¿Qué es la queja?
Lo primero antes de saber cómo dejar de quejarse es conocer qué es la queja. La queja es un discurso interno (lo que nos decimos a nosotros mismos) o externo (lo que les contamos a otros), que se trasmite con la intención de expresar, aliviar un malestar, dolor, sufrimiento o con la intención de criticar algo o a alguien.
Expresar es bueno, pero diferenciemos entre:
Quejas funcionales o justificadas, que nos ayuda a recibir atención y apoyo cuando es necesario, y a detectar lo que no está bien para poner en marcha soluciones.
Quejas disfuncionales, las que nos cargan de energía negativa, nos alejan de la búsqueda de soluciones y producen malestar y estrés entre las personas que te rodean.
Porque lo hemos aprendido. Lo hemos escuchado desde pequeños de los padres o de algún familiar o de otras personas. Y sin darnos cuenta continuamos con ello toda la vida.
Por hábito. No sabemos cómo empezó pero forma parte de nuestra manera de ser y relacionarnos.
Por tener un tema del que hablar. En ocasiones es el camino fácil, que atrae la atención de otros y lo seguimos utilizando. El rol de “amargado” a veces parece interesante (ya veremos que no). También puede que no sintamos que podemos hablar de otras cosas.
Porque tendemos a ser pesimistas. Nos centramos en los aspectos negativos, fijándonos en lo que funciona mal o hacen mal otros o nosotros mismos, en vez de aquello que sí funciona o en lo que hacen bien.
Porque somos perfeccionistas y exigentes. Esta tendencia y también tener expectativas elevadas sobre el funcionamiento o comportamiento de los otros hace que nuestra forma de medir sea más exigente.
Por falta de empatía. La empatía es la capacidad de ponerse uno en el lugar del otro y cuando no lo hacemos, no entendemos al otro y nos quejamos de lo que siente, piensa, hace o le ocurre.
Porque nos contagiamos de otros “quejicas”. La queja es contagiosa, como el bostezo, predispone a los demás a quejarse, y la conversación se convierte en un intercambio de quejas.
¿Encuentras en la queja algún sentido?. ¿Suelen cambiar las situaciones ante las quejas injustificadas o “vacías”? Y entonces… ¿para qué quejarse?. Pues si no te sirven, vamos a reflexionar sobre las consecuencias que tiene el hacerlo y quizá te convencerás un poco más para que decidas dejarlas…“desengancharte”.
Consecuencias negativas de la queja
Cuando nos quejamos tenemos consecuencias negativas de las que en ocasiones no somos conscientes:
Favorecemos un estado de ánimo negativo. Cuando esto sucede, es más probable que interpretemos lo que nos pasa también de forma más negativa.
Creamos un mal ambiente entre nuestros amigos, compañeros, pareja, conocidos o familiares.
Los que nos rodean se cansan de nosotros, nos evitan, porqué no somos buena compañía, –de verás que a nadie le gusta estar junto a un “amargado”–. Tendrán menos ganas de quedar con nosotros. ¿Tú elegirías tomar un café con alguien que no sonríe y que se queja de todo?
Nos hace pasivos porque mientras nos quejamos no resolvemos.
No aprendemos nuevas formas de abordar los problemas.
La queja produce estrés en ti y en los que la escuchan o la “sufren”. Y recuerda que el estrés afecta a nuestra salud.
En definitiva te hace daño a ti y a los demás. Puedes llegar a convertirte en una persona “tóxica“
Lo primero antes de saber cómo dejar de quejarse es conocer qué es la queja. La queja es un discurso interno (lo que nos decimos a nosotros mismos) o externo (lo que les contamos a otros), que se trasmite con la intención de expresar, aliviar un malestar, dolor, sufrimiento o con la intención de criticar algo o a alguien.
Expresar es bueno, pero diferenciemos entre:
Quejas funcionales o justificadas, que nos ayuda a recibir atención y apoyo cuando es necesario, y a detectar lo que no está bien para poner en marcha soluciones.
Quejas disfuncionales, las que nos cargan de energía negativa, nos alejan de la búsqueda de soluciones y producen malestar y estrés entre las personas que te rodean.
Porque lo hemos aprendido. Lo hemos escuchado desde pequeños de los padres o de algún familiar o de otras personas. Y sin darnos cuenta continuamos con ello toda la vida.
Por hábito. No sabemos cómo empezó pero forma parte de nuestra manera de ser y relacionarnos.
Por tener un tema del que hablar. En ocasiones es el camino fácil, que atrae la atención de otros y lo seguimos utilizando. El rol de “amargado” a veces parece interesante (ya veremos que no). También puede que no sintamos que podemos hablar de otras cosas.
Porque tendemos a ser pesimistas. Nos centramos en los aspectos negativos, fijándonos en lo que funciona mal o hacen mal otros o nosotros mismos, en vez de aquello que sí funciona o en lo que hacen bien.
Porque somos perfeccionistas y exigentes. Esta tendencia y también tener expectativas elevadas sobre el funcionamiento o comportamiento de los otros hace que nuestra forma de medir sea más exigente.
Por falta de empatía. La empatía es la capacidad de ponerse uno en el lugar del otro y cuando no lo hacemos, no entendemos al otro y nos quejamos de lo que siente, piensa, hace o le ocurre.
Porque nos contagiamos de otros “quejicas”. La queja es contagiosa, como el bostezo, predispone a los demás a quejarse, y la conversación se convierte en un intercambio de quejas.
¿Encuentras en la queja algún sentido?. ¿Suelen cambiar las situaciones ante las quejas injustificadas o “vacías”? Y entonces… ¿para qué quejarse?. Pues si no te sirven, vamos a reflexionar sobre las consecuencias que tiene el hacerlo y quizá te convencerás un poco más para que decidas dejarlas…“desengancharte”.
Consecuencias negativas de la queja
Cuando nos quejamos tenemos consecuencias negativas de las que en ocasiones no somos conscientes:
Favorecemos un estado de ánimo negativo. Cuando esto sucede, es más probable que interpretemos lo que nos pasa también de forma más negativa.
Creamos un mal ambiente entre nuestros amigos, compañeros, pareja, conocidos o familiares.
Los que nos rodean se cansan de nosotros, nos evitan, porqué no somos buena compañía, –de verás que a nadie le gusta estar junto a un “amargado”–. Tendrán menos ganas de quedar con nosotros. ¿Tú elegirías tomar un café con alguien que no sonríe y que se queja de todo?
Nos hace pasivos porque mientras nos quejamos no resolvemos.
No aprendemos nuevas formas de abordar los problemas.
La queja produce estrés en ti y en los que la escuchan o la “sufren”. Y recuerda que el estrés afecta a nuestra salud.
En definitiva te hace daño a ti y a los demás. Puedes llegar a convertirte en una persona “tóxica“
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