sábado, 20 de abril de 2019

La Esperanza Del Perdón


La humildad que nace del corazón no sabe de artificios. Es una apertura interior que se proyecta en los demás para reconocerlos, para ofrecer respeto y confianza; es mirar con los ojos descalzos sabiendo apreciar las cosas sencillas.

 Empezaremos sugiriéndote una pequeña reflexión… ¿Piensas que a día de hoy se practica la humildad?

Quizá deberíamos empezar aclarando un poco el término. En ocasiones, asociamos la humildad humana con el altruismo de esas personas que son capaces de darlo y desprenderse de todo por ayudar a sus semejantes.

Si bien es cierto que también podemos incluir esta faceta, la humildad, en realidad, es algo más que este tipo de acciones. Es un bien interior, es una actitud, es un modo de pensar y sentir.

Muchos de nosotros estamos acostumbrados a priorizar esas dimensiones que las sociedades modernas suelen enfatizar en nosotros: el individualismo, el apego a lo material, la competitividad, e incluso lo “desechable”, es decir, el consumir y tirar, el vivir rápido…

En muchas de estas ideas se encierra en realidad una pincelada de sutil egoísmo, es ese otro lado de la balanza en el corazón de las personas humildes.

Hablemos hoy sobre ello si te parece, invitándote como siempre a que reflexiones con nosotros.
 En ocasiones, nos acostumbramos a ver en el día a día ese tipo de comportamientos citados al inicio. Personas habituadas a priorizarse a sí mismas, a cubrir sus necesidades pasando por encima de los demás, a dejarse llevar por un día a día donde experimentar la vida lo más rápido posible.

En muchos de estos perfiles se ve lo que el sociólogo Zygmunt Bauman llama las “relaciones líquidas“. Es decir, relaciones de amistad o de pareja con las que construimos unos vínculos tan fugaces como débiles. Tanto, que acaban de modo precipitado y en ocasiones, sin necesidad de darse un adiós cara a cara. Basta con “eliminar la amistad” en las redes sociales.

En este tipo de comportamientos se lee muchas veces una falta de conocimiento interior. De proyección, de madurez emocional, y por qué no decirlo, de humildad.

La humildad que nace del corazón tiene un pleno conocimiento del sí mismo. Y al saber de forma plena como es uno, puede a su vez reconocer las necesidades del otro. Es la sutileza de la empatía más sabia, es saber mirar al mundo con una mente abierta para captar cada matiz, cada emoción.
El mostrar apertura y reconocimiento a los demás, es uno de los valores más básicos en el ser humano. Todos nosotros necesitamos ser reconocidos como personas, que se aprecien nuestros esfuerzos, nuestras virtudes, nuestras necesidades…

Si la madre y el padre no reconocen a sus hijos, éstos no se sentirán seguros en cada uno de sus pasos. 

No sabrán que es la confianza, el apoyo… Y el apego que desarrollen con sus progenitores no será ni seguro, ni pleno.

¿Y qué podemos decir de las relaciones de pareja?

El tener a nuestro lado a una persona humilde, capaz de ver sus propios errores, de actuar siempre con sinceridad, sin egoísmo, y sabiendo reconocer esas pequeñas cosas que construyen cada día el amor en la pareja, es sin duda, el bien más preciado al que podemos aspirar.

Perdonar no es un acto de debilidad. No es inclinarse hacia quien nos ha hecho daño. Solo las personas más valientes y humildes ejercen el perdón en su forma más sabia: 


Ser humilde de corazón es un sano ejercicio que practicar cada día y que nos puede aportar grandes beneficios. Es aprender a llevar una vida sencilla descubriendo el valor de lo que es importante: el amor, la amistad, la felicidad cotidiana… Es saber reconocer y saber perdonar. Es mirar al mundo con esperanza y el alma satinada de armonía.

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