jueves, 18 de abril de 2019

Veracidad De La Información

La AMI se ve por consiguiente obligada a replantearse la esencia y las funciones de los medios y los fundamentos políticos y éticos que los legitiman. Tiene que reexaminar el papel de las redes sociales y de los intercambios que hacemos en ellas, teniendo en cuenta que el auge digital está transformando las antiguas audiencias en nuevas comunidades de intercambio e interpretación. 

La vuelta al chismorreo, evidente en las redes sociales, dista mucho de ser anodina y no se debe tratar con desprecio. Conversación sotto voce que vehicula desordenadamente habladurías, bulos y cotilleos, el chismorreo convierte lo privado en público, poniendo la autenticidad por encima de una verdad que se percibe como una fabricación de élites alejadas de las preocupaciones locales y de la vida cotidiana de los ciudadanos.

Las redes sociales vehiculan, por lo tanto, noticias de veracidad incierta, aduciendo la falsedad para llegar a la verdad o para mostrar que esta última no es tan límpida como parece. De ahí la tentación de hablar de “posverdad” al referirnos a ellos, pero caer en esa tentación equivale a minimizar su alcance y negarse a ver que buscan una verdad diferente en un momento en el que asistimos a la quiebra de sistemas de información hasta ahora considerados “de referencia”. Las redes sociales vuelven a poner en el candelero la eterna batalla periodística entre los hechos objetivos y los artículos de opinión que se libra en esos sistemas influyentes.

En ciencias de la información y la comunicación, el chismorreo pertenece al ámbito del vínculo social y desempeña funciones cognitivas esenciales: observación del entorno, ayuda a la toma de decisiones mediante el intercambio de noticias, armonización lógica de una situación determinada con los valores del grupo… 

Todas estas funciones han venido legitimando la importancia de los medios de comunicación e información. Pero éstos son percibidos ahora como indigentes y tendenciosos, y el síntoma de esa percepción es el recurso al chismorreo en línea, cuyo dispositivo difusor son las redes sociales. No cabe culpar del chismorreo tan sólo a éstas últimas, sino más bien a los responsables del debate público en el mundo real.

En escenarios políticos desestabilizados hoy en muchas partes del mundo, las redes sociales devuelven al relato social su función de regulador. Ponen de manifiesto las violaciones de las normas sociales, especialmente cuando las instituciones políticas se jactan de ser transparentes, porque evidentemente los secretos ya no están a buen recaudo. Las redes sociales están zarandeando seriamente la norma de objetividad, que se ha fosilizado con su práctica de presentación obligatoria de una opinión “a favor” y otra “en contra”. 

El público desconfía de la “veracidad” de ese discurso polarizado y se deja seducir por la estrategia de la autenticidad. Ésta establece una relación de proximidad con los miembros de la comunidad de suscriptores, que ha reemplazado a la audiencia y tiene por objeto implicarlos en los debates, basándose en el principio de transparencia. Así, las redes sociales contraponen una ética de la autenticidad a la ética de la objetividad. 


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