector y siempre enfoca sus acciones en que las cosas mejoren, promueve los
cambios, y no se deja vencer por los fracasos, buscando aprender de sus
errores.
Lo opuesto a la
proactividad es la reactividad: adoptar una actitud pasiva y quedar a merced de
las circunstancias, dejándose superar por problemas sobre los que no se siente
que se tiene control.
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