“Cantos de sirena: frase
utilizada para todas las situaciones que embelesan, seducen o arrastran a una
persona por su magnificencia, grandiosidad o por sus perspectivas de futuro,
cuando en realidad son falsas, simples rumores.”
El 15 bitácora, tras navegar cerca de la costa norte de Rusia:
“Esta mañana, uno de nuestra tripulación vio una de junio de 1608, el capitán
inglés Henry Hudson escribió esto en su cuaderno de sirena por la borda. Los
marineros Thomas Hilles y Robert Raynar dijeron que, aunque el cuerpo era
grande como el de un hombre, tenía espalda de mujer y senos, piel pálida,
cabello largo y negro y cola de delfín moteada como una caballa”.
Desde antiguo, las sirenas han formado parte de la mitología. En
Babilonia, hacia el 5.000 a. C., existía la creencia en Oannes, diosa con
forma de pez. También en Siria se adoraba a la diosa de la Luna,
Atargatis, muy parecida en imagen. Durante el siglo XIX y XX se las
representaba según el canon romántico de la época, sentadas en rocas y
peinándose de forma sensual los largos cabellos dorados.
Pero si hay un rasgo que define a este ser mitológico,
ese es, sin duda, el gran poder de seducción que se atribuía a su voz. El
primero en relatar esa cualidad terrible fue Homero, en cuyo célebre libro de La
Odisea, las describe como seres que “hechizan a todos los hombres que se
acercan a ellas”, puesto que aquel que escucha su voz “nunca se verá
rodeado de su esposa y tiernos hijos (…). Antes bien, lo hechizan estas
con su sonoro canto, sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de
huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca”.
Esas voces eran lo que se conocía como el canto de las
sirenas, una terrible amenaza a evitar por los marineros de la Antigüedad
durante sus navegaciones por el Mediterráneo,
pero una herramienta de marketing en la Edad Media, cuando numerosas
tabernas utilizaron la figura de la sirena para adornar los carteles de las posadas,
en la creencia de que así atraerían a más clientes.
También en el siglo XIX algunos desaprensivos intentaron
realizar negocio con las sirenas, cosiendo la parte superior de un mono
con la mitad inferior de un pez y exponiendo el resultado en ferias,
previo pago de una cantidad para poder presenciar ese fenómeno.
Ahora se piensa que la creencia en ellas podría haber
surgido del avistamiento de focas y manatíes, también llamados vacas
marinas, animales hoy bien conocidos pero misteriosos en aquellos tiempos.
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