sábado, 20 de abril de 2019

Libertad Sin Cerrojos


Lo que todos buscamos para comandar las riendas de nuestro camino, el timón de nuestro barco (perdón por las frases hechas) es la felicidad, la buscamos intensa e incansablemente y, por qué no decirlo, incluso desesperadamente.

Todos nosotros, en cualquier rincón de este planeta, procuramos ser felices. Pregunta a un maharajá en la India, a un presidente de una gran multinacional norteamericana, a un mendigo en cualquier esquina del mundo, a un jeque en Dubai...

¿Qué quieren y qué desean ellos en la vida? Entre tantas cosas, ciertamente contestarán: queremos la felicidad.

Sin embargo, existe, entre la variedad de apartados que componen la felicidad, un ingrediente que necesariamente habrá de formar parte de ese maravilloso y delicioso bizcocho, cuya falta no permitirá que crezca y haga las delicias de todos a nuestro alrededor, dejándonos algo tullidos en nuestra manera de pensar, proceder y hablar.

Hablo del ingrediente libertad, que tiene que caminar juntamente con la felicidad. Sin ese ingrediente nunca seremos felices por completo, siempre nos faltará aquella agradable sensación del viento en nuestro rostro, sensación de bienestar y levedad en nuestros actos; y es fundamental ejercerla, obviamente, con responsabilidad, sabiendo dónde termina nuestra libertad y comienza la del otro.

Ya no se puede vivir confinado en trincheras, luchando contra valores arcaicos, valores que insistimos en cargar durante generaciones. Ya no se puede ser rehén del complejo del miedo y prisionero del prejuicio. Ya no existe espacio para la tortura de la ignorancia, es necesario tomar la montaña, plantar nuestra bandera y expandir horizontes, soltar amarras, y de una vez por todas, dejar de hacer aquello a que directa o indirectamente quieren obligarnos los demás...

La ignorancia, el complejo, el prejuicio roban nuestra libertad de existir plenamente. Cada vez que nos sometemos a imposiciones que no queremos, cada vez que alguien procura obtener ventaja en algún negocio, cada vez que callamos ante una injusticia, estamos aprisionando más y más nuestra libertad y dejando de ser libres para con nuestra vida que nos es tan preciosa, y por eso debemos amarla.

Vivir en función de aquello que a otros parece bien, de aquello que desean otros. Llevar a cuestas fardos y muchas veces valores que no son nuestros, dejar que nos aten al tobillo bolas de acero, o pongan en nuestra mente ideas y pensamientos mezquinos, es cerrar la ventana de nuestro yo; es echar cerrojo a la puerta de nuestra libertad, es permitir que piensen por nosotros, que quieran por nosotros, que incluso amen por nosotros.

Mira la televisión, mira los periódicos. ¿Qué haces tú diferente de lo que lees y contemplas?
Nos volvemos maleducados, porque se ha banalizado la educación; somos violentos porque la paz también está banalizada; somos inseguros porque la convivencia entre las personas tampoco existe ya; no hay cortesía, porque lo cortés ya no existe. 

Muchas veces, no somos libres porque hemos permitido que echen cerrojo a la puerta de nuestra libertad que es nuestro derecho, cuando aceptamos todos los desmanes, las mancillas, la inseguridad, las mismidades, las idioteces y todo tipo de prejuicios, cuando vivimos y pensamos igual. La “unanimidad es burra” nunca ha sido parámetro para lo que está bien o lo que está mal; nunca te dejes llevar por una mayoría en la cual no confíes.

Sé pleno, sé entero, sé libre, sé feliz y nunca consientas que te conduzcan a donde no quieras ir. Reflexiona siempre y no permitas que aprisionen la libertad que es tuya por derecho.

¡Libértala y sé feliz!

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