En el ser humano la
experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones,
actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación
concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha
situación.
Durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas
poco importantes y siempre se le ha dado más relevancia a la parte más racional
del ser humano. Pero las emociones, al ser estados afectivos, indican estados
internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. De
todas formas, es difícil saber a partir de la emoción cual será la conducta
futura del individuo, aunque nos puede ayudar a intuirla.
Apenas tenemos unos meses de vida, adquirimos emociones
básicas como el miedo, el enfado o la alegría. Algunos animales comparten con
nosotros esas emociones tan básicas, que en los humanos se van haciendo más
complejas gracias al lenguaje, porque usamos símbolos, signos y significados.
Cada individuo experimenta una emoción de forma particular,
dependiendo de sus experiencias anteriores, aprendizaje, carácter y de la
situación concreta. Algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales
que desencadenan las emociones son innatas, mientras que otras pueden
adquirirse.
Charles Darwin observó como los animales (especialmente en
los primates) tenían un extenso repertorio de emociones,
y que esta manera de expresar las emociones tenía una función social, pues
colaboraban en la supervivencia de la especie. Tienen, por tanto, una función
adaptativa.
Los humanos tenemos 42 músculos diferentes en la cara.
Dependiendo de cómo los movemos expresamos unas determinadas emociones u otras.
Hay sonrisas diferentes, que expresan diferentes grados de alegrías. Esto nos
ayuda a expresar lo que sentimos, que en numerosas ocasiones nos es difícil
explicar con palabras. Es otra manera de comunicarnos socialmente y de
sentirnos integrados en un grupo social. Hemos de tener en cuenta que el hombre
es el animal social por excelencia.
Todas las personas nacemos con unas características especiales y
diferentes, pero muchas veces la manera que tenemos de
comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida son aprendidos. Desde
pequeños podemos ver como para un niño no está tan bien visto llorar y expresar
sus emociones como en una niña, además a los varones se les exige ser más
valientes, seguros de sí mismos.
También podemos observar como, según las
culturas, las mujeres son menos valoradas, tanto en el ámbito personal como en
el laboral, lo cual es el origen de opresiones y malos tratos. Todo esto lo
adquirimos sin darnos cuenta ya desde el momento en que venimos al mundo: nos
comportamos como nos han “enseñado” a comportarnos. Quererse a uno mismo, ser
más generoso con los demás, aceptar los fracasos, no todo depende de lo que
hemos heredado, por lo que hemos de ser capaces de seguir aprendiendo y
mejorando nuestras actitudes día a día, aprender a ser más inteligentes
emocionalmente, en definitiva a ser más felices.
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