domingo, 28 de abril de 2019

Desigualdades


Hay una preocupación creciente por el aumento de la desigualdad humana en todo el mundo. No se trata ya sólo de la obscena distancia entre el mundo rico y el Tercer Mundo:  Sami Naïr (en su libro “Y vendrán las migraciones en tiempos hostiles”) afirma que la inmigración se debe a la brutal desigualdad entre el Norte y el Sur; se trata de que en las sociedades occidentales se ha abierto, y crece, una terrible brecha, de forma que los muy ricos son cada vez ricos, mientras que una enorme franja de la Humanidad cae cada vez más a los límites de la pobreza.  Paul Krugman afirma en un artículo que el porcentaje de riqueza del 0.1% con más ingresos de EEUU ha vuelto a los niveles de la edad dorada de finales del siglo XIX.

Zygmunt Bauman (en su libro “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?”) estima que en las últimas décadas la distancia entre países desarrollados y el resto del mundo tiende a disminuir, mientras que en el interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando. Señala el drama de la “inteligencia sin futuro, sobrante”,  pues ésta va a ser la primera generación que no va a superar el nivel de bienestar de sus padres sino que va a retroceder. Y también recuerda que la felicidad non se mide por la riqueza total acumulada sino por su distribución: “en una sociedad desigual hay más suicidios, más depresión, más criminalidad, más miedo”.

Thomas Piketty ha publicado el pasado otoño en Francia una obra que ha provocado un intenso debate. En “El capital en el siglo XXI”, con cerca de mil páginas, repasa, desde una óptica política e histórica algunas cuestiones esenciales de nuestra época. Afirma que la creciente desigualdad arbitraria pone en cuestión los fundamentos de la democracia, sus datos describen un capitalismo patrimonial heredado (contra el mito de la meritocracia y el emprendimiento, que sostiene que las grandes fortunas se ganan y se merecen), y propugna una exigente regulación pública para frenar la desigualdad y favorecer la cohesión social y la equidad. Krugman comentó el libro de forma elogiosa. 

Recuerda que las sociedades occidentales anteriores a la I Guerra Mundial estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y “este libro refleja que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas”.  El autor llega a una conclusión pesimista sobre el futuro del capitalismo: veremos un futuro con crecimiento reducido, dominado por una clase de “rentistas” hereditarios, como los que figuran en las novelas de Honoré de Balzac.

Piketty demanda una fiscalidad progresiva como medio de limitar la concentración de la riqueza. Pero en esta cuestión Vicenç  Navarro se muestra más crítico con su propuesta.  Afirma que la reducción de las desigualdades” necesita no solo la bajada de lo alto, sino también la subida de lo bajo. Es decir, no solo se necesita gravar el capital (y las rentas superiores, detalle que Piketty apenas cita) e incluso el control público de este capital (que tampoco cita), mediante la nacionalización o regulación, sino también el incremento de las rentas del trabajo, algo que Thomas Piketty tampoco toca”. Recuerda además que en la base de esta crisis está el conflicto capital-trabajo y el capital ha estado dominando en esta lucha provocando la actual recesión. Pues bien, “la solución pasa por revertir esta lucha de manera que los que ahora ganan pierdan y los que ahora pierden ganen”.


El mundo que viene amenaza con ser más desigual, injusto y cruel. Este debate sobre la desigualdad que se produce en círculos intelectuales tiene que llegar a la gente y a la política. Hay que evitar un futuro dominado por las élites económicas y con el resto de la población al borde de la miseria. No podemos aceptar un mundo con vallas para separar el lujo obsceno de la pobreza. 

Mientras los gobernantes y los banqueros (Botín) celebran la supuesta recuperación económica, en los barrios vemos, todos los días, a la gente desesperada que ya no puede comprar sus medicinas.

Para evitar este futuro indeseable tenemos que echarlos. Tenemos que conseguir que los buitres del capitalismo y sus cómplices de la política no se queden con todo. Porque los actuales mandatarios lo tienen claro: en su ideología supremacista el mundo se divide en ricos y pobres, señores y siervos, y el destino ya está marcado “en el código genético”. Así lo afirmó Rajoy en un artículo publicado en 1982, cuando era un joven cachorro de la política y ya sabía bien lo que quería.

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