Esta es una linda época, maravillosa y con muchos matices,
colores, sabores y olores que para la mayoría representan siempre reencuentro,
alegría y amistad. Para muchos representa un momento que quisieran pasar
rápido, por los recuerdos y la nostalgia que les domina.
Pero también es un tiempo para hacer algunos
descubrimientos, o recordatorios, que nos pueden ayudar no solo en las fechas
especiales sino durante la vida entera. Por ejemplo, vivir de las apariencias. Esto significa,
por ejemplo, que gastamos más de lo que podemos y tenemos porque tenemos que
aparentar éxito en la vida y prosperidad personal. Por eso, se invita, se
regala, se gasta de manera irresponsable, porque las consecuencias después
siempre son desastrosas.
Pero vivir de las apariencias no tiene que ver solo con los
aspectos económicos o materiales. También tiene que ver con actitudes, gestos,
virtudes y otras cositas también muy humanas. “Las apariencias engañan”,
dice el refrán, pero ¿a quién engañan? ¿A quién aparenta o a quienes lo ven?
Pues diría que a ambos.
Porque quienes son observadores, solo presencian lo
superficial, lo que se deja ver, lo que muestra el aparentador. Y así nos vamos
con la finta de discursos, de promesas, de soluciones mágicas, de capacidades
no demostradas -pero sí aparentadas-, y peor todavía, de falsas buenas
intenciones.
¡Cuánto dolor, sufrimiento y daño ha sido causado por creer
fácilmente en las apariencias!
Pero también la persona que aparenta termina
cayendo en su propio engaño. O se cree ciegamente las cosas que dice ser y
tener, o se cree que realmente así es. Y termina en una carretera loca por la
que se fuerza a transitar, aunque no tenga ni los recursos, ni las capacidades,
ni la energía ni las visiones. Eso se convierte en una locura de la que
difícilmente puede salir, o de la que sale desesperado, pero con sensaciones
terribles y dolorosas.
Vivir de las apariencias constituye un autoengaño colectivo.
Este se alimenta de tanta publicidad que nos marca la pauta de valores en los
que hay que creer y por los que hay que vivir. Por supuesto, también las
iglesias, las familias y la educación formal son factores que alientan esas
apariencias. O por lo menos, no las critican o enfrentan lo suficiente como
para ser transformadas.
En nuestra sociedad hay muchas
apariencias que están incorporadas en nuestro imaginario colectivo. Entre las
más conocidas, está la del político bien intencionado, que todo lo hace “por
Guatemala”, y que cuando está en problemas o serias dificultades, atribuye todo
al “acoso o persecución política”.
¿Cuántos políticos intrascendentes e inocuos
han esgrimido la persecución política cuando enfrentan la justicia? Antes de
eso, sin embargo, siempre nos han planteado la apariencia de “políticos nuevos,
bien intencionados, comprometidos con su país, interesados en la gente”.
Pero también están los que aparentan ser designados por Dios
para construir el mundo. Y en esas apariencias se agencian de poder económico,
político y social que lo invierten en sus propios intereses. ¡Cuántos falsos
profetas -pero ricos empresarios de la fe- existen en nuestro país! Por
supuesto, también las apariencias tienen lugar en personas con perfiles menos
públicos. Todos y todas, de una u otra manera, tendemos a aparentar en niveles
y aspectos variados.
Se trata, entonces, de descubrir nuestros autoengaños
(como los ajenos) para vivir una vida más plena, más real, más natural. Menos
llena de equipajes innecesarios.
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