miércoles, 24 de abril de 2019

No Ignorar La Ignorancia

A través de la historia han sido muchos los dedos que apuntan a la ignorancia como la causa esencial de todos los males de la humanidad.

Desde luego, el desconocimiento de la realidad te expone a grandes riesgos tales como no advertir el hueco donde vas a caer mientras caminas por la calle o tragarte tranquilamente el veneno que un enemigo te ha puesto en la bebida.

Sin embargo, no estar informado de ciertas cosas puede tener su lado positivo.

En mi caso, confieso ser flagrantemente inculto en lo que respecta a las letras del Reggaetón; soy del todo indiferente a la actividad que realizan las Kardashian y carezco de la menor idea sobre los personajes del Juego de tronos, del hambre o cualquier otro juego de esos que se producen en los talleres cinematográficos.

De este modo protejo mi sistema emocional de agotamientos innecesarios y dedico la energía resultante a temas más interesantes o satisfactorios.

Ignorar, en el sentido de no hacer caso, es igualmente un recurso válido para proteger la estabilidad personal. Si atiendes a críticas necias o si respondes a cada insulto que dispara un desquiciado en las redes sociales, el gasto energético implicado no se retribuirá en un cambio de actitud por parte del atacante y más bien te apartará de lo verdaderamente útil.

Claro está, que no me refiero a ejercitarte en la peligrosa táctica negadora del avestruz sino más bien a asumir una ignorancia selectiva. Esto es, rescatar lo que pruebe ser valioso y desechar la estupidez donde quiera que esta surja.

¿Que el imbécil de turno habla hasta por los codos solo para agobiarte? ¡Cierra tus canales sensoriales y escucha las olas del mar!

¿Que te llaman ignorante porque no te informas de la majadería ajena? Cierto, ignorante, pero sano mentalmente.


¿Cuántos «sabios» pueden decir lo mismo?

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