Preferencia, un término que procede del latín praeferens,
permite señalar a la ventaja o primacía que algo o alguien
tiene sobre otra cosa o persona. Dicha preferencia puede surgir por distintos
motivos, como el valor, el merecimiento o los intereses
personales.
Por ejemplo: “Este autor no es de mi preferencia,
aunque reconozco que sabe cómo generar intriga en sus relatos”, “El tango
está entre mis preferencias musicales”, “El entrenador tiene preferencia
por González, aunque también avalaría la contratación de Ramírez”.
En las ciencias sociales, la preferencia es una elección
(real o imaginaria) entre diversas alternativas y la forma de ordenarlas.
Aquello que se prefiere suele actuar como motivación o impulso para el
desarrollo de acciones. Se considera normal que las personas prefieran disfrutar a sufrir
y que, por lo tanto, desarrollen un comportamiento que, en su opinión, les
proporcione tantas alegrías y tanto placer como sea posible en su vida diaria y
a largo plazo.
Dentro de las preferencias a nivel personal se encuentran
ciertas comidas, determinados géneros musicales, tipos de gente con la cual
relacionarse y costumbres particulares;
la combinación de todos estos rasgos hace de cada individuo un ser único e
irrepetible, que transita su propio sendero, el cual construye día a día desde
su nacimiento hasta su fallecimiento. Sin embargo, no puede afirmarse que
dichas preferencias surjan espontáneamente en todos los casos.
Es sabido que los seres humanos que vivimos en sociedad
formamos parte de uno o más sistemas que
fueron desarrollados antes de nuestra llegada al mundo; se trata de complejas
organizaciones, por lo general difíciles de percibir a simple vista, que
coordinan nuestra existencia, nos impulsan a sentir atracción por ciertas
actividades, nos moldean para que no entorpezcamos sus planes.
Cuando nacemos, inevitablemente nos sometemos a las ideas, a
los gustos, a las frustraciones y
a las ilusiones de una o más personas; necesitamos asistencia constante y
cuidados varios durante muchos años, antes de poder valernos por nosotros
mismos. Durante esa larga etapa, aprendemos a relacionarnos con nuestro
entorno, distinguiendo poco a poco lo bueno de lo malo, lo agradable de lo
desagradable, y lo hacemos partiendo de la base que nos imponen.
Es probable que una persona nacida en el seno de una familia
de granjeros vea la explotación animal como una cuestión normal y necesaria
para subsistir y alimentarse; del mismo modo, quienes se crían entre
vegetarianos estrictos, no sienten nunca atracción hacia los productos de origen
animal, ya que consideran que ningún ser debería pasar por las torturas
asociadas a los mataderos. Dos puntos de vista, dos preferencias, dos
ideologías prácticamente opuestas, que surgen de las posibilidades del entorno;
¿qué pasaría si un individuo carnívoro intercambiara su pasado con el de un
vegano?
Nos gusta pensar que decidimos por nosotros mismos, que
encontramos espontáneamente nuestro camino; pero resulta difícil negar que las
preferencias son decisiones potencialmente temporales, que se sostienen
mientras no aparezca una opción nueva,
más tentadora o sensata que las existentes hasta el momento.
Para la economía,
la preferencia de un consumidor determina su consumo. Las preferencias
generales de la sociedad, por lo tanto, son decisivas para el éxito de un
comercio y, en general, para la estructura del mercado.
Existen diversos factores que inciden en la preferencia de
un consumidor. Uno de ellos es el precio;
en este caso, la brújula de los compradores suele apuntar hacia los
productos más accesibles a nivel monetario. Otros factores muy importantes son
la calidad, la durabilidad y el valor de marca (aquello
que una persona siente que compra al llevarse un producto; puede asociarse a un
determinado estatus al que el consumidor pretende acceder).
Las empresas más exitosas son aquellas
que logran interpretar las preferencias del mercado y que pueden adecuar su
oferta de acuerdo a las mismas.
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